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Munafa ebook

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Read Ebook: Los Hombres de Pro by Pereda Jos Mar A De

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Ebook has 955 lines and 65144 words, and 20 pages

LOS HOMBRES DE PRO

CAP?TULO PRIMERO

En el tal pueblo todos los vecinos eran pobres, incluso el se?or cura, que se remendaba sus propios calzones y se aderezaba las cuatro patatas y pocas m?s alubias con que se alimentaba cada d?a.

Los tales pobres eran labradores de oficio, y todos, por consiguiente, com?an el miserable mendrugo cotidiano empapado en el sudor de un trabajo tan rudo como incesante.

Sim?n Cerojo, que acababa de recibir su licencia de soldado, que sab?a un poco de pluma y hab?a corrido media Espa?a con su regimiento, de cuyo coronel fue asistente cinco a?os, y era, adem?s, un mocet?n fresco y rollizo, se crey? con todas las condiciones exigidas por la vanidosa muchacha; y se atrevi? a pretenderla, no sin llevar encima, por memorial y a mayor abundamiento, en su primera visita, un reloj de cinco duros y alguna de la ropa que, como prenda <>, le hab?a regalado su coronel al despedirle. Acept? Juana la pretensi?n de buen grado, y se celebr? en su d?a la boda, con la posible solemnidad; y como Sim?n, hu?rfano de padres a?os hac?a, y sin pizca de parentela en el mundo, pose?a en su pueblo, por herencia, una casuca con su poco de balc?n a la plaza, traslad?se a ella el flamante matrimonio.

Como Sim?n manejaba la brocha casi tan bien como la pluma y la azuela, dando un pellizco al caudal de su mujer, blanque? la fachada principal, pint? de verde el balc?n y las ventanas y una cruz del mismo color sobre cada hueco; puso por veleta en el tejado, despu?s de retejarle convenientemente, un guardia civil de madera, apuntando con su fusil , y arregl? el cuarto del portal, que hasta entonces hab?a estado sirviendo de cubil. Coloc? en ?l, seg?n lo previamente pactado y convenido con su mujer, un mostrador y una estanter?a que improvis? con cuatro tablones viejos, e invirti? el resto de la herencia en aceite, aguardiente de ca?a, hormillas, hilo negro, cordones de justillo y otras baratijas por el estilo. Distribuy?se todo convenientemente entre el mostrador y la anaqueler?a; sent?se Juana detr?s del primero, muy grave y emperejilada; coloc? Sim?n sobre la puerta principal, y mirando a la plaza, un letrero verde en campo rojo, que dec?a:

en memoria del regimiento en que ?l hab?a servido, y qued? abierto al p?blico aquel establecimiento, tan necesario en un pueblo que hasta entonces hab?a tenido que surtirse en la villa, a dos leguas de distancia, de los art?culos m?s indispensables.

Por esta raz?n, la casa de Sim?n Cerojo era la ?nica que en el pueblo de que se trata ofrec?a un aspecto bastante risue?o..., si bien se nublaba un tantico los d?as festivos, por reunirse en ella m?s gente de la que dentro cab?a, a jugar a las cartas y a beber algo que no se parec?a al agua sino en el color. Mas eran ?stas ligeras nub?culas que trataba de disipar el se?or cura con algunas pl?ticas oportunas desde el altar mayor, aunque sin conseguirlo; pero que jam?s dieron que hacer cosa alguna al juzgado de primera instancia.

En efecto: ya se ha dicho que Sim?n fu? durante cinco a?os asistente de su coronel, y que le despidi? colm?ndole de atenciones, y, al decir del licenciado, de pruebas <>. Pues s?pase ahora, y es la verdad, que a pesar de haber sido ascendido a general en menos de dos a?os, por no s? qu? ni cu?ntos pronunciamientos, el tal se?or coronel no se desde?aba de responder muy atento a las cartas en que Sim?n le enviaba la enhorabuena, ni le escaseaba las ofertas de hacer algo por ?l cuando fuese necesario; ofertas que cumpli? en dos ocasiones, en las cuales el ex asistente le puso a prueba, no muy dura por cierto, en beneficio de dos convecinos suyos que se creyeron atropellados por la Administraci?n de Hacienda.

--Y ?c?mo Sim?n--se nos preguntar?--estaba al tanto de esos ascensos y de esas evoluciones de su antiguo jefe, viviendo en aquel humild?simo rinc?n?

Para responder a esta pregunta, hay que poner de manifiesto algo que Sim?n no mostraba a sus convecinos; y como yo hab?a de denunci?rselo al lector m?s tarde o m?s temprano, lo har? en este momento, y eso tendremos adelantado.

Hab?a en la naturaleza de Sim?n algo refractario a lo imposible. Para ?l, dentro de lo humano, todos los hombres eran capaces de todo; y si cuando le toc? la suerte de soldado alguien le hubiera dicho en broma <>, ?l, encogi?ndose de hombros, de seguro habr?a contestado muy serio para sus adentros: <>

No por esto le asust? su condici?n de soldado raso mientras sirvi? de asistente a su coronel. El c?mo y el cu?ndo no preocupaban a Sim?n gran cosa. Gust?bale mucho viajar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad; y viendo aqu? y escuchando all?, fue familiariz?ndose con ciertas cosas y acontecimientos, pero sin enamorarse de ellos. De este modo, al tomar su licencia en Madrid, sali? hacia su pueblo sin penas ni alegr?as; y al mirar a la corte desde lejos, envi?le una despedida que tanto pod?a significar <>, como <>.

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