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Munafa ebook

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Read Ebook: La Montaña by Reclus Elis E

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Ebook has 298 lines and 51482 words, and 6 pages

El sabio, que busca los elementos de la piedra, averigua que todas las rocas macizas, compuestas de cristales ? de pasta cristalina, son como el granito, metales oxidados; tales son el p?rfido, la serpentina y las rocas ?gneas que brotan del suelo en las erupciones volc?nicas, traquita, basalto, obridiana, piedra p?mez; todo es silicio, aluminio, potasio, sodio y calcio. En cuanto ? las rocas dispuestas en tajos ? estratos, colocadas en capas superpuestas, tambi?n son metales, puesto que proceden en gran parte de la desagregaci?n y nueva distribuci?n de las rocas macizas. Piedras rotas en fragmentos, cimentadas despu?s de nuevo, arenas aglutinadas en roca despu?s de haber sido trituradas y pulverizadas, arcillas que hoy son compactas despu?s de haber sido disueltas por las aguas, pizarras que no son otra cosa que arcilla endurecida, todo ello no es m?s que resto de rocas anteriores, y como ?stas, se componen de metales. ?nicamente los calc?reos que forman tan considerable parte de la corteza terrestre, no proceden directamente de la destrucci?n de antiguas rocas; est?n formados por residuos que han pasado por los organismos de animales marinos. Han sido comidos y digeridos, pero no por eso dejan de ser met?licos: su base es el calcio combinado con el azufre, el carbono y el f?sforo. De modo que, gracias ? las mezclas y combinaciones variables, la masa lisa, uniforme, impenetrable, del metal, ha adquirido formas atrevidas y pintorescas, se ha ahuecado en hoyos para r?os y lagos, se ha revestido de tierra vegetal, ha acabado por entrar en la savia de las plantas y en la sangre de los animales.

Ac? y acull? se revela a?n el metal puro en las piedras de la monta?a. En medio de los desmoronamientos y ? la orilla de las fuentes, v?nse con frecuencia masas ferruginosas. Cristales de hierro, cobre y plomo, combinados con otros elementos, se hallan tambi?n en los restos esparcidos; ? veces brilla una part?cula de oro en la arena del arroyo. Pero en la roca dura, ni el mineral precioso ni el cristal se encuentran distribuidos al azar; est?n dispuestos en venas ramificadas que se desarrollan sobre todo en los cimientos de las diferentes formaciones. Esos filones de metal, semejantes al hilo m?gico del laberinto, han llevado ? los mineros, y m?s tarde ? los ge?logos, al espesor, ? la historia de la monta?a.

Seg?n nos refieren los cuentos maravillosos, era f?cil en otro tiempo ir ? recoger tales riquezas ? lo interior del monte; bastaba con tener algo de suerte ? contar con el favor de los dioses. Al dar un paso en falso se agarraba uno ? un arbusto; el fr?gil tronco ced?a, arrastrando consigo una piedra grande que cerraba una gruta desconocida hasta entonces. El pastor se met?a osadamente por la abertura, no sin pronunciar alguna f?rmula m?gica ? sin tocar alg?n amuleto, y despu?s de haber andado largo tiempo obscuro camino, se encontraba de repente bajo una b?veda de cristal y diamante; ergu?anse alrededor est?tuas de oro y plata profusamente adornadas con rub?es, topacios y zafiros; bastaba con inclinarse para recoger tesoros.

En nuestros d?as, el hombre necesita trabajar, dej?ndose de conjuros y encantamientos, para conquistar el oro y otros metales que duermen en las rocas. Los preciosos fragmentos son raros, h?llanse impuros y mezclados con tierra, y la mayor parte de ellos no alcanzan brillo y valor sino despu?s de afinados en el horno.

CAP?TULO IV

#El origen de la monta?a#

As?, pues, hasta en su m?s diminuta mol?cula, la monta?a enorme ofrece una combinaci?n de elementos diversos que se han mezclado en variables proporciones; cada cristal, cada mineral, cada grano de arena ? part?cula da caliza, tiene su infinita historia, como los mismos astros. El menor fragmento de roca tiene su g?nesis como el Universo, pero mientras se ayudan con la ciencia unos ? otros, el astr?logo, el ge?logo, el f?sico y el qu?mico, a?n se est?n preguntando con ansiedad si han comprendido bien lo que es esa piedra y el misterio de su origen.

?Y est?n bien seguros de haber puesto en claro el origen de la propia monta?a? ?Viendo todas esas rocas, asperones, calizas, pizarras y granitos, podemos contar c?mo se ha acumulado la masa prodigiosa, c?mo se ha erguido hacia el cielo? ?Podemos nosotros, pigmeos d?biles, contempl?ndola en su soberbia belleza, decirle con el orgullo consciente de la inteligencia satisfecha: <>

Como nosotros y a?n m?s que nosotros, dirigen preguntas los ni?os al ver la naturaleza y sus fen?menos, pero casi siempre, con c?ndida confianza, se contentan con la respuesta vaga ? enga?osa de un padre ? otra persona mayor que nada sabe, ? de un profesor que supone saberlo todo. Si no alcanzaran los ni?os esa respuesta, investigar?an y continuar?an investigando, hasta que encontraran una explicaci?n cualquiera, porque el ni?o no gusta de permanecer en la duda; lleno del sentimiento de su existencia, empezando la vida como un vencedor, quiere hablar como quien domina todas las cosas. Nada debe ser desconocido para ?l.

As? los pueblos, salidos apenas de su barbarie primitiva, encontraban una afirmaci?n definitiva para cuanto los chocaba, y diputaban por buena la primera explicaci?n que respondiera lo mejor posible ? la inteligencia y ? las costumbres de aquel grupo humano. Pasando de boca en boca, acab? la leyenda por convertirse en palabra divina y surgieron cartas de int?rpretes para apoyarla con su autoridad moral y sus ceremonias. As? es como en la herencia m?tica de casi todas las naciones encontramos relatos que nos cuentan el nacimiento de las monta?as, de los r?os, de la tierra, del Oc?ano, de las plantas, de los minerales y hasta del hombre.

La explicaci?n m?s sencilla es la que nos muestra ? los dioses ? ? los genios arrojando las monta?as desde las alturas celestiales y dej?ndolas caer al azar; ? bien levantarlas y modelarlas con cuidado como columnas destinadas ? sostener la b?veda del cielo. As? fueron construidos el L?bano y el Herm?n; as? se arraig? en los l?mites del mundo el monte Atlas, de hombros robustos. Por otra parte, las monta?as, despu?s de creadas, cambiaban de sitio con frecuencia, y serv?an ? los dioses para arroj?rselas con hondas. Los titanes, que no eran dioses, transtornaron todos los montes de Tesalia para alzar murallas en torno del Olimpo: el mismo gigantesco Altus no era demasiado peso para sus brazos, que lo llevaron desde el fondo de Tracia hasta el sitio en que hoy se levanta. Una giganta del Norte se hab?a llenado de colinas el delantal y las iba sembrando ? iguales distancias para conocer un camino. Vichn?, que vi? un d?a dormir ? una muchacha bajo los ardientes rayos del sol, cogi? una monta?a y la sostuvo en equilibrio en la punta de un dedo para dar sombra ? la hermosa durmiente. Este fu?, seg?n dice la leyenda, el origen de las sombrillas.

No siempre necesitaban, dioses y gigantes, agarrar las monta?as para que cambiaran de sitio, porque obedec?an ?stas ? cualquier se?a. Las piedras acud?an al sonido de la lira de Orfeo y las monta?as se alzaban para oir ? Apolo: as? naci? el Helic?n, morada de las musas. El profeta Mahoma debi? nacer dos mil a?os antes; si hubiera nacido en edades de m?s c?ndida fe, no habr?a tenido que ir ? la monta?a, y ?sta se habr?a dirigido hacia ?l.

Adem?s de esta explicaci?n del nacimiento de las monta?as por la voluntad de los dioses, la mitolog?a de numerosos pueblos, da otra menos grosera. Seg?n ?sta, las rocas y los montes son ?rganos vivientes que han brotado naturalmente del cuerpo de la tierra, como salen los estambres en la corola de la flor. Mientras por una parte se hund?a el suelo para recibir las aguas del mar, por otra se alzaba hacia el sol para recibir su luz vivificante, as? como las plantas enderezan el tallo y vuelven los p?talos hacia el astro que las mira y les da brillo. Pero ya no hay quien crea en las leyendas antiguas, que no son para la humanidad mas que po?ticos recuerdos; han ido ? juntarse con los sue?os, y el esp?ritu del investigador, apartado por fin de tales ilusiones, persigue con mayor avidez la verdad. As? es que los hombres de nuestros d?as, lo mismo que los de antiguos tiempos, siguen repitiendo, al contemplar las cumbres doradas por la luz, <>

Hasta en nuestra ?poca, cuando los sabios no apoyan sus teor?as sino sobre la observaci?n y la experiencia, hay algunas tan fant?sticas sobre el origen de los montes, que se asemejan bastante ? las leyendas de los antiguos. Un libro moderno de respetable volumen intenta demostrarnos que la luz del sol que ba?a nuestro planeta ha tomado cuerpo y se ha condensado en mesetas y monta?as alrededor de la tierra. Otro afirma que la atracci?n del sol y de la luna, no contenta con levantar dos veces al d?a las olas del mar, ha hecho hincharse tambi?n ? la tierra, y ha alzado las ondas s?lidas hasta la regi?n de las nieves. Finalmente, otro hay que refiere c?mo los cometas, extraviados por los cielos, han venido ? chocar con nuestro globo, han agujereado su envoltura como piedras que atravesaran un car?mbano y han hecho brotar las macizas monta?as en largas hileras.

Afortunadamente la tierra, siempre trabajando en nuevas creaciones, no cesa en su labor ? nuestros ojos y nos ense?a como hace cambiar poco ? poco las rugosidades de su superficie. Se destruye, pero se reconstruye diariamente de un modo constante; nivela unas monta?as para edificar otras, y abre valles para cegarlos otra vez. Al recorrer la superficie del globo y al examinar con cuidado los fen?menos de la naturaleza, se ven formar ribazos y montes lentamente en verdad, y no con s?bito empuj?n, como quisieran los aficionados ? lo milagroso. Se los ve nacer, ya directamente del seno de la tierra, sea indirectamente, dig?moslo as?, por la erosi?n de las mesetas, como surge poco ? poco la escultura del pedazo de m?rmol. Cuando una masa insular ? continental, cuya altura llega ? centenares ? millares de metros, recibe lluvias abundantes, van quedando sus vertientes gradualmente esculpidas en barrancos, ca?adas y valles; la uniforme superficie de la meseta se recosta en cimas, aristas y pir?mides; se ahueca en c?rculos, hoyas y precipicios; aparecen poco ? poco sistemas de monta?as donde existe el terreno liso en extensi?n enorme. Lo mismo acontece en aquellas regiones de la tierra donde la meseta, atacada ?nicamente en un lado por las lluvias, s?lo forma monta?as por esta vertiente: tal es, en Espa?a, la meseta de la Mancha que se hunde hacia Andaluc?a por las escarpaduras de Sierra Morena.

Adem?s de estas causas exteriores que convierten las mesetas en monta?as, verif?canse tambi?n en lo interior de la tierra lentas transformaciones que ocasionan hundimientos enormes. Los hombres laboriosos que, martillo en mano, atraviesan las monta?as durante a?os enteros para estudiar su estructura y su forma, observan en las nuevas hiladas de formaci?n mar?tima que constituyen la parte no cristalina de los montes, gigantescos padrastros ? hendiduras de separaci?n que se extienden por centenares de kil?metros de longitud. Masas de millares de metros de espesor han sido alzadas ? derribadas en esas ca?das, de modo que su antigua superficie se ha convertido hoy en su plano inferior. Las hiladas, aplom?ndose en sucesivas ca?das, han dejado descubierto el esqueleto de rocas cristalinas que cubr?an como una capa; han revelado el n?cleo de la monta?a como una cortina s?bitamente descorrida descubre un monumento oculto.

Pero ni aun estos hundimientos tienen tanta importancia como las rugosidades en la historia de la tierra y en la de las monta?as que forman sus asperezas exteriores. Sometidas ? lentas presiones seculares, la roca, la arcilla, las capas de asper?n, las venas de metal, todo se arruga lo mismo que una tela, y los pliegues que as? nacen forman montes y valles. Semejante ? la superficie del Oc?ano, ag?tase en olas la de la tierra, pero son mucho m?s poderosas estas ondulaciones: son los Andes y el Himalaya que se yerguen sobre el nivel medio de la llanura. Las rocas de la tierra est?n sometidas incesantemente ? estas impulsiones laterales que las hacen plegarse y desplegarse diversamente, y los cimientos est?n en continua fluctuaci?n. As? se arruga el pellejo de las frutas.

Las cimas que surgen directamente del suelo y suben de una manera gradual, desde el nivel del Oc?ano hasta las alturas heladas de la atm?sfera, son las monta?as de lavas y cenizas volc?nicas. En m?s de un sitio de la superficie terrestre se las puede estudiar con comodidad, alz?ndose, aumentando ? la simple vista. Muy distintos de las monta?as ordinarias, los verdaderos volcanes est?n perforados por una chimenea central, de la cual se escapan vapores ? fragmentos pulverizados de rocas incendiadas, pero cuando se apagan, la chimenea se cierra y las pendientes del cono volc?nico, cuyo perfil pierde su primitiva regularidad bajo la influencia de las lluvias y de la vegetaci?n, acaban por parecerse ? las de los dem?s montes. Por otra parte, hay masas rojizas que al elevarse desde el seno de la tierra, sea en estado l?quido, sea en estado pastoso, salen sencillamente de una ancha grieta del suelo y no las lanza un cr?ter, como las escorias del Vesubio y del Etna. Las lavas que se acumulan en cimas y se ramifican en promontorios, s?lo difieren por su juventud de las monta?as viejas que erizan en otras partes la superficie de la tierra. Lavas en otro tiempo candentes se enfr?an poco ? poco y se revisten de tierra vegetal: reciben el agua de la lluvia por sus intersticios y la devuelven en arroyos y r?os. Al fin y al cabo se cubren en su base de formaciones geol?gicas nuevas y se rodean, como las otras monta?as, de hiladas de morrillos, de arena ? de arcilla. A la larga, la mirada del sabio puede ?nicamente reconocer que han brotado del seno de la tierra, de la gran hornaza, como una masa de metal en fusi?n.

Entre los antiguos montes que forman parte de las sierras y de los sistemas que se llaman columnas vertebrales de los continentes, hay muchos que est?n compuestos de rocas semejantes ? las lavas actuales y tienen igual composici?n qu?mica. Como estas lavas, el p?rfido y otros minerales han salido de la tierra por hendiduras y se han esparcido por el suelo, semejantes ? una materia viscosa que se coagulase pronto al contacto del aire; la mayor parte de las rocas gran?ticas parecen haberse formado del mismo modo. Son cristalinas como las lavas, y sus cristales tienen por elementos los mismos cuerpos simples, el silicio y el aluminio. Razonable es pensar que estos granitos han sido tambi?n masa pastosa y que sus surtidores incandescentes han brotado de grietas del terreno. De todos modos, ?so es una hip?tesis en discusi?n y no una verdad demostrada. As? como las lavas que brotan del suelo levantan ? veces pedazos de terreno con sus bosques ? sus praderas, pensamos que del mismo modo la erupci?n de los granitos ? otras rocas semejantes ha sido la causa m?s frecuente del levantamiento de hiladas de diversas formaciones que constituyen la parte m?s considerable de las monta?as. Estratos calc?reos, de arena, de arcilla, que aguas de mares ? lagos hab?an depositado antes en capas paralelas en el fondo de sus cauces y que se hab?an convertido as? en la pel?cula exterior de la tierra, habr?n sido plegadas y enderezadas por la masa que se elevaba desde las profundidades y que buscaba una salida. Aqu? la ola creciente del granito hab?a roto las hiladas superiores en islas y en islotes que, dislocados, hendidos, arrugados en caprichosos pliegos se han esparcido por las depresiones y los rebordes de la roca levantadora; all?, el granito habr? abierto en el suelo una sola grieta de salida, replegando ? un lado y otro las hiladas exteriores, seg?n diversos ?ngulos de inclinaci?n; acull?, el granito, sin conseguir romperla, ha abollado las capas superiores. ?stas, bajo la presi?n que las mov?a, habr?n cesado de ser llanuras para convertirse en colinas y monta?as. Hasta las alturas formadas por estratos, pac?ficamente depositados en el fondo del agua habr?n podido elevarse en cimas, as? como las protuberancias de lava; un pozo perforado ? trav?s de las capas superpuestas llegar?a al n?cleo de p?rfido ? de granito.

Admitiendo que la mayor parte de las monta?as hayan aparecido como las lavas, todav?a no ha descubierto el pensamiento la causa que ha hecho brotar del suelo todas esas materias en fusi?n. Ordinariamente se supone que han sido exprimidas, dig?moslo as?, por la contracci?n de la envoltura exterior del globo, que se enfr?a lentamente irradiando calor ? los espacios. En otro tiempo era nuestro planeta una gota de metal ardiendo. Al rodar por las frialdades de los cielos, se ha ido coagulando poco ? poco. ?Pero se ha solidificado la pel?cula sola, seg?n se repite frecuentemente, ? se ha endurecido la gota hasta el n?cleo? No se sabe a?n, porque nada prueba que las lavas de los volcanes broten de inmenso recept?culo que llene lo interior del globo. ?nicamente sabemos que estas lavas se escapan ? veces de las grietas del suelo y corren por la superficie. Lo mismo los granitos, los p?rfidos y otras rocas semejantes habr?n brotado de las rendijas de la corteza terrestre como se escapa la savia de la herida de un vegetal. La marea de piedras fundidas habr? subido desde el centro, bajo la presi?n de la envoltura planetaria, gradualmente comprimida por efecto de su propio enfriamiento.

CAP?TULO V

#Los f?siles#

Cualquiera que sea el origen primitivo de la monta?a, conocemos ? lo menos su historia desde una ?poca muy anterior ? los anales de nuestra humanidad. Apenas se han sucedido ciento cincuenta generaciones de hombres desde que verificaron nuestros antepasados los primeros actos cuyo testimonio haya llegado hasta nosotros. Antes de esta ?poca, ?nicamente inciertos monumentos nos revelan la existencia de nuestra raza. La historia de la monta?a inanimada, en cambio, est? escrita en visibles caracteres hace millones de siglos.

El hecho importante, el que choc? ? nuestros progenitores desde la infancia de la civilizaci?n, y fu? contado diariamente en sus leyendas, consiste en que las rocas, distribuidas en hiladas regulares, en capas superpuestas como las de un edificio, han sido colocadas por las aguas. Si nos paseamos ? la orilla de un r?o; si en un d?a de lluvia miramos el arroyuelo temporal que se forma en las depresiones del suelo, veremos ? la corriente apoderarse de las guijas, de los granos de arena, del polvo y de todos los residuos esparcidos, para distribuirlos ordenadamente en el fondo y en las orillas del cauce; los fragmentos m?s pesados se depositar?n en capas en los sitios donde el agua pierde la rapidez de su primer impulso; las mol?culas m?s ligeras ir?n m?s lejos ? extenderse en estratos en la superficie lisa; finalmente, las tenues arcillas, cuyo peso apenas excede al del agua, se amontonar?n donde se detenga el movimiento torrencial de ?sta. En las playas y en las cuencas de lagos y mares, las hiladas de residuos sucesivamente depositados guardan mayor regularidad, porque las aguas no tienen el ?mpetu de las ondas fluviales y todo cuanto recibe su superficie se tamiza ? trav?s de la profundidad de sus aguas; y all? permanece, sin que nada turbe la acci?n igual de las olas y las corrientes.

As? es como se divide el trabajo en la gran naturaleza. En las costas pe?ascosas del Oc?ano combatidas por las olas de la alta mar, se ven cantos y guijarros amontonados. En otras partes se extienden hasta donde alcanza la vista playas de arena fina, en las cuales las ondas de la marea se desarrollan en espumosas volutas. Los buzos que estudian el fondo del mar nos dicen que en vastos espacios, grandes como provincias, los despojos arrancados por los instrumentos se componen siempre de un cieno uniforme con diversas mezclas de arcilla ? de arena, seg?n los parajes. Tambi?n han comprobado que en otros sitios del mar la roca formada en el fondo del lecho mar?timo es creta pura. Conchas, espiguillas de esponjas, animalillos de todas clases, organismos inferiores, sil?ceos ? calc?reos, caen en lluvia incesante desde las aguas de la superficie y se mezclan con los innumerables seres que se acumulan, viven y mueren en el fondo, en muchedumbres que bastan para construir hiladas tan grandes como las de nuestras monta?as. Por otra parte, ?stas est?n formadas con residuos del mismo g?nero. En un porvenir desconocido, cuando los actuales abismos del Oc?ano se extiendan como llanuras ? se yergan en cimas ante la luz del sol, nuestros descendientes ver?n terrenos geol?gicos semejantes ? los que hoy contemplamos, y que quiz?s hayan desaparecido, hechos a?icos por las aguas fluviales.

Durante la serie de las edades, las hiladas de formaciones mar?timas ? lacustres que componen la mayor parte de nuestra monta?a han llegado ? ocupar ? gran altura sobre el nivel del mar su posici?n inclinada y contorneada en arrugas caprichosas. Ya hayan sido levantadas por una presi?n procedente de abajo, ya se haya bajado el Oc?ano ? consecuencia del enfriamiento y la contracci?n de la tierra ? por otra causa, y haya dejado de ese modo capas de asper?n y de caliza en los antiguos fondos convertidos en continente, el caso es que las hiladas all? est?n y podemos estudiar c?modamente los restos que muchas de ellas han sacado del mundo submarino.

Estos restos son los f?siles, despojos de plantas y animales conservados en la roca. Verdad es que las mol?culas que constitu?an el esqueleto animal ? vegetal de aquellos cuerpos han desaparecido, as? como los tejidos de la carne y las gotas de savia ? de sangre, pero todo ha sido sustitu?do por granos de piedra que han conservado la forma y hasta el color del ser destruido. En el espesor de las piedras est?n las conchas de los moluscos y discos, bolas, espinas, cilindros y varillas sil?ceos ? calc?reos de las foramin?feras y las diatomas que se encuentran en m?s asombrosas muchedumbres; pero tambi?n hay formas que sustituyen exactamente ? las carnes blandas de aquellos seres organizados; v?nse esqueletos de peces con sus aletas y sus escamas: ?litros de insectos, ramillas y hojas; hasta huellas de pasos hay, y en la dura roca que fu? en otro tiempo arena incierta de las playas, se encuentra la impresi?n de las gotas de lluvia y la red de los surcos trazados por las olas de la orilla.

Los f?siles, muy raros en ciertas rocas de formaci?n mar?tima, numerosos en cambio en otros, y que constituyen casi toda la masa de los m?rmoles y las cretas, sirven para conocer la edad relativa de las hiladas que se han ido depositando durante la serie de los tiempos. En efecto, todas las capas fosil?feras no han sido derribadas y mezcladas caprichosamente por las roturas y los desmoronamientos; han conservado en su mayor parte su regular superposici?n, de modo que pueda observarse y recogerse los f?siles en su orden de aparici?n. Donde las hiladas, todav?a en su estado normal, conservan la posici?n que ten?an en otro tiempo, despu?s de haber sido depositadas por las aguas marinas ? lacustres, la concha descubierta en la capa superior es ciertamente m?s moderna que en las inferiores. Centenares y millares de a?os, representados por las innumerables mol?culas intermedias del asper?n ? de la creta, han separado ambas existencias.

Si las mismas especies de plantas y de animales hubieran existido siempre en la tierra desde que estos organismos vivientes aparecieron por primera vez en la corteza enfriada de la tierra, no se podr?a calcular la edad relativa de las capas terrestres separadas una de otra; pero se han sucedido diferentes seres seg?n las edades, sucedi?ndose tambi?n por lo tanto en las hiladas superpuestas. Ciertas formas que vemos con gran abundancia en el seno de las rocas estratificadas m?s antiguas, van siendo m?s raras en las de origen m?s reciente, y acaban por desaparecer absolutamente. Las especies nuevas que siguen ? las primeras tienen tambi?n, como cada s?r en particular, su periodo de renacimiento, de propagaci?n, de decadencia y de muerte; podr?a compararse cada especie de f?sil vegetal ? animal ? gigantesco ?rbol, cuyas ra?ces se hunden en los terrenos inferiores de formaci?n antigua, y cuyo tronco se ramifica y se pierde en las capas altas de origen m?s moderno.

Los ge?logos que en diversos pa?ses del mundo pasan el tiempo examinando las rocas y estudi?ndolas mol?cula por mol?cula para descubrir en ellas vestigios de seres que vivieron, han podido reconocer en los restos encerrados la edad relativa de las diferentes hiladas de la tierra depositadas por las aguas. En cuanto fueron bastante numerosas las observaciones comparadas, lleg? hasta ? ser f?cil frecuentemente decir, con s?lo ver un f?sil, ? qu? ?poca de las edades terrestres pertenece la roca en que se encontr?. ?Cualquier piedra caliza, de esquisto ? de asper?n ofrece clara huella de concha ? de planta? Pues basta ? veces con eso. El naturalista, sin temor ? equivocarse, declara que la piedra que conserva esa impulsi?n pertenece ? tal ? ? cual serie de rocas y debe ser clasificada en tal ? cual ?poca de la historia del planeta.

Estos f?siles reveladores que en forma de seres vivientes se agitaban hace millones de a?os en el l?gamo de los abismos oce?nicos, se encuentran hoy ? todas las alturas en las hiladas de las monta?as. Se los ve en la mayor parte de las cimas pirenaicas; forman alpes enteros; se los encuentra en el C?ucaso y las cordilleras, y si el hombre pudiera subir hasta las cumbres del Himalaya, tambi?n all? los hallar?a. Hay m?s; estas capas fosil?feras que pasan hoy de la zona media de las nubes, alcanzaban en otro tiempo alturas m?s considerables. En muchos sitios, en vertientes de monta?as, se comprueba que existen interrupciones frecuentes en las hiladas de rocas. Ac? y all? encuentra tal vez el ge?logo en las ca?adas algunos trozos de estos terrenos, pero las capas continuas no se reanudan hasta mucho m?s lejos, en la vertiente opuesta. ?Qu? ha sido de los fragmentos intermedios? Existieron, porque, aun al quebrarlos, la masa gran?tica que sub?a desde lo interior, s?lo ha podido henderlos; pero las hiladas hendidas continuaban sobre la resbaladiza cumbre.

CAP?TULO VI

#La destrucci?n de las cimas#

Y, sin embargo, aquellas masas enormes, montes apilados sobre montes, han pasado como nubes barridas del cielo por el viento; hiladas de tres, cuatro y cinco kil?metros de espesor, cuya existencia nos revela el corte geol?gico de las rocas, han desaparecido para entrar en el circuito de una nueva creaci?n. Verdad es que la monta?a todav?a nos parece formidable y contemplamos con admiraci?n parecida al espanto sus soberbios picos que atraviesan las nubes en el aire glacial del espacio. Son tan altas estas pir?mides nevadas, que nos ocultan la mitad del cielo. Desde abajo, sus precipicios, que la mirada intenta en balde medir, nos causan v?rtigos. Y, sin embargo, todo ello no es m?s que una ruina, un simple residuo.

En otro tiempo, las capas de caliza, pizarra y asper?n que se apoyan en la base de la monta?a y se yerguen ac? y acull? en cimas secundarias, se un?an por encima del remate gran?tico en capas uniformes; sumaban su espesor enorme ? la elevaci?n ya alt?sima del pico superior. Doble era la altura de la monta?a; llegaba entonces su v?rtice ? aquella regi?n en que est? tan enrarecida la atm?sfera, que ni aun puedo sostenerse en ella el ala del ?guila. No es ya la mirada, sino la imaginaci?n la que se espanta al pensar en lo que la monta?a era entonces y en lo que le han robado nieves, hielos, lluvias y tormentas durante la serie de los tiempos. ?Qu? infinita historia, qu? innumerables vicisitudes en la sucesi?n de las plantas, de los animales y de los hombres, desde que los montes cambiaron de forma y perdieron la mitad de su elevaci?n!

Este prodigioso trabajo de escombrado no ha podido llevarse ? cabo sin dejar en muchos sitios rastros irrecusables. Los restos que han resbalado desde lo alto de las cimas con las nieves, que han sido empujadas por el hielo, triturados, desmenuzados, arrastrados en pedruscos, guijarros y arenas por el agua, no han vuelto todos al mar, del cual hab?an salido en periodo anterior: enormes montones quedan a?n en el espacio que separa las atrevidas pendientes de la monta?a y las tierras bajas ribere?as del Oc?ano. En esta zona intermedia donde las colinas se extienden en largas ondulaciones como las olas en el mar, el suelo est? enteramente compuesto de cantos rodados y piedras amontonadas. Todo eso son los restos de la monta?a que las aguas han reducido ? fragmentos menudos, transport?ndolos y verti?ndolos en enormes aluviones ? la salida de los grandes valles. Los torrentes bajados de las alturas revuelven ? su gusto las mesetas de residuos y hacen que sus taludes se desmoronen en el surco que han abierto. En las pendientes del foso profundo donde serpentean las aguas, se distinguen, en aparente desorden, las diversas rocas que han servido de materiales al gran edificio de la monta?a. Ah? est?n los pe?ascos de granito y los fragmentos de p?rfido; all? los esquistos de aguda arista medio hundidos en la arena; m?s all?, pedazos de cuarzo y asper?n, guijarros calizos, trozos de mineral, cristales achatados. Tambi?n hay f?siles de diferentes ?pocas, y en los espacios en que las aguas se han arremolinado mucho tiempo, se han parado esqueletos de animales flotantes. All? se han descubierto ? millares las osamentas del hipari?n, del uro, del alce, del rinoceronte, del mastodonte, del mamut y de otros grandes mam?feros que recorr?an en lejanos tiempos nuestros campos, y hoy han desaparecido, dejando al hombre el imperio del mundo. Los torrentes que trajeron tales restos, se los llevan pedazo por pedazo, reduci?ndolos ? polvo. Esqueletos y f?siles, arcillas y arenas, pe?ascos de esquisto, asper?n y p?rfido, todo se desmorona poco ? poco, todo emprende el camino del mar; el inmenso trabajo de denudaci?n que se verific? con la gran monta?a, empieza de nuevo en menor proporci?n con los montones de escombros. Ahuecados por el agua, disminuyen gradualmente de altura, se parten en colinas diferentes. No obstante, aun aminorada por el trabajo de los siglos, derruida y arruinada, la meseta que se extiende en la base de la monta?a bastar?a para acrecentar en algunos millares de metros la cumbre superior, si adquiriera nuevamente su primera posici?n en las hiladas de rocas. Una antigua oraci?n de los indios dice: <>

Ante nuestros propios ojos contin?a el trabajo de denudaci?n de las rocas con asombrosa actividad. Hay monta?as compuestas de materiales poco coherentes que vemos fundirse y disolverse, dig?moslo as?. Abrense alfoces en las laderas del monte y brechas en medio de la cresta; surcada por los aludes y por las aguas tempestuosa la gran masa, antes una y solitaria, se divide poco ? poco en dos cimas distintas, que parecen alejarse una de otra ? medida que se ahonda m?s el abismo que las separa.

Especialmente en primavera, cuando el suelo est? empapado en las nieves fundentes, los desmoronamientos, los montones, las erosiones alcanzan proporciones tales, que toda la monta?a parece que se derrumba y emprenda el camino de la llanura.

Un d?a de calor h?medo y suave, me hab?a metido en un alfoz de la monta?a para ver otra vez las nieves antes de que se las llevaran las aguas primaverales. Segu?an obstruyendo el fondo de la quebrada, pero en muchos sitios estaban desconocidas porque las cubr?an restos negruzcos, mezclados con lodo. Las rocas pizarrosas que dominaban el alfoz parec?an convertidas en una especie de pasta y se derrumbaban en anchas hojas. El negro fondo que se filtraba por las paredes del desfiladero se hund?a con sordo chapoteo en la nieve medio l?quida. Por todas partes ve?a cataratas de nieve sucia y de restos, y me preguntaba con cierto espanto instintivo si, hendi?ndose las rocas como la misma nieve, se ir?an ? unir por encima del valle en una sola masa viscosa, derram?ndose ? lo lejos por el campo. El torrente, que columbraba yo en algunos sitios, por los pozos en cuyos fondos se hab?an abismado las capas superiores de la nieve, perec?a transformado en un r?o de tinta por los despojos que cubr?an sus aguas; era aquello una enorme masa de fango en movimiento. En lugar del sonido claro y alegre que sol?amos oir, el torrente lanzaba continuo mujido, el de los escombros que chocaban unos con otros y rodaban por su lecho. En la primavera, en la ?poca anual de la renovaci?n terrestre, es cuando ve uno como se verifica esa prodigiosa labor destructora.

Adem?s, inmenso ? invisible trabajo se produce en la misma piedra. Todos los cambios causados por los meteoros no son m?s que modificaciones exteriores; las transformaciones ?ntimas que se verifican dentro de las mol?culas de la roca tienen, por lo menos, resultados de igual importancia. Mientras la monta?a cambia sin cesar de apariencia por fuera, toma interiormente una estructura nueva, y las mismas hiladas modifican su composici?n. Tomado en su conjunto, el monte es un inmenso laboratorio natural, donde trabajan todas las fuerzas f?sicas y qu?micas, sirvi?ndose para su tarea de un agente soberano que no est? ? disposici?n del hombre: el tiempo.

Por lo pronto, el enorme peso de la monta?a, igual ? centenares de millares de toneladas, gravita tan poderosamente sobre las rocas inferiores, que da ? muchas de ellas aspecto bien distinto del que tuvieran al salir del mar. Poco ? poco, bajo la formidable presi?n, las pizarras y otras formaciones esquistosas se disponen en hojas. Durante los millares y millares de siglos que transcurren, las mol?culas comprimidas se adelgazan en hojillas que pueden separarse f?cilmente despu?s, cuando tras alguna revoluci?n geol?gica, vuelve ? ser llevada la roca ? la superficie. La acci?n del calor terrestre, que hasta cierta distancia por lo menos, crece con la profundidad, contribuye tambi?n ? cambiar la estructura de las rocas. As? es como se convirtieron las calizas en m?rmoles.

Pero no s?lo se acercan, se separan y se agrupan diversamente las mol?culas de las rocas, seg?n las condiciones f?sicas en que se encuentran durante el curso de los siglos, sino que tambi?n cambia la composici?n de las piedras en una carrera continua, un viaje incesante de los cuerpos que mudan de sitio, se mezclan y se persiguen. El agua que penetra por todas las rendijas en el espesor de la monta?a y la que sube en vapor desde los abismos profundos, sirven de principal veh?culo ? esos elementos que se atraen y se rechazan despu?s, arrastrados por el gran torbellino de la vida geol?gica. Un cristal echa ? otro cristal en las hendiduras de la monta?a; el hierro, el cobre, la plata y el oro sustituyen ? la arcilla ? ? la cal. La roca mate adquiere el irisado de las muchas substancias que penetran en ella. Por el cambio de lugar del carbono, del azufre y del f?sforo, convi?rtese la cal en marga, dolomita y en espejuelo cristalino; ? consecuencia de esas combinaciones la roca se hincha ? se encoge, y lentas revoluciones se verifican en el seno de la monta?a. Pronto la piedra, comprimida en espacio harto estrecho, levanta y separa las hiladas superiores, hace caer enormes lienzos, y con lentos esfuerzos, cuyos resultados son iguales ? los de poderosa explosi?n, agrupa de nueva manera las rocas de la monta?a. Ora se contrae la piedra, ora se hiende, ya se abre en grutas, ya en galer?as, ya se verifican grandes hundimientos, modificando as? la apariencia y exterioridad del monte. A cada modificaci?n ?ntima en la composici?n de la roca, corresponde un cambio en el relieve. La monta?a reune en s? todas las revoluciones geol?gicas. Ha crecido durante millares de siglos, ha decrecido, durante igual tiempo, y en sus hiladas se suceden sin t?rmino todos los fen?menos de crecimiento y decrecimiento, de formaci?n y destrucci?n, que se verifican en la tierra en proporci?n mayor. La historia de la monta?a es la del planeta; destrucci?n incesante, inacabable renovaci?n.

Cada roca resume un periodo geol?gico. En esa monta?a de tan agraciado perfil, que surge de la tierra con tan nobles actitudes, creer?amos ver la obra de un d?a, tanto es la unidad del conjunto, y tanto es lo que concurren los pormenores ? la armon?a general. Y sin embargo, esta monta?a ha sido esculpida durante un mill?n de siglos. Ah?, antiguo granito relata las viej?simas edades en que a?n no hab?a cubierto la escoria terrestre la fibra vegetal. La egnesia que se form? quiz?s en la ?poca en que a?n no hab?an nacido animales ni plantas, nos dice que, cuando el Oc?ano la dej? en sus orillas, ya hab?an sido demolidas por las olas algunas monta?as. La placa de pizarra que conserva los huesos de un animal, ? solamente una ligera huella, nos cuenta la historia de las innumerables generaciones que se han sucedido sobre la tierra en la incesante batalla de la vida: los rastros de huella nos hablan de aquellos bosques inmensos, representados despu?s de su muerte por ligeras capas de carb?n; el acantilado calizo, amontonamiento de animales revelados por el microscopio, nos hace asistir al trabajo de las multitudes de organismos que pululaban en el fondo de los mares; los residuos de todas clases nos recuerdan las aguas pluviales, las nieves, los ventisqueros, los torrentes, limpiando los montes como lo hacen hoy y cambiando de siglo en siglo el teatro de su actividad.

Al pensar en todas esas revoluciones, en esas transformaciones incesantes, en esa serie continua de fen?menos que se producen en la monta?a, en el papel que representa en la vida general de la tierra y en la historia de la humanidad se comprende ? los primeros poetas que, con la base del Pamir ? del Bolor, contaron los mitos de donde se han derivado todos los restantes. D?cennos que la monta?a es una creadora; vierte en las llanuras las aguas fertilizadoras y les env?a el l?gamo alimenticio; con la ayuda del sol, da nacimiento ? plantas, animales y hombres; da flores al desierto y lo siembra de ciudades felices. Seg?n antigua leyenda hel?nica, el que hizo surgir los montes y model? la tierra fu? Eros, el dios eternamente joven, el primog?nito del caos, la naturaleza renovada sin cesar, el dios del amor eterno.

#Los desprendimientos#

No se transforma ?nicamente la monta?a en llanura por las erosiones que le hacen sufrir lluvias, heladas, nieves resbaladizas y aludes; tambi?n considerables fragmentos se desgarran violentamente para hundirse de pronto. Es frecuente semejante cat?strofe en las partes del monte donde los estratos, enderezados ? inclinados, est?n muy separados unos de otros por materias de diferente naturaleza que el agua puede ablandar ? disolver. Si estas substancias intermedias llegan ? desaparecer, las hiladas, desprovistas de apoyo, se derrumbar?n en el valle tarde ? temprano. Al lado de los grandes tajos, forman, despu?s de ca?dos estos restos, un cerro, un montecillo ? hasta una monta?a secundaria.

Una cima elevada, ? la cual gustaba yo de trepar por su aislamiento y la altiva belleza de sus aristas, me hab?a parecido siempre una roca independiente, sujeta por sus profundos cimientos ? la tierra subyacente, y no era, sin embargo, m?s que un desprendimiento de la monta?a vecina. Lo conoc? un d?a en la posici?n de las capas y en el aspecto de los planos de fractura visibles a?n en las dos paredes correspondientes. La masa derrumbada que llevaba consigo aldeas, campos, bosques y pastos, no hab?a hecho, despu?s de la rotura, m?s que girar sobre su base y dar vuelta sobre si misma. Una de sus caras estaba hundida en el suelo, y por el otro lado se hab?a desarraigado en parte. Al caer hab?a cerrado la salida de un valle, y el torrente, que en otro tiempo corr?a pac?ficamente por su fondo, hab?a tenido que transformarse en lago para cegar la hoya en que estaba encerrado y de donde vuelve ? bajar hoy en corrientes y cascadas sucesivas. Sin duda ocurrieron estos cambios antes de estar habitado el pa?s, porque la tradici?n no ha conservado el acontecimiento. El ge?logo es quien cuenta al aldeano la historia de su propia monta?a.

Cuanto ? los desmoronamientos de menor importancia, ? esas ca?das de rocas que, sin transformar aparentemente el aspecto de la comarca, no dejan de destruir los pastos, ni de aplastar ? los pueblos con sus habitantes, no necesitan los monta?eses que se los describan; desgraciadamente, hartas veces han presenciado tan terribles sucesos. Generalmente lo suelen conocer por anticipado. El impulso interior de la monta?a que trabaja, hace vibrar incesantemente ? las piedras en toda la pared; guijarros medio arrancados se separan primeramente y ruedan saltando ? lo largo de las pendientes; masas de mayor peso, arrastradas ? su vez, siguen ? las piedras, dibujando como ellas poderosas curvas en los espacios; despu?s les toca ? lienzos enteros de roca; todo lo que debe derrumbarse rompe los lazos que lo un?an al sistema interior de la monta?a, y de pronto espantoso granizo de pe?ascos cae sobre la llanura estremecida. El estr?pito es inenarrable; parece la lucha de cien huracanes. Hasta en mitad del d?a, los trozos de roca, mezclados con polvo, tierra vegetal y fragmentos de plantas, obscurecen completamente el cielo. Y ? veces, siniestros rel?mpagos producidos por pe?ascos que dan unos contra otros, brotan de la tiniebla. Despu?s de la tempestad, cuando la monta?a no desprende ya sobre la llanura rocas quebradas, cuando la atm?sfera ha aclarado otra vez, los habitantes de los campos respetados se acercan ? contemplar el desastre. Casas y jardines, cercados y pastos han desaparecido bajo el horroroso caos de piedras: all? duermen tambi?n el sue?o eterno amigos y parientes. Unos monta?eses me contaron que, en su valle, una aldea destru?da dos veces por esos aludes de piedras, ha sido edificada por tercera vez en el mismo sitio. Los habitantes habr?an querido huir de all? y elegir ancho valle para su morada; pero ning?n pueblo vecino quiso acogerlos ni cederlos tierras; han tenido que permanecer bajo la amenaza de las rocas suspendidas. Todas las noches algunas campanadas les recuerdan los pasados terrores y les advierten la suerte que quiz? les cabr? durante la noche.

Muchas rocas desplomadas que se ven en medio de los campos tienen leyendas terribles; otras hay cuya presa se les escap?. Uno de esos enormes pe?ascos, inclinado, y con la base arraigada por todas partes en el suelo, se yergue junto al camino. Al admirar sus soberbias proporciones, su potente masa, la finura de su grano, experimentaba yo cierto espanto. Una veredilla que se apartaba del camino, iba derecha hasta el pie de una piedra formidable. All? cerca estaban amontonados restos de vajilla y de carb?n; la valla de un jard?n se paraba bruscamente en la roca, y acirates de legumbres, medio invadidos por la hierba, rodeaban un lado de la enorme masa.

?Qui?n hab?a escogido tan caprichoso lugar para establecer all? un jard?n y para abandonarlo luego? Poco ? poco fu? comprendi?ndolo. El sendero, la pila de carb?n, el jard?n hab?an pertenecido ? una casuca aplastada entonces bajo la roca. Supe m?s tarde que durante la noche del derrumbamiento dorm?a un hombre solo en aquella casa; despert?le sobresaltadamente el estr?pito del pe?asco, bajando de punta en punta por la monta?a, y sali? escapado por la ventana para buscar abrigo detr?s del ribazo del torrente; apenas hab?a dejado su habitaci?n, cuando el enorme proyectil se desplomaba sobre la caba?a y la hund?a algunos metros en el terreno, bajo su peso. Desde su afortunada fuga, reconstruy? el hombre su choza, cobij?ndola confiadamente en la base de otra roca desprendida del muro formidable.

En m?s de un valle hay hacinamientos de piedras, las cuales forman desfiladeros por donde dif?cilmente se abren paso senderos y torrentes. Nada m?s curioso que el desorden de esas masas mezcladas en laberinto sin fin. Arriba, en la ladera del monte, se conoce todav?a, por el color y forma de las rocas, el lugar donde se produjo el desprendimiento; pero resulta inexplicable que un espacio de tan corta dimensi?n aparente haya podido vomitar en el valle semejante diluvio de piedras. En medio de esos caprichosos y formidables pe?ascos, al viajero se le antoja aquello un mundo extra?o, en nada semejante al planeta que conocemos, ? la superficie lisa ? regularmente sinuosa. Alzanse aqu? y all? rocas semejantes ? fant?sticos monumentos, que figuran torres, obeliscos, p?rticos almenados, fustes de columnas, tumbas erigidas ? derribadas. Puentes de una sola pieza ocultan el torrente; v?nse abismarse y desaparecer las aguas bajo el enorme arco y hasta su ruido deja de oirse. Entre los monstruosos edificios aparecen formas gigantescas, como las de los animales f?siles, cuyas osamentas dislocadas se hallan algunas veces en las capas terrestres. Megaterios, mastodontes, tortugas gigantescas, cocodrilos alados, todos esos seres quim?ricos se hacinan en el caos espantoso. Hay millares de piedras amontonadas en el desfiladero, y cualquiera de ellas podr?a servir de cantera y bastar para la construcci?n de pueblos enteros.

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