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Ebook has 955 lines and 65144 words, and 20 pages

OBRAS COMPLETAS DE D. JOS? MAR?A DE PEREDA

OBRAS COMPLETAS DE D. JOS? MAR?A DE PEREDA

A CINCO PESETAS TOMO EN MADRID

OBRAS COMPLETAS

D. JOS? M. DE PEREDA DE LA REAL ACADEMIA ESPA?OLA

CON UN PR?LOGO

POR D. MARCELINO MEN?NDEZ Y PELAYO

TOMO I

LOS HOMBRES DE PRO

SEXTA EDICI?N

MADRID LIBRER?A GENERAL DE VICTORIANO SU?REZ PRECIADOS, 48 1921

IMPRENTA CL?SICA ESPA?OLA. MADRID

DON JOS? MAR?A DE PEREDA

Esta rec?ndita virtud es la primera que todo monta??s, aun el m?s indocto, siente en los libros de Pereda, y por la cual, no s?lo los lee y relee, sino que se encari?a con la persona del autor, y le considera como de casa. No s? si ?ste es el triunfo que m?s puede contentar la vanidad literaria. S? ?nicamente que al autor le agrada m?s que otro alguno; y en verdad que puede andar orgulloso quien ha logrado dar forma art?stica y, en mi entender, imperecedera, al vago sentimiento de esta nuestra raza septentrional, que con rebosar de poes?a, no hab?a encontrado hasta estos ?ltimos tiempos su poeta.

Y eso que el artista no adulaba en modo alguno al personaje retratado, ni pretend?a haber descubierto ninguna Arcadia ignota; antes consist?a gran parte de su fuerza en sacar oro de la escoria y l?grimas del fango, haciendo que por la miseria atravesase un rayo de luz, que descubr?a en ella joyas ignoradas.

Estos primeros cuadros de Pereda, para m? los m?s admirables, no son ni los m?s conocidos de lectores extra?os, ni los que m?s han contribu?do a extender su nombre fuera de Cantabria. S?lo as? se explica la necia porf?a con que, a despecho de los datos cronol?gicos m?s evidentes, y cual si se tratase de un principiante reci?n llegado, insiste el vulgo cr?tico en emparentarle con escuelas francesas y con autores que a?n no hab?an hecho sus primeras armas cuando ya Pereda hab?a dado la m?s alta muestra de las suyas.

?Entend?a con esto Alfredo de Vigny, a quien tomo como uno de los ingenios m?s radicalmente idealistas que han existido; entend?a, digo, prescindir del estudio de la realidad, o m?s bien la daba como supuesto y condici?n obligada de todo arte digno de tal nombre? ?Qui?n dudar? que este ?ltimo era su pensamiento, cuando le vea imponer, ante todo, al artista dram?tico el estudio profundo de la verdad hist?rica de cada siglo, as? en el conjunto como en los detalles?

Advi?rtase que he escogido de intento el testimonio de uno de los rom?nticos m?s intransigentes, para que se vea c?mo no existe y debe tenerse por un fantasma, creado por las necesidades de la pol?mica, ese idealismo enemigo de la verdad humana, del cual triunfan tan f?cilmente los cr?ticos naturalistas, como triunfaba el ingenioso hidalgo de los cueros que encontr? en la venta. No hay en el mundo escuela alguna po?tica, ni de otro ning?n g?nero de arte, que se haya atrevido nunca a cargar con el sambenito de proclamar como dogma el desprecio del mundo objetivo, o exterior, o real, o como quiera llamarse. Lo convencional, lo falso, lo amanerado no es doctrina de ninguna escuela, sino pr?ctica funesta y viciosa de muchos artistas, que pueden caer en ella hasta por el camino del naturalismo.

La cuesti?n, evidentemente, no est? puesta ni puede ponerse entre la verdad de un lado y la falsedad de otro. Nadie que est? en su juicio puede declararse idealista, si el idealismo consiste en sustituir las quimeras y alucinaciones a las sanas y robustas realidades de la vida.

De aqu? que muchos, con reprensible ligereza, hayan cre?do salir del paso negando que tal cuesti?n exista, y que realismo e idealismo sean escuelas verdaderamente antit?ticas, puesto que todo productor de obras vivideras toma del natural sus elementos. A lo cual todav?a puede a?adirse que, formulada en esos t?rminos la cuesti?n, envuelve una verdadera logomaquia, a lo menos para las gentes, todav?a muy numerosas, que creemos en alguna metaf?sica, y afirmamos la existencia de algo superior a lo fenomenal, relativo y transitorio. Admitido el mundo de las ideas, no hay sino declarar que todo es a un tiempo real e ideal, seg?n se mire, sin que para esto sea preciso ahondar mucho en el sistema de Plat?n ni en el de Hegel.

Pero tal soluci?n, en fuerza de ser sencilla y de ser general?sima, es nula, porque borra todas las diferencias hist?ricas, merced a las cuales viven cabalmente y medran, siendo igualmente necesarios para el progreso del arte el llamado idealismo y el llamado naturalismo o realismo.

Los dogmas de esta escuela andan escritos en muchos libros, conforme a la costumbre moderna de escribir cada poeta y cada novelista su propia po?tica. As?, verbigracia, Zola, en cinco o seis libros sucesivos de cr?tica , ha aplicado sus principios a la novela y al teatro. Y entre nosotros los ha expuesto recientemente, y aun defendido hasta cierto punto, una ingenios?sima escritora gallega, mujer de muy brioso entendimiento y de varia y s?lida ciencia, bastante superior a la del maestro Zola, hombre inculto y de pocas letras, como sus libros preceptivos lo declaran.

Todo esto es, a la verdad, inaudito, y el aplauso y la boga que tales libros alcanzan en una naci?n tan civilizada como Francia, indican bien claro cu?n aceleradamente van retrogradando los estudios est?ticos, que parec?an llamados a tan gloriosos destinos despu?s del impulso que les imprimi? la mano tit?nica de Hegel.

Pero todo esto lo consigue el arte por medio de sus procedimientos, radicalmente contrarios a los de la ciencia, con la cual nunca puede confundirse sino en un t?rmino supremo, que no ha de buscarse ciertamente en los m?todos experimentales, sino en la cima de la especulaci?n ontol?gica, en aquella cumbre sagrada donde la verdad y la belleza son una misma cosa, aunque racionalmente todav?a se distingan.

Todo esto prueba, sin duda, lo soez y bestial del gusto del p?blico; pero prueba tambi?n otra cosa peor; es, a saber: el poco o ning?n respeto que los artistas tienen a la dignidad de su arte y la facilidad con que se dejan corromper y prostituir por su p?blico. Yo no entrar? en la escabros?sima cuesti?n ?tica de si puede o no tenerse por cosa inmoral la representaci?n art?stica de vicios y torpezas hediondas, cuando esto se hace, no con el fin de enaltecerlos, sino con el de clavarlos en la picota. La intenci?n social del autor puede ser san?sima, y de esto no disputo. El efecto que hagan en el lector tales pinturas ser? un efecto individual y distinto, seg?n la variedad de condiciones, temperamentos y edades. Pero sea lo que quiera del resultado ?tico de tales novelas, y aunque se diga, quiz? con raz?n, que, m?s que a malos pensamientos, provocan a asco, siempre ser? verdad que el g?nero es detestable, no ya por inmoral, sino por feo, repugnante, tabernario y extra?o a toda cultura, as? mundana como est?tica.

Nace de aqu? el escas?simo inter?s que la mayor parte de estas novelas despiertan y el tedio que a la larga causan, como que carecen, en realidad, de principio y de fin, y de medio tambi?n, reduci?ndose a una serie de escenas mejor o peor engarzadas, pero siempre de observaci?n externa y superficial, siendo para el autor un arca cerrada el mundo de los misterios psicol?gicos, ya que fuera demasiada indulgencia aplicar tal nombre a los actos ciegos y bestiales de individuos en quienes la estupidez ing?nita o los h?bitos viciosos, llegados a la extrema depravaci?n, han borrado casi del todo el car?cter de seres racionales.

Mucho parece que nos vamos alejando de Pereda, y, sin embargo, esta que parece digresi?n, era de todo punto necesaria para entender c?mo Pereda, que tiene a gala el ser realista, ha rechazado con indignaci?n en varios pr?logos suyos toda complicidad con los naturalistas franceses. Pero si del naturalismo se separa todo lo que contiene de elementos positivistas y fatalistas, y se separa tambi?n la protesta y reacci?n violenta contra el idealismo mujeril y enteco de los Feuillet y de otros novelistas de sal?n, a quienes Zola parece tener entre ceja y ceja, lo ?nico que queda de ?l es una afirmaci?n realista incompleta y una t?cnica minuciosa y detallista, que Pereda no puede condenar, puesto que la practica ?l mismo.

Casi parece una perogrullada decir que por el camino idealista se pueden hacer obras maestras; pero tal es la intolerancia de la cr?tica al uso, que nos obliga a reforzar esa verdad tan obvia. Es m?s: a quien naci? idealista, es decir, con un exceso de vida espiritual propia, que ti?e con sus matices el espect?culo de lo real, ser? siempre en vano predicarle que tome por otra senda, como ser? no menos imposible empe?o apartar de la suya al que, escaso de facultades imaginativas, ve las cosas como son, y les aplica el menor grado de transformaci?n art?stica posible.

Bajo dos aspectos principales puede y debe considerarse a Pereda: como autor de art?culos o cuadros sueltos de costumbres, y como novelista. La segunda manera es una evoluci?n natural de la primera, o m?s bien no es otra cosa que la primera ampliada.

De ?l se tiraron s?lo 25 ejemplares. Aviso a los bibli?filos del porvenir.

Y as? deb?a ser para que el libro surtiese el efecto que el se?or Pereda se propuso.

Eso acontece en Coteruco, pueblo que llegan a corromper dos intrigantes y un mentecato, sin otro fin que el de satisfacer ruines pasiones y venganzas. Y eso que Coteruco era antes el mejor pueblo del valle, y aun el dechado de todos los pueblos de la Monta?a, por la honradez y amor al trabajo de sus moradores. Deb?ase tal milagro a un don Rom?n P?rez de la Llos?a, se?or rico, franco y campechano, sin aires de patriarca de la aldea, pero con muy buen sentido y recta intenci?n en todo. El era la Providencia del pueblo, y su cocina la tertulia de Coteruco.

De fijo lo menos afortunado en la novela de Pereda es tambi?n el car?cter de la hero?na. Puede decirse, sin agravio de ?l, que los tipos femeniles y los di?logos de amor han sido, son y ser?n siempre la parte m?s endeble de su armadura de novelista. Y aun a?adir? que los huye, o los trata con frialdad y despego. Y, sin embargo, el car?cter de ?gueda estaba bien concebido, y ?cuan hermosos y tr?gicos efectos pod?a haber sacado el autor de la eterna lucha entre la pasi?n y la ley moral! Bien est? que Agueda, cat?lica a la espa?ola y monta?esa a toda ley, cumpla su deber sin aparato ni estruendo, aunque su resoluci?n le cause dolores mortales. Bien est? que su fe acendrada y robusta, su buen sentido natural, lo recto y nunca maleado de su raz?n la impidan transigir con la impiedad, aunque vaya unida a toda la gallard?a de la juventud, a todo el fuego de la pasi?n y a todo el poder y alteza del ingenio. Pero ?era preciso para esto hacerla tan impasible, estoica y marm?rea, cuando al fin era mujer y enamorada?

El paisaje en que toda esta gente vive y se mueve, es el paisaje monta??s de siempre. A quien haya le?do otros libros de Pereda, no es preciso decirle c?mo est?n descritos Valdecines y Perojales, y tambi?n es casi superfluo repetir que la obra es un tesoro de lengua, no con afectada y mec?nica correcci?n, sino con toda la riqueza, gala, armon?a y color del habla de nuestra Monta?a, pasada por el tamiz de un gusto privilegiado, aunque amante siempre de lo m?s espont?neo y de lo m?s r?stico.

El inter?s, cualquiera que ?l sea, de las dom?sticas disensiones entre el irascible don Ju?n de Prezanes y su vecino, pesa e importa poco ante el alarde de fuerza muscular de los nuevos Entellos y Dares, ante el empuje del ?brego desatado, o ante la nube de polvo que levantan novillos y terneras.

No le pese al insigne novelista monta??s ser m?s feliz en lo segundo que en lo primero. Lo uno es m?s f?cil, y es campo abierto a todos; lo otro es para pocos, y quien lo alcanza se acerca a las primitivas y sagradas fuentes de la poes?a humana, crecida y arrullada con los halagos de la madre Naturaleza; y con verlo todo m?s sencillo, lo ve m?s pr?ximo a su ra?z, m?s ?ntegro y m?s hermoso, y se levanta enormemente sobre todo este conjunto de est?riles complicaciones, de interiores ahumados, de figuras lacias, de sentimientos retorcidos y de psicolog?as pueriles, de que vive en gran parte la novela moderna. Yo confieso que en las novelas de Pereda, y sobre todo en ?sta, que yo, apart?ndome de la opini?n general, pongo sobre todas , llega a desagradarme lo que no es r?stico y agreste, y me impaciento hasta que tornan los Niscos y Chiscones, por muy bien y discretamente que haga hablar el autor a personajes de condici?n superior y m?s altos prop?sitos. Y no es desventaja del autor, sino ventaja de los tipos. Que as? como las inteligencias superiores, conforme m?s altas est?n en la escala, comprenden por menor n?mero de ideas, as? en el arte es lo m?s bello lo menos complejo, y es lo m?s alto lo m?s pr?ximo a la naturaleza simple y ruda.

M. MEN?NDEZ Y PELAYO.

POSTDATA

SOTILEZA

Y cuando estas tempestades no son metaf?ricas; cuando real y verdaderamente despliega el mar todas sus furias, y no por excepci?n, sino constante y diariamente, va educando el mar en los pueblos que le ci?en y sin cesar le hostigan y provocan a desaf?o, una raza tan entera, tan indomable y tan brav?a como los mismos huracanes, cuyo rugido acaricia su sue?o; tan ?spera como las puntas de la costa, sin cesar invadidas, salpicadas y agrietadas por la deshecha espuma; tan amarga y tan acentuadamente salina en la voz y en los ademanes, como que la comunicaron su penetrante acritud las ondas mismas; tan avezada a mirar la muerte de frente, que ni cabe en su ?nimo el temor pueril, ni la alegr?a insensata, ni el f?cil y liviano contentamiento, sino una cierta melancol?a resignada, un cierto modo grave, llano y sereno de mirar las cosas de la vida como si fuese palestra continua, en que el brazo se fortifica y se dilata el pecho, y la batalla se acepta cuando viene, sin provocarla est?rilmente.

LA PUCHERA

Y el libro ha salido triunfante de la prueba. Yo soy quien me quedo con el sentimiento de no haberle disfrutado con fruici?n espont?nea y sincera, sin pensar ni en la cr?tica ni en el p?blico, dej?ndome llevar s?lo por la magia del relato y por las dulces memorias que en mi esp?ritu evocaba. ?Duro e impertinente oficio el del que intenta razonar su propia impresi?n y la impresi?n ajena, para ahuecar luego la voz y decir solemnemente al p?blico lo que mucho mejor sienten y mucho mejor expresaran, si tal expresi?n cupiese en palabras, los cr?ticos que no escriben, los esp?ritus delicados y rectos a quienes no aqueja la comez?n de hacer confidente suyo al p?blico, y que por lo mismo rinden al autor, a quien admiran con admiraci?n silenciosa, tributo m?s de agradecer que el de vanos art?culos encomi?sticos!

Pero los tiempos andan tales, y crece tanto la depravaci?n del gusto, que empieza a ser ya deber de conciencia en todo el que clara u obscuramente profesa alg?n g?nero de magisterio literario, alzar la voz cuando una obra maestra aparece, y llamar la atenci?n del vulgo circunstante, para que no pase de largo por delante de ella, y se guarde de confundirla con el f?rrago de producciones insulsas y balad?es que son actualmente el oprobio de nuestras prensas.

Y ahora ya tiene el lector abierta la novela: no incurrir? en la puerilidad de contar su argumento; me basta con haber contado mi impresi?n.

M. MEN?NDEZ Y PELAYO.

ADVERTENCIA

Ignoro si con todos estos cambalaches y trastrueques falto a alguna ley que debe respetarse. Varios ejemplos, que recuerdo, me dicen que no; uno solo, pero de mucha calidad, afirma que ni las erratas de la primera edici?n de un libro deben desaparecer de las sucesivas, por respeto a los lectores que le poseen, o le han adquirido o conocido con ellas.

J.M. DE PEREDA.

Febrero de 1884.

LOS HOMBRES DE PRO

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