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Read Ebook: Filosofía Fundamental Tomo II by Balmes Jaime Luciano
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next Page Prev PageEbook has 744 lines and 86267 words, and 15 pagesLa diferencia entre dichos estados no debe buscarse ?nicamente en la claridad y viveza de las sensaciones, y certeza actual que ellas engendran. Es indudable que ? veces en el sue?o se nos presentan las im?genes con tanta claridad como s? estuvi?ramos despiertos, y que por el momento la certeza es completa. ?Qui?n no ha experimentado durante el sue?o, viva alegr?a, ? terribles angustias? Es verdad que alguna y muy rara vez, al dispertar, tenemos la reminiscencia de que en el acto mismo del sue?o asomaba la duda de si so??bamos; pero esto sucede con poca frecuencia; y en general puede asegurarse, que el sue?o no anda acompa?ado de ese crep?sculo de razon reflexiva, que nos advierte de nuestro estado, y de la ilusion que padecemos. Por lo comun, mientras dura el sue?o, no abrigamos duda sobre lo que so?amos; y abrazamos ? un amigo con tierna efusion, ? lloramos desconsolados sobre su tumba, con las mismas afecciones que nos produciria la realidad. La diferencia no se halla en la incertidumbre del momento; pues que por el contrario, solemos tener certeza completa. ?D?nde est? pues? ?c?mo la se?ala la razon? ?c?mo viene la filosof?a en apoyo del sentido ?ntimo y del sentido comun? Esto es lo que vamos ? examinar. Prescindiendo de si las sensaciones tienen alguna relacion con objetos externos, de si su testimonio es suficiente para este ? aquel caso, y consider?ndolas ?nicamente como fen?menos de nuestra alma, existen dos ?rdenes de hechos completamente distintos por caract?res muy marcados: el sue?o y la vigilia. En lo ?ntimo de nuestra alma, estos dos estados son completamente distintos: aun en el sistema de los idealistas, es preciso reconocer esta distincion. Reflexionando sobre lo que experimentamos desde que vivimos, ? desde que tenemos conciencia de lo que pasa dentro de nosotros, podemos observar, que hay en nuestro ser dos clases de fen?menos. De una manera peri?dica y constante, experimentamos dos series de sensaciones: las unas mas ? menos claras, mas ? menos vivas, limitadas simplemente ? su objeto, sin el concurso de muchas de nuestras facultades, y sobre todo sin reflexion sobre ellas mismas; en pos vienen otras, siempre claras, siempre vivas, acompa?adas de actos de todas nuestras facultades, con reflexion sobre ellas, sobre su diferencia de las anteriores, con entera sujecion ? nuestra libre voluntad, en todo lo relativo ? variarlas, modificarlas, hacerlas desaparecer y reproducirlas, de mil maneras diferentes. Yo veo el papel sobre que escribo; reflexiono sobre esta vision, y me la quito cuando quiero y vuelvo ? tenerla cuando me agrada; y enlazo esta sensacion con otras, y con mil pensamientos, con mil caprichos, si as? me gusta. Lo que me sucede en este acto, me ha sucedido siempre, y me sucede mientras se verifica en m? esa serie de fen?menos en este estado que llamo de vigilia; mas si sue?o que escribo, aun cuando no me acontezca lo que suele, de no acertar ? dirigir la pluma, de no ver bien claro, de confundirse todo, no me siento con ese ejercicio simult?neo de todas mis facultades, no reflexiono sobre el estado en que me encuentro; no me hallo con esa conciencia plena de lo que hago, con ese dominio de m? mismo, con esa luz clara y viva, que en el estado de vigilia se derramaba sobre todos mis actos y sobre sus objetos. Dispierto, pienso en lo que hice, en lo que hago, en lo que har?: recuerdo los sue?os y los califico de ilusiones, y los juzgo como especies inconexas, extravagantes, y los comparo con el ?rden y la consecuencia de lo que se me ofrece en la vigilia. Nada de esto hago mientras sue?o: quiz?s habr? tambien una sensacion clara, viva; pero es de una manera independiente de mi voluntad; es una impresion aislada, es el uso de una facultad sola, sin el auxilio de las dem?s, sin comparaciones fijas y constantes, como las que recibo mientras estoy despierto; y sobre todo ese fen?meno desaparece en breve, y ? vuelvo ? estar sumido en un estado en que no tengo conciencia de mi ser, ? entro en otro, en que se reproduce la misma serie de fen?menos que antes: claros, l?cidos, conexos; sufriendo el ex?men de la razon que los compara entre s?, y con los anteriores. Luego, aparte toda idea de mundo externo, y aun de todo otro ser fuera de nosotros, tenemos la certeza de la distincion de los dos ?rdenes de fen?menos, que comprendemos en las palabras, sue?o y vigilia. Cuando pues se ha pretendido atacar la certeza de nuestros conocimientos fund?ndose en la dificultad de distinguir entre dichos estados, se ha echado mano de un argumento f?til, apoyado en un hecho completamente falso. Tan distante estoy de creer en la imposibilidad de distinguir filos?ficamente la vigilia del sue?o, que antes bien opino que la diferencia entre estos dos estados es uno de los hechos mas claros y ciertos de nuestra naturaleza. Asentada esta verdad, y supuesto que nadie duda de que las sensaciones que experimentamos durante el sue?o, no son producidas por objetos exteriores, y que por tanto no se las ha tomado nunca como medio de adquirir la verdad, pasemos ? otra cuestion de mas dificultad ? importancia. RELACION DE LAS SENSACIONES CON UN MUNDO EXTERNO. Nuestras sensaciones, ?tienen alguna relacion con objetos externos, ? son simples fen?menos de nuestra naturaleza? De la existencia de este mundo interno que resulta del conjunto de las escenas ofrecidas por las sensaciones, ?podemos inferir la existencia de un mundo externo? No se trata aqu? de la pr?ctica sino de la teor?a: esta cuestion ?nicamente se refiere ? las fuerzas del raciocinio, n? ? la voz de la naturaleza: voz mas fuerte que todos los discursos, y ? que nos es imposible resistir. Sea cual fuere el resultado que nos diere el ex?men filos?fico de las relaciones entre el mundo ideal y el real, es preciso someternos ? esa necesidad de nuestra naturaleza, que nos hace creer en la existencia de dichas relaciones. La humanidad, en la inmensa mayor?a de sus individuos, no ha pensado jam?s, ni probablemente pensar?, en semejante ex?men; y sin embargo, para ella, la existencia de un mundo real, distinto de nosotros, y en continua comunicacion con nosotros, est? al abrigo de toda duda. La naturaleza es antes que la filosof?a. No quiero indicar con esto que la razon sea impotente ? manifestar la legitimidad de la ilacion con que se deduce lo real de lo ideal, ? la existencia del mundo externo de la del interno; solo me propongo se?alar ? la filosof?a un linde, que si no la ilustra, al menos le inspire sobriedad en sus investigaciones, y desconfianza en sus resultados. Y con efecto: salta ? los ojos que debe de ser err?nea una ciencia que se oponga ? una necesidad y contradiga un hecho palpable: no merece el nombre de filosof?a, la que se pone en lucha con una ley que somete ? su indeclinable imperio la humanidad entera, incluso el fil?sofo que contra esta ley se atreve ? protestar. Todo lo que ella puede decir contra esa ley ser? tan especioso como se quiera; pero no ser? mas que una vana cavilacion: cavilacion que si la flaqueza del entendimiento no bastare ? deshacer, se encargaria de resistirla la naturaleza, hasta que una nueva existencia en otra vida nos venga ? revelar lo que hay en la profundidad de esos arcanos, y c?mo se enlazan esos eslabones cuyos puntos de contacto no divisar? la razon, mientras la naturaleza experimenta la irresistible trabazon con que la ligan en todos los momentos de su existencia. Que las sensaciones son algo mas que simples fen?menos de nuestra alma, que son efectos de una causa distinta de nosotros, lo demuestra la comparacion de ellas entre s?; unas las referimos ? un objeto externo, y otras n?: estos dos ?rdenes de fen?menos presentan caract?res muy distintos. Ahora hay en mi interior la representacion del pa?s en que he nacido y vivido en mis primeros a?os. Se me ofrece con toda claridad la espaciosa llanura con sus campos y praderas, con sus bajas colinas que ora forman montecillos aislados, ora se prolongan en varias direcciones, aplan?ndose hasta confundirse con el nivel del llano, ? levant?ndose gradualmente hasta entroncarse con los ramales de las monta?as. Veo la elevada cordillera de estas que rodea toda la llanura, y que hace de ella una vasta cuenca, donde no se divisa mas salida que por la parte del sud, y una que otra quebradura que parece rasgar en algunos puntos la grandiosa muralla alzada por la naturaleza. Todo esto se me representa muy bien en mi interior, ? pesar de hallarme ? mas de cien leguas de distancia: y se me representar? cuantas veces yo quiera, y por el tiempo que yo quiera. Quiz?s podr? acontecer que sin el concurso de mi voluntad se me ofrezca el mismo espect?culo; pero siempre soy libre de distraerme, corriendo por decirlo as? el telon, para no ver aquella escena; as? como de levantarle de nuevo cuando tenga ganas de presenciarla. Lo que me acontece en dicho ejemplo, se verifica con respecto ? much?simos otros; y as? es que experimento dentro de m? una serie de fen?menos que me representan objetos externos, pero sin ninguna necesidad que me fuerce ? estar sometido ? ellos; pues los quito y los reproduzco con simples actos de mi libre albedr?o. Al propio tiempo me acontece que siento en m? otra clase de fen?menos que no est?n pendientes de mi voluntad, que yo no puedo excitar ? quitar cuando quiero; sino que est?n sometidos ? ciertas condiciones, de las que me es imposible prescindir, so pena de no alcanzar lo que me propongo. Ahora estoy experimentando que se me representa un cuadro: ? en lenguaje comun, veo un cuadro que tengo delante. Supongamos que este sea un fen?meno puramente interno, y observemos las condiciones de su existencia, prescindiendo de toda realidad externa, inclusa la de mi cuerpo, y de los ?rganos por los cuales se me transmite, ? parece transmitirse la sensacion. Ahora experimento la sensacion.... ahora n?: ?qu? ha mediado? la sensacion de un movimiento, que ha producido otra sensacion de ver y que ha destruido la vision primera; ? pasando del lenguaje ideal al real, he interpuesto la mano entre los ojos y el objeto. ?C?mo es que mientras hay la sensacion ?ltima, no puedo reproducir la primera? Si existen objetos exteriores, si mis sensaciones son producidas por ellos, se ve claro que estar?n sujetas ? las condiciones que los mismos les impongan: pero si mis sensaciones; no son mas que fen?menos internos, entonces no hay medio de explicarlo. Esto es tanto mas incomprensible cuanto que en las sensaciones que nosotros consideramos como simples fen?menos, sin relacion inmediata con ningun objeto exterior, no hallamos ?ntima dependencia de unas con respecto ? otras; y antes por el contrario notamos mucha discordancia. Los fen?menos puramente internos, es decir, aquellos que nosotros reputamos verdaderamente por tales, tienen mucha dependencia de la voluntad, con relacion ? su existencia y tambien ? sus modificaciones. Yo reproduzco siempre que quiero en mi imaginacion, una escena en que se me representa la columna de la plaza Vendome de Paris; y la hago desaparecer cuando me gusta. Lo propio me sucede en todos los dem?s objetos que recuerdo haber visto: su presencia en mi interior depende de mi voluntad. Es cierto que ? veces se representan objetos que no quisiera, y que cuesta trabajo hacerlos desaparecer, pero tambien lo es que bastan algunos esfuerzos para que al fin desaparezcan. Habremos visto ? una persona moribunda: y durante algunos dias permanece estampada en nuestra imaginacion con su semblante p?lido y sudoriento, sus ojos desencajados, sus manos convulsivas, las contorsiones de su boca, su penoso estertor interrumpido por algunos ayes lastimeros; no somos due?os del todo de que no se nos presente repetidas veces la ingrata im?gen; pero es bien seguro que si para distraernos nos proponemos un c?lculo muy complicado, ? resolver un problema muy dif?cil, conseguiremos que la im?gen desaparezca. Por donde se ve que aun en los casos excepcionales, con tal que estemos en sano juicio, siempre ejerce nuestra voluntad una grande influencia sobre los fen?menos puramente internos. No sucede as? con los que est?n en relacion inmediata con lo exterior; si me hallo en presencia del moribundo no podr? menos de verle y de oirle: si aquellas sensaciones no son mas que un fen?meno interno, este fen?meno es de un ?rden muy distinto del otro: el uno es del todo independiente de mi voluntad, el otro n?. Cuando esta serie de fen?menos internos ? en lenguaje comun, aventuras de viaje, me las quiero representar solo interiormente, lo dispongo ? medida de mi gusto: me paro, ando con mas rapidez, de un salto atravieso cien leguas, me traslado de un punto ? otro sin pasar por los intermedios, en fin, no hallo ninguno de los inconvenientes que me hacen tan pesado eso que llamamos realidad. Estoy en un mundo donde yo mando, quiero: y el coche est? pronto, y el mayoral en su puesto, y el postillon en el suyo, y vuelo como llevado en alas del viento. Los bellos paisajes, los ingratos eriales, los montes gigantescos, las llanuras cuyo confin se une con el cielo, todo desfila ? mis ojos con una rapidez admirable: me canso de ir por tierra, y sin mas ni mas me planto en la cubierta de un barco en alta mar, y veo las olas agitadas, y oigo su mugido, y cual azotan los costados de la embarcacion, y la voz del piloto que da sus ?rdenes; veo las maniobras de los marineros, recorro las c?maras, hablo con los viajeros, todo sin sentir mal olor, sin padecer las ansias del mareo, ni presenciar las de otros. Las sensaciones puramente internas, si bien tienen entre s? algun enlace, mayormente cuando proceden de las externas, este enlace no es tal que no podamos modificarle de mil maneras. Cuando pensamos en el obelisco de la plaza de la Concordia, naturalmente se nos presentan las fuentes, y estatuas y surtidores, y el palacio de las Tuller?as, y el Templo de la Madalena, y los Campos El?seos, y el Palacio de la C?mara de los Diputados: pero est? en nuestras manos cambiar la escena, y sin mas que querer, trasladamos el obelisco en medio de la plaza de Oriente, y estamos mirando qu? efecto produce all?: hasta que satisfechos de la operacion le colocamos otra vez en su puesto ? no pensamos mas en ?l. Pero si se trata de la vision, ? sea el fen?meno externo, en vano nos esforzaremos en hacer semejantes maniobras: cada cosa est? en su lugar, ? ? lo menos as? lo parece: y las sensaciones est?n encadenadas entre s? con eslabones de hierro. La una viene despues de la otra, y nos es imposible salvar las intermedias. Resulta pues que la simple observacion de lo que pasa en nuestro interior, nos atestigua la existencia de dos ?rdenes de fen?menos totalmente distintos: en el uno, todo, ? casi todo, depende de nuestra voluntad, en el otro nada; en aquel, los fen?menos tienen entre s? ciertas relaciones, pero muy variables, y sujetas en buena parte ? nuestro capricho; en este, vemos dependientes los unos de los otros, y no se producen sino bajo determinadas condiciones. No puedo ver si no abro las ventanas para que entre la luz: el fen?meno de ventana y vision est?n necesariamente enlazados. Pero es notable que no lo est?n siempre: de noche las abro y no veo; y necesito otro fen?meno auxiliar que es la luz artificial; y por mas que quiero no puedo alterar esa ley de dependencia. ?Qu? indica todo esto? indica que los fen?menos independientes de nuestra voluntad y que est?n sujetos en su existencia y en sus accidentes ? leyes que nosotros no podemos alterar, son efectos de seres distintos de nosotros mismos. No son nosotros mismos, porque existimos muchas veces sin ellos; no son causados por nuestra voluntad, pues se presentan sin el concurso de ella, y muchas veces contra ella; no son efecto uno de otro en el ?rden puramente interior, porque acontece con mucha frecuencia que habi?ndose seguido mil y mil veces un fen?meno ? otro, deja de repente de existir el segundo por mas que se reproduzca el primero. Esto me conducen al ex?men de una hip?tesis con el cual se confirmar? mas y mas la doctrina establecida. UNA HIP?TESIS IDEALISTA. Si el sistema de los idealistas ha de subsistir, es preciso suponer que ese enlace y dependencia de los fen?menos que nosotros referimos ? los objetos externos, solo existe en nuestro interior, y que la causalidad que atribuimos ? los objetos externos, solo pertenece ? nuestros propios actos. Hoy; tiramos del cordon, y cosa extra?a, la campanilla no suena... ?cu?l ser? la causa? El fen?meno causante existe; porque sin duda pasa dentro de nosotros el acto que llamamos, tirar del cordon; y sin embargo tiramos y volvemos ? tirar, y la campanilla no suena. ?Qui?n ha alterado la sucesion fenomenal? ?por qu? poco antes un fen?meno producia el otro, y ahora n?? En mi interior no ha ocurrido novedad: el primer fen?meno lo experimento con la misma claridad y viveza que antes; ?c?mo es que no se presenta el segundo? ?c?mo es que este ?ltimo lo experimentaba siempre que queria, con solo excitar el primero, y ahora n?? El acto de mi voluntad lo ejerzo con la misma eficacia que antes; ?qui?n ha hecho que mi voluntad sea impotente? De aqu? se infieren dos cosas: 1.? que el segundo fen?meno no dependia del primero, considerado este ?nicamente como un hecho puramente interno, pues que ahora existe este del mismo modo que en los casos anteriores, y sin embargo no produce el otro; 2.? que tampoco depende del acto de mi voluntad; pues que el acto es firme y resuelto como antes, y no logra nada. A pesar de esto no puede dudarse que habia algun enlace entre los dos fen?menos, ya que infinitas veces se ha observado que el uno seguia al otro; lo que no puede explicarse por una mera casualidad. No siendo pues el uno causa del otro en el ?rden interior, debieron tener una dependencia en el ?rden exterior: es decir, que en el caso que estoy examinando, aunque continu? existiendo la causa que producia el uno, debi?se de interrumpir la conexion que esta causa tenia con la que producia el otro: y as? era en efecto; tirando del cordon no venia el sonido, por la sencilla razon de que habian quitado la campanilla. Esto se comprende, habiendo causas externas de lo que se llaman sensaciones: pero si estas se reducen ? simples fen?menos internos, no se puede se?alar un motivo razonable. Y es de notar que cuando quiero explicarme la falta de la sucesion de estas sensaciones que antes iban siempre unidas, puedo recurrir ? muchas que son muy diferentes como fen?menos internos, que como tales no tienen ninguna relacion ni semejanza, y que solo pueden tener algun enlace en cuanto corresponden ? objetos externos. Al buscar por qu? no suena la campanilla, para explicarme la razon de que se haya alterado el ?rden regular en mis apariencias, puedo pensar en varias causas, que por ahora consideraremos tambien como meras apariencias, ? fen?menos internos: puedo recibir las sensaciones siguientes: el cordon roto, el cordon enzarzado, la campanilla rota, la campanilla quitada, la campanilla sin badajuelo; ? todas estas sensaciones puedo yo referir la falta del sonido; y el referirlo ? ellas ser? lo mas irracional del mundo si las considero como simples hechos internos, pues como sensaciones en nada se parecen; y solo discurro racionalmente si ? cada una de estas sensaciones le hago corresponder un objeto externo, bastante por s? solo ? interrumpir la conexion del acto de tirar del cordon, con la vibracion del aire productora del sonido. De estas reflexiones se deduce: Con esto queda demostrada en cierto modo la existencia de los cuerpos, pues que examinando filos?ficamente el concepto de cuerpo, encontramos en ?l el de una cosa distinta de nuestro ser, y cuya presencia nos causa tales ? cuales sensaciones. La esencia ?ntima de los cuerpos nos es desconocida; y aun cuando se conociera, esto no serviria de nada para nuestro prop?sito, pues no tratamos de la idea que en tal caso se formaria el fil?sofo, sino de la que se forman la generalidad de los hombres. SI LA CAUSA EXTERNA ? INMEDIATA DE LAS SENSACIONES ES UNA CAUSA LIBRE. Contra la existencia de los cuerpos, se puede objetar una dificultad, grave ? primera vista, pero que en realidad es muy f?til. ?Qui?n sabe, se dir?, si hay alguna causa que produzca en nosotros todos los fen?menos que experimentamos, sin ser nada parecido ? la idea que nos formamos de un cuerpo? Dios, si quisiese, podria causar en nosotros una ? muchas sensaciones, sin mediar ningun cuerpo: ?qui?n nos asegura que esto no sucede? ?qui?n nos da la certeza de que no puedan hacer lo mismo otros seres, y por tanto de que no sea una pura ilusion todo cuanto imaginamos sobre un mundo corp?reo? La primera y mas sencilla solucion que se ofrece es que Dios, siendo infinitamente veraz, no puede enga?arnos, ni permitir que otras criaturas nos enga?en constantemente y de una manera para nosotros irresistible: pero esta solucion, si bien muy fundada, muy razonable y juiciosa, tiene el inconveniente de recurrir al ?rden moral para cimentar el f?sico, y as? no dejar? satisfechos completamente ? los que desearian ver demostrada la verdad del testimonio de los sentidos, con argumentos sacados de la misma naturaleza de las cosas. Yo creo que esto ?ltimo se puede conseguir: voy ? intentarlo. Luego existen fuera de nosotros un conjunto de seres sometidos ? leyes necesarias, los cuales producen nuestras sensaciones. Es tambien de notar que la influencia que ejercen sobre nosotros no solo no dimana en ellos de eleccion ni espontaneidad, sino que ni aun se presentan como dotados de actividad propia. El cuadro que est? en la pared me producirias mil veces una misma sensacion, si mil veces fijo la vista en ?l; y salvo el deterioro del tiempo, estaria produciendo la misma por toda la eternidad. Es evidente adem?s, que dichos seres est?n sujetos ? nuestra accion; pues aplic?ndolos de diferentes maneras somos due?os de hacerles producir impresiones diferentes. Estoy tocando una bola, y la continuidad de la sensacion de un cuerpo liso, duro y esf?rico, me asegura de que es uno mismo el ser que la produce durante cierto tiempo; y no obstante, en este intervalo, con la vista recibo del mismo objeto sensaciones muy varias, present?ndole ? la luz de diferentes maneras. La sujecion de estos seres ? leyes necesarias, no es precisamente con respecto ? las sensaciones, sino que mas bien es un enlace que tienen entre s?. La conexion de las impresiones que de ellos recibimos, es efecto de la dependencia que unos tienen con respecto ? otros: de suerte que para producir una impresion determinada, empleamos muchas veces un objeto, que no sirve para ello, si se le considera en s?, pero que nos proporciona lo que deseamos poniendo en accion ? otro. El descorrer una cortinilla nada tiene que ver con un magn?fico paisaje; y sin embargo muchas veces no hacemos mas cuando queremos proporcionarnos la agradable vista: la relacion ? que entonces atendemos no es la de las sensaciones sino la de sus objetos: la conexion que tienen estos es la que nos induce ? valernos del uno para conseguir el otro. Luego hay fuera de nosotros un conjunto de seres sometidos ? leyes fijas, tanto con respecto ? nuestras sensaciones como entre s?: luego existe el mundo externo; luego el interno que nos le representa, no es una pura ilusion. AN?LISIS DE LA OBJETIVIDAD DE LAS SENSACIONES. Para comprender ? fondo esta cuestion, ser? conveniente simplificarla, reduci?ndola ? un solo objeto. Tengo ? mi vista y en mi mano una manzana. Por lo demostrado mas arriba, estoy cierto de que existe un ser externo, relacionado con otros seres y con el mio por leyes necesarias; estoy cierto que de ?l me vienen diferentes impresiones: veo su color, figura y tama?o; percibo su olor, experimento su sabor; siento en la mano su magnitud, su peso, su figura, sus concavidades y convexidades, y oigo tambien el leve ruido que despide cuando la manoteo. La idea de cuerpo es una idea compuesta; por manera que la de la manzana ser?: la de una cosa externa, extensa, colorada, olorosa y sabrosa. Siempre que se reunan estas circunstancias, esto es, siempre que yo reciba de un objeto las mismas impresiones, dir? que tengo ? la vista una manzana. Examinemos ahora hasta qu? punto corresponde el objeto ? las sensaciones que nos causa. En esta parte, no es dif?cil explicar los fen?menos de las sensaciones, ni la correspondencia de ellas con los objetos externos; porque para salvar esta correspondencia basta que ellos sean realmente la causa de las mismas. No es tan f?cil la tarea en lo tocante ? la extension; pues esta propiedad es como la base de todas las otras sensibles: y prescindiendo de si constituye ? n? la esencia de los cuerpos, lo cierto es que nosotros no concebimos cuerpo donde no hay extension. Se palpar? la diferencia que va de la extension ? las dem?s calidades sensibles con la observacion siguiente. Cuando no hemos pensado jam?s en la relacion de los objetos externos con nuestras sensaciones, tenemos no s? qu? confusion sobre estos puntos; y el color, el olor, el sabor y hasta el sonido, los transferimos en cierto modo ? los mismos objetos, considerando confusamente estas cosas como calidades inherentes ? ellos. As? el ni?o y el r?stico creen que el color verde est? realmente en las hojas, que el olor est? en la rosa, el sonido en la campana, el sabor en la fruta. Pero es f?cil de notar que este es un juicio confuso de que no se dan cuenta ? s? mismos con toda claridad; juicio que puede ser alterado y aun destruido, sin destruir ni alterar el conjunto de las relaciones de nuestros sentidos con los objetos. As?, aun en edad muy tierna, nos acostumbramos con facilidad ? referir el color ? la luz, y hasta ? no fijarle en esta definitivamente, sino ? mirarle como una impresion producida en nuestro sentido por la accion de este agente misterioso. El olor tampoco nos cuesta trabajo considerarle como una sensacion dimanada de la accion de los efluvios de un cuerpo sobre el ?rgano del olfato; as? como el sonido dejamos de considerarle cual una cosa inherente al cuerpo sonoro, y no vemos en ?l mas que la impresion causada en el sentido por la vibracion del aire, conmovido ? su vez por la vibracion del cuerpo sonoro. Estas consideraciones filos?ficas que ? primera vista nos parecian estar en contradiccion con nuestro juicio, no alteran para nosotros el mundo externo; no causan un trastorno en las ideas que nos formamos de ?l; solo nos hacen fijar mas la atencion en algunas relaciones que deslind?bamos mal; y no nos permiten atribuir ? los objetos, mas de lo que tienen en realidad. Nos hacen limitar el testimonio de los sentidos ? la esfera que les pertenece, rectifican en algun modo los juicios que hab?amos formado; pero el mundo contin?a siendo el mismo que antes; solo que los encantos de la naturaleza, los hemos encontrado en mas ?ntima relacion con nuestro ser, notando que en ellos tienen mas parte nuestra organizacion y nuestra alma de lo que nos hab?amos imaginado. Pero destruyamos la extension, quitemos ? los objetos externos esta calidad, finjamos que ella no es mas que una simple sensacion, sin que sepamos otra cosa sino que hay un objeto que nos la causa, y desde entonces, el mundo corp?reo desaparece. Todo el sistema del universo se reducir? ? un conjunto de seres que nos causan diferentes impresiones; pero quitada la extension ya no nos formamos idea del cuerpo, ya no sabemos si todo lo que hemos pensado sobre el mundo es algo mas que una pura ilusion. Yo me resigno f?cilmente ? deshacerme de lo que creia en mi infancia de que el color que veo en mi mano est? en ella, de que el ruido que hace al chocar con la otra est? en ella; pero no puedo de ningun modo privarla de la extension; no puedo imaginar que la distancia de la palma al extremo de los dedos no sea mas que una pura sensacion, de que solo haya un ser que me la cause, sin saber si en la realidad esta distancia existe. A la fruta que encuentro sabrosa, le quito sin mucho trabajo los honores del sabor; y consider?ndola filos?ficamente, no tengo inconveniente en admitir que en ella no hay nada semejante ? este sabor, y s? tan solo, que est? compuesta de tal suerte que afecta el ?rgano del paladar de la manera conveniente para que yo reciba la sensacion agradable; pero no puedo quitar ? la fruta su extension, no puedo de ningun modo considerarla como una cosa indivisible; no me es dable mirar las distancias de uno ? otro punto de ella como meras sensaciones. Cuando me esfuerzo por contemplar como indivisible en s? el objeto sabroso, me esfuerzo en vano; y si por un momento me parece que llego ? vencer el instinto de la naturaleza, todo se me trastorna: con el mismo derecho que hago de la fruta una cosa indivisible lo hago del universo; y el universo indivisible no es para m? el universo; mi inteligencia se confunde, todo se aniquila al rededor de m?: sufro algo mas que la vista del caos; el caos se me presenta al menos como alguna cosa, bien que con horrible confusion de elementos en espantosas tinieblas; pero ahora sufro algo mas, pues el universo corp?reo, tal como le habia concebido, vuelve ? la nada. Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page |
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