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Munafa ebook

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Read Ebook: Impresiones Poesías by Campo Arana Jos

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Ebook has 265 lines and 30449 words, and 6 pages

IMPRESIONES

POES?AS DE JOS? CAMPO-ARANA

CON UN PR?LOGO DE DON C?RLOS COELLO

MADRID LIBRER?A DE M. MURILLO CALLE DE ALCAL?, N?M. 18 1876

AL EXCMO. SE?OR

D. FRANCISCO ROMERO Y ROBLEDO

JOS? CAMPO-ARANA.

Madrid 29 de Diciembre de 1875.

PR?LOGO.

La aparicion de las poes?as de Don Jos? Campo-Arana, es una de tantas respuestas victoriosas como la realidad ofrece diariamente ? los empe?ados en la triste tarea de probar al p?blico que atravesamos un per?odo de paralizacion y esterilidad art?stica; privando al talento del entusiasmo y de la f?, ?nicos est?mulos que para ?l dejan ? nuestra desangrada patria los que m?s prosaica y ventajosamente la explotan.

No hay que negarlo; los mercaderes est?n aposentados en el templo del arte, y el p?blico se hace su primer c?mplice concediendo decidida proteccion ? todo lo malo y escatim?ndola ? todo lo bueno: lo que vive cuando todo conspira ? su muerte, tendr? desgracia sin duda, pero no puede decirse con fundamento que carece de vitalidad.

El arte vive, y vive tan s?lo de s? mismo en nuestra sociedad indiferente, aturdida, ?vida siempre de sensaciones y embotada para los sentimientos. Nada puede el arte esperar de ella: ella, por el contrario, debe esperarlo todo de ?l. El arte regenerar? ? quien le abandona; el arte ense?ar? ? pensar ? quien los hechos no inspiran una reflexion; el arte ense?ar? ? sentir ? quien las desventuras que directamente no le tocan, arrancan tan pocas l?grimas.

El arte alienta y crece en Espa?a como una flor fragante entre pavorosas ruinas; y esto no es menester probarlo: basta con tomarse el sencillo trabajo de verlo.

Nuestros pintores, ?un despues de muertos Rosales y Fortuny, hacen el primer papel en los talleres de Roma, en los mercados de Par?s y L?ndres; y si consiguen sobreponerse ? las exigencias de una moda est?pida, que tiende ? empeque?ecer el tama?o y el asunto de sus concepciones, los nombres de Velazquez y Murillo no ser?n los ?nicos que pronuncie la posteridad con cari?oso respeto.

La m?sica, desde que Gaztambide, Barbieri y Monasterio echaron sobre s? la dif?cil tarea de descubrir ? nuestro filarm?nico pueblo tesoros para ?l ignorados, ensancha su esfera de accion en Espa?a. Marqu?s coloca sus inspiradas sinfon?as, sin extra?eza de nadie, con aprobacion de todos, al lado de las de Mozart y Beethoven, y Arrieta y Caballero engrandecen poco ? poco la zarzuela para que, en dia no lejano, la noble aspiracion de la ?pera espa?ola se convierta en hermosa y firme realidad.

Aunque la escultura no hubiera producido en nuestra ?poca otra cosa que la est?tua, tan bien concebida como ejecutada, del torero moribundo, que tanto nos hizo admirar y sentir en la ?ltima exposicion, y los nombres de Ponzano, Su?ol, los Vallmitjana y tantos otros no gozaran de reputacion europea, aquel atrevido intento, aquella est?tica innovacion, ser?a triunfo suficiente para la gloria de la m?s ingrata de las artes.

En cuanto ? la literatura... La grandeza del cuadro impone y espanta, pero su hermosura atrae y hace irresistible el deseo de ensanchar el ?nimo con el placer de su descripcion.

A su lado, y como huyendo avergonzados de la compa??a de los dem?s, nos muestran la espalda los tr?nsfugas de la literatura; los que van ? buscar en la pol?tica, m?s que el nombre que su natural disposicion les brindaba, un descr?dito probable por el pronto, y, ? la larga, el anatema ? el olvido.

No es insignificante el n?mero de los que en otro extremo del cuadro se impone al cansancio de nuestros ojos con la viveza y animacion de sus figuras. Echegaray, el hombre de ciencia, el pol?tico, aparece en primer t?rmino al frente de la alborotada multitud de los Zapata, los Herranz, los Sanchez de Castro, Gaspar, Calvo y Revilla, Barrera, Valc?rcel, Bustillo, Balaciart, etc., etc., etc., trocando el comp?s por la pluma, y trasform?ndose de un golpe en el autor dram?tico m?s atrevido de su ?poca.

Vedlos ? todos, entusiastas soldados del arte, escalar las ?speras alturas que guian ? la cumbre donde se asienta el templo de la Fama, enardecidos por la f? que rebosa en sus almas, por la hermosura de la conquista, y no m?nos que por todo eso, por las voces del ilustrado y ben?volo Navarrete, del ?tico Sanchez Perez, del tan discreto como bilioso Revilla, del juicioso y noble Garc?a Cadena, del entusiasta Alfonso, del concienzudo Cort?zar.

?Est?ril el per?odo literario que atravesamos! ?Vale la pena tan peregrina acusacion de que nos ocupemos de ella un momento m?s?

Si buena vida os quit?, buena sepultura os d?...

porque los cad?veres se habian extraviado por el garguero del gato de su casa, pidi? ? su padre dinero para comprar todos los billetes de la pr?xima extraccion de loter?a; medio ingenioso que habia imaginado el infante para sacar el premio gordo, comprar con ?l todos los p?jaros de la Plaza de Santa Ana, y en un dia y una hora darles libertad.

?Dulce, encantadora edad de la infancia, en que lo feo es bonito, toda ambicion posible, y hasta los remordimientos se presentan con forma c?mica!

Justo es decir que los que en ciertas ocasiones se mostraban implacables, eran cuando se estrenaba una obra de algun autor de merecido cr?dito, los que con m?s placer le palmoteaban y con m?s entusiasmo pedian su nombre.

Las ideas revolucionarias que los dominaban en pol?tica, los avasallaban tambien en literatura; y para ellos lo m?s exagerado era siempre lo mejor.

Os indignais sin razon Contra ese ultraje tan ruin; ?Puede, en ninguna ocasion, Amenguar un MORATIN La gloria de un CALDERON?

No puedo dejar de hablar de Ramos sin nombrar al que, unido constantemente ? ?l, lo completa como la postdata ? la carta en que falta algo. Me refiero ? cierto estudiantillo de taquigraf?a, asturiano de profesion, de alma de ni?o, de corazon de hombre, nacido para tener un amigo, y ? quien todos desean tener por tal. Toribio Granda idolatra ? Miguel Ramos como la madre quiere ? su hijo, y le admira sinceramente y le gru?e sin cesar, y sufre m?s que ?l, que es cuanto se puede decir, la noche en que estrenan alguna obra,--obra que la noche del estreno es tan de Toribio como de Miguel;--que tiene tanta influencia sobre Ramos, que, ? veces, hasta le hace trabajar.

Campo no es un sabio; pero con que nadie se lo conozca en sus escritos, con que posea la principal sabidur?a del hombre de letras , ?l tiene bastante y el lector de sobra.

Campo, que posee una facilidad, ? veces lamentable, para expresar sus pensamientos, paga ? menudo una licencia po?tica, que pudiera haberse excusado, con mil primores; ? la manera , ? la manera del ni?o que promete ? su madre no salir de casa en todo el domingo si le perdona media hora de escuela para ir ? ba?arse al rio con sus compa?eros... donde de milagro no se ahoga y de seguro se resfr?a.

Otra ventaja hay en los versos de Campo: rara vez deja de acudir la inspiracion ? su llamada. Para nuestro amigo, es siempre la poes?a una amante esposa que se entrega con tranquila felicidad ? su marido: n? la pobre mujer que fuerza un soldadote brutal y feroz.

Campo, esto no se puede negar, canta tan ? menudo lo que siente como lo que no siente, y creo en conciencia que ?l mismo no lo distingue: el poeta cantar? siempre mejor lo que cree sentir que lo que siente en realidad... ?Ay! Si expres?ramos bien lo que ? veces sentimos, ?qu? poeta no ser?a gran poeta? La verdad del sentimiento no logra nunca salir por entero del corazon: ha echado en ?l ra?ces: al exterior brotan ?nicamente las ramas, ?y ?stas son tales que parecen ?rboles! Campo escribi? indudablemente la hermosa poes?a que me hace la honra de dedicarme un dia que habia sostenido una discusion con un cl?rigo carlista, enter?dose del asesinato legal de Reus y leido algun tratado de filosof?a alemana...

Pero aqu? han terminado mis observaciones sobre su libro. En literatura, divido yo los cr?ticos en dos clases. Pertenecen ? la primera los que acogen sin prevencion, con benevolencia, las primeras obras de un j?ven, saben y comprenden lo dif?cil que es ponerse, s?lo ponerse, en el camino de la perfeccion art?stica, y censuran lo malo sin acritud, ensalzan lo bueno con expansion, y hacen con el principiante en tan dif?cil carrera lo que el h?bil doctor con el enfermo de que se encarga: lo animan, lo confortan, le prescriben el r?gimen m?s propio para su restablecimiento, y le hacen confiar en la conquista de la salud.

Pertenecen ? la segunda clase, los cr?ticos para quienes todo es malo, para quienes nadie sabe nada, para quienes nadie debe escribir; que vierten hiel sobre las primeras ilusiones de un alumno de las Musas, que mutilan sin piedad sus composiciones, ensa??ndose en ellas con tanta f? como alevos?a, como cristiano contra moro. A ?stos no les llamo yo cr?ticos, sino verdugos de los que en tiempos de triste recordacion atenaceaban el cuerpo, sacaban los ojos y cortaban las orejas ? los delincuentes... todo con el objeto de decidirlos ? la enmienda.

Sin ciencia ni entendimiento para lo primero, me encuentro con demasiado buen corazon para lo segundo, y dejo el libro de mi amigo querido ? los que de una clase y de otra no faltan en nuestra rep?blica literaria: ? los primeros se lo abandono con alegr?a y confianza; ? los segundos... por fuerza se lo entrego.

Llego aqu? fatigado, jadeante, como el que ha hecho una larga jornada, con gusto, pero con precipitacion excesiva, y conozco que he dicho muchas impertinencias, algunas verdades, y varias cosas que podria haber reservado para mejor ocasion... Sin embargo, ya es costumbre que al frente de toda nueva publicacion vayan unas cuantas p?ginas escritas con el objeto de que nadie las lea: Campo ha puesto empe?o en que el pr?logo de sus versos lleve mi firma; yo he dejado hablar por cuenta propia al corazon y ? la fantas?a: y comprendiendo, aunque algo tarde, que mi pr?logo podria carecer de inter?s, por lo m?nos, una reflexion me consuela de todas las dem?s. Si el pr?logo no se ha de leer, m?s vale que sea mio que de una persona autorizada.

C?RLOS COELLO.

INTRODUCCION

MELANCOL?A.

Yo padezco, lector, frecuentemente, --sin que sepa la causa verdadera ni si es cosa del cuerpo ? de la mente,-- una tristeza amarga, que inclemente me domina, me rinde y desespera.

La sangre que en mis venas comprimida caminaba en raudal impet?oso, parece detenerse en su carrera, y sin calor, sin fuerza, empobrecida, se desliza con paso perezoso como si en m? la vida se extinguiera. La luz no hiere con su lumbre pura mis ojos apagados donde ?ntes su fulgor resplandec?a, y ? trav?s de una niebla siempre oscura miro la alegre claridad del dia.

No hay eco que hasta m? llegue distinto, ni idea que despierte mi entusiasmo; no hallo placer que excite en m? el instinto, ni dolor que me saque del marasmo. Dios, la gloria, el amor, la patria, el arte, ?dolos de mi ardiente desvar?o, s?lo me inspiran pesaroso hast?o; que parece domar mi s?r inerte la calma precursora de la muerte.

Un remedio ? mi mal buscando en vano, ya me siento al piano y recorro con mano perezosa las teclas de marfil de uno ? otro extremo, modulando en su marcha caprichosa extra?as melod?as en las que siempre va del alma parte, llenas de extravagantes fantas?as, sin hilacion, sin formas y sin arte, brillantes una vez y otra sombr?as; canto salvaje que mi mente eleva sin que el arte lo cubra con su manto, que el viento nunca lleva ? donde yo lo env?o; notas de una oracion ? de un lamento que nadie escuchar quiere, y que van ? perderse en el vac?o ignoradas y solas, como el grito del n?ufrago que muere en el rumor de las revueltas olas.

Ya el ex?nime cuerpo abandonando ? la extra?a inaccion que le avasalla, los tristes ojos ? la luz cerrando, sin que la voluntad le oponga valla, dejo ? mi pensamiento libre vuelo; mas de un sue?o imposible en pos se lanza, y vaga en loco anhelo de un recuerdo ? un dolor ? ? una esperanza, de una idea ? otra idea, sin conseguir hallar lo que desea. Ya queriendo fijar mi pensamiento, sobre el blanco papel la mano puesta, expresar con palabras mi ?nsia intento; y comienzo novelas y canciones, y poemas, y dramas, y cien cosas que no pasan jam?s de tres renglones. Fragmentos que conservo en mi cartera, que leo con el alma estremecida, porque en esos fragmentos est? entera la historia de mi vida.

Mas todo en vano: ni en los dulces sones de la rica armon?a, ni en las anchas regiones donde mi pensamiento desvar?a, llenas de luz, de amor y de belleza, puedo encontrar alivio ? mi tristeza.

Si vuelvo ? Dios el ?nimo contrito y piedad de mi pena le demando con humilde fervor y acento blando, el aliento maldito de la duda cobarde y acerada ? envenenar mis pensamientos viene, y en mis labios detiene Una oracion apenas comenzada.

Vuelvo ent?nces los ojos ? la tierra y de m? se apodera horrible espanto al ver los s?res que en su seno encierra. Unos con rabia atroz, otros con llanto, alzan al cielo punzador gemido, y el de unos en el de otros confundido, en concierto infernal, que crece y crece como el mar al alzarse enfurecido, hacen llegar sin tregua hasta mi oido un grito de dolor que me enloquece.

Por fin, tras largas horas de ignorado martirio, el mal se aleja troc?ndose en hond?sima amargura que ya nunca me deja.

Ent?nces, ? mi afan suelto la llave y escribo, sin pensar adquirir gloria ni de fama ? de t?tulos ansioso, --que esa ambicion en m? fuera irrisoria. Escribo, como llora el desgraciado, como canta el alegre; porque el pecho es para el hondo sentimiento estrecho y se desborda el duelo ? la alegr?a, ?sta con expansiva carcajada, aqu?l en una l?grima sombr?a. Escribo sin buscar otra ventura, sin anhelar m?s precio ? mis canciones que desahogar un poco mi amargura.

No busques pues, lector, en m? al poeta ni al hablista galano, ni al pensador severo: Dios me neg? favor tan soberano y yo que fiel su voluntad venero, ? mi modesta inspiracion me allano. Dotes tan altas, ni fingirlas puede el mortal ? quien ?l no las concede.

?D?NDE EST??

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