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Munafa ebook

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Read Ebook: Los pazos de Ulloa by Pardo Baz N Emilia Condesa De

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Ebook has 675 lines and 54975 words, and 14 pages

--?Si levantase la cabeza tal d?a como hoy tu madre que en gloria est?!

Tomo II

Quedaban migajas, no muy a?ejas a?n, del pan de la boda, cuando don Pedro celebr? con Juli?n una conferencia, conviniendo ambos en lo urgente de que el capell?n se adelantase a salir a los Pazos para adoptar varias precauciones indispensables y civilizar algo la huronera, mientras no iban a vivirla sus due?os. Juli?n acept? la comisi?n, y entonces el se?orito mostr? remordimientos o escr?pulos de hab?rsela encomendado.

--Mire usted--advirti?--que all? se necesitan muchas agallas.... Primitivo es hombre de malos h?gados, capaz de darle a usted cien vueltas....

--Dios delante. Matar no me matar?.

--No lo diga usted dos veces--insisti? el se?or de Ulloa, impulsado por voces de su conciencia, que en aquel momento se dejaban o?r claras y apremiantes--. Ya le avis? a usted en otra ocasi?n de c?mo es Primitivo: capaz de cualquier desafuero.... Lo que yo no creo es que vaya a cometer barbaridades por gusto de cometerlas, ni aun en el primer momento, cuando le ciega el deseo de la venganza.... Con todo....

No era ?sta la ?nica vez que don Pedro manifestaba sagacidad en el conocimiento de caracteres y personas, don esterilizado por la falta de nociones de cultura moral y delicadeza, de ?sas que hoy exige la sociedad a quien, mediante el nacimiento, la riqueza o el poder, ocupa en ella lugar preeminente.

Prosigui? el se?orito:

--Primitivo no es un b?rbaro.... Pero es un brib?n redomado y taimad?simo, que no se para en barras con tal de lograr sus fines.... ?Demontres! Harto estoy de saberlo.... El d?a que nos vinimos... si ?l pudiese detenernos sopl?ndonos un tiro a mansalva... no doy dos cuartos por su pellejo de usted ni por el m?o.

Estremeci?se Juli?n, y se le borraron las rosadas tintas de los p?mulos. No era de madera de h?roes, lo cual le sal?a a la cara. A don Pedro le divert?a infinito el miedo del capell?n. En la ?ndole de don Pedro hab?a un fondo de crueldad, sostenido por su vida grosera.

--Apostemos--exclam? ri?ndose--que la cruz aqu?lla del camino va usted a pasarla rezando.

--No digo que no--contest? Juli?n repuesto ya--; mas no por eso me niego a ir. Es mi deber; de suerte que no hago nada de extraordinario en cumplirlo. Dios sobre todo.... A veces no es tan fiero el le?n como lo pintan.

--No le tiene cuenta ahora a Primitivo meterse en dibujos.

Call? Juli?n. Al cabo exclam?:

--Se?orito, ?si usted adoptase una buena resoluci?n! ?Echar a ese hombre, se?orito, echarlo!

--Calle usted, hombre, calle usted.... Le pondremos a raya.... Pero eso de echar.... ?Y los perros? ?Y la caza? ?Y aquellas gentes, y todo aquel cotarro, que nadie me lo entiende sino ?l? Deseng??ese usted: sin Primitivo no me arreglo yo all?.... Haga usted la prueba, s?lo por gusto, de aquillotrarme algunas cosas de las que Primitivo maneja durmiendo.... Adem?s, crea usted lo que le digo, que es como el Evangelio: si echa usted a Primitivo por la puerta, se nos entrar? por la ventana. ?Diantre! ?Si sabr? yo qui?n es Primitivo!

Juli?n balbuci?:

--?Y... de lo dem?s...?

--De lo dem?s.... Arr?glese usted como quiera.... Lleva usted plenos poderes.

No sin aprensi?n cruz? de nuevo el triste pa?s de lobos que anteced?a al valle de los Pazos. El cazador le aguardaba en Cebre, e hicieron la jornada juntos; Primitivo, por m?s se?as, se mostr? tan sumiso y respetuoso, que Juli?n, quien al rev?s que don Pedro pose?a el don de errar en el conocimiento pr?ctico de las gentes, guardando los aciertos para el terreno especulativo y abstracto, fue poco a poco desechando la desconfianza, y persuadi?ndose de que ya no ten?a el zorro intenciones de morder. El rostro impasible de Primitivo no revelaba rencor ni enojo. Con su laconismo y seriedad habituales, hablaba del tiempo desapacible y metido en agua, que casi no hab?a consentido majar, ni segar el ma?z, ni vendimiar como Dios manda, ni cumplir en paz ninguna de las grandes faenas agr?colas. Estaba en efecto el camino encharcado, lleno de aguazales, y como hab?a llovido por la ma?ana tambi?n, los pinos dejaban escurrir de las verdes y brillantes p?as de su ramaje gotas de agua que se aplastaban en el sombrero de los viajeros. Juli?n iba perdiendo el miedo y un gozo muy puro le inundaba el esp?ritu cuando salud? al crucero con verdadera efusi?n religiosa.

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Cortaron el soliloquio ladridos vehementes: era la jaur?a del marqu?s, que sal?a a recibir al montero mayor, haciendo locas demostraciones de regocijo, zarandeando los rabos mutilados y abriendo de una cuarta las fresqu?simas bocas. Acarici?los Primitivo con su enjuta mano, pues era sumamente afectuoso para los perros; y al nieto, que en pos de los perros ven?a, le dio una especie de festivo soplamocos. Quiso Juli?n besar al ni?o, pero ?ste se puso en polvorosa antes de que pudiese lograrlo; y el capell?n experiment? otra vez compasivos remordimientos, causados por la vista de la ya repudiada criatura. A Sabel la hall? en el sitio de costumbre, entre sus pucheros, pero sin el antiguo s?quito de aldeanas viejas y mozas, de la Sabia y su dilatada progenie. Reinaba en la cocina orden perfecto: todo limpio, sosegado y solitario; la persona m?s severa y amiga de censurar no encontrar?a qu?. El capell?n comenzaba a sentirse confuso viendo en ausencia suya tanto arreglo, y a temer que su venida lo trastornara: idea dictada por su nativa timidez. A la hora de cenar aument? su sorpresa. Primitivo, m?s blando que un guante, le daba cuenta en voz reposada de lo ocurrido all? durante medio a?o, en materia de vacas paridas, obras emprendidas, rentas cobradas; y mientras el padre reconoc?a as? su autoridad superior, la hija le serv?a diligente y humilde, con pegajosa dulzura de animal dom?stico que implora caricias. No sab?a Juli?n qu? cara poner en vista de una acogida tan cordial.

Crey? que mudar?an de actitud al d?a siguiente, cuando, haciendo uso de los plen?simos poderes y facultades omn?modas de que ven?a investido, orden? a la Agar y al Ismael de aquel patriarcado emigrar al desierto. ?Milagro asombroso! Tampoco se alter? entonces la mansedumbre de Primitivo.

--Los se?oritos traer?n cocinera de all?, de Santiago...--explicaba Juli?n, para fundar en algo la expulsi?n.

--?Usted?--exclam? Juli?n, estupefacto.

--S?, se?or.... La hija se me quiere casar....

--?Sabel?

Sinti? Juli?n un sofoc?n de pura alegr?a. No pudo menos de pensar que en todo aquel negocio de Sabel andaba visiblemente la mano de la Providencia. ?Sabel casada, alejada de all?; el peligro conjurado; las cosas en orden, la salvaci?n segura! Una vez m?s dio gracias al Dios bondadoso que quita los estorbos de delante cuando la mezquina previsi?n humana no cree posible removerlos siquiera.... La satisfacci?n que le rebosaba en el semblante era tal, que se avergonz? de mostrarla ante Primitivo, y empez? a charlar aprisa, por disimulo, felicitando al cazador y augurando a Sabel un porvenir de ventura en el nuevo estado. Aquella noche misma escribi? al marqu?s la buena noticia.

Pasaron d?as, siempre bonancibles. Prosegu?a Sabel mansa, Primitivo complaciente, Perucho invisible, la cocina desierta. S?lo notaba Juli?n cierta resistencia pasiva en lo tocante al gobierno de los estados y hacienda del marqu?s. En este terreno le fue absolutamente imposible adelantar una pulgada. Primitivo sosten?a su posici?n de verdadero administrador, apoderado, y, entre bastidores, aut?crata: Juli?n comprend?a que sus plenos poderes importaban tanto como la carabina de Ambrosio, y hasta pudo cerciorarse, por indicios evidentes, de que el influjo que ejerc?a el cazador en el circuito de los Pazos iba haci?ndose extensivo a toda la comarca; a menudo ven?an a conferenciar con el mayordomo, en actitud respetuosa y servil, gentes de Cebre, de Castrodorna, de Bo?n, de puntos m?s distantes todav?a. En cuatro leguas a la redonda no se mov?a una paja sin intervenci?n y aquiescencia de Primitivo. No pose?a Juli?n fuerzas para luchar con ?l, ni lo intentaba, pareci?ndole secundario el perjuicio que a la casa de Ulloa originase la mala administraci?n de Primitivo, en proporci?n al da?o inmenso que estuvo a punto de causarle Sabel. Descartarse de la hija lo ten?a ?l por importante; en cuanto al padre....

Verdad es que la hija no se marchaba tampoco; pero se marchar?a, ?no faltaba m?s! ?Qui?n duda que se marchar?a? Tranquilizaba a Juli?n una se?al en su concepto infalible: el haber sorprendido cierto anochecer, cerca del pajar, a Sabel y al gallardo gaitero entretenidos en coloquios m?s dulces que edificantes. Le ruboriz? el encuentro, pero hizo la vista gorda reflexionando que aquello era, por decirlo as?, la antesala del altar. Seguro de la victoria respecto a la mala hembra, transigi? en lo relativo al mayordomo. Cuanto m?s que ?ste no rechazaba las indicaciones de Juli?n, ni le llevaba la contraria en cosa alguna. Si el capell?n ideaba planes, censuraba abusos o insist?a en la urgente necesidad de una reforma, Primitivo aprobaba, allanaba el camino, suger?a medios, de palabra se entiende; al llegar a la realizaci?n, ya era harina de otro costal: empezaban las dificultades, las dilaciones: que hoy... que ma?ana.... No hay fuerza comparable a la inercia. Primitivo dec?a a Juli?n para consolarle:

--Una cosa es hablar, y otra hacer....

O matar a Primitivo, o entreg?rsele a discreci?n: el capell?n comprend?a que no quedaba otro recurso. Fue un d?a a desahogar sus cuitas con don Eugenio, el abad de Naya, cuyos discretos pareceres le alentaban mucho. Encontr?le todo alborotado con los noticiones pol?ticos, que acababan de confirmar los pocos peri?dicos que se recib?an en aquellos andurriales. La marina se hab?a sublevado, echando del trono a la reina, y ?sta se encontraba ya en Francia, y se constitu?a un gobierno provisional, y se contaba de una batalla re?id?sima en el puente de Alcolea, y el ej?rcito se adher?a, y el diablo y su madre.... Don Eugenio andaba, de puro excitado, medio loco, proyectando irse a Santiago sin dilaci?n para saber noticias ciertas. ?Qu? dir?an el se?or Arcipreste y el abad de Bo?n! ?Y Barbacana? Ahora s? que Barbacana estaba fresco: su eterno adversario Trampeta, amigo de los unionistas, se le montar?a encima por los siglos de los siglos, am?n. Con el embullo de estos acontecimientos, apenas atendi? el abad de Naya a las tribulaciones de Juli?n.

Trataba don Manuel de descortezar a don Pedro; y no s?lo fue trabajo perdido, sino contraproducente, pues recrudeci? su soberbia y le infundi? mayores deseos de emanciparse de todo yugo. Aspiraba el se?or de la Lage a que su sobrino se estableciese en Santiago, levantando la casa de los Pazos y visit?ndola los veranos solamente, a fin de recrearse y vigilar sus fincas; y al dar tales consejos a su yerno, los entreveraba con indirectas y alusiones, para demostrar que nada ignoraba de cuanto suced?a en la vieja madriguera de los Ulloas. Este g?nero de imposici?n y fiscalizaci?n, aunque tan disculpable, irrit? a don Pedro, que seg?n dec?a, no aguantaba ancas ni gustaba de ser manejado por nadie en el mundo.

--Por lo mismo--declar? un d?a delante de su mujer--vamos a tomar soleta pronto. A m? nadie me trae y lleva desde que pas? de chiquillo. Si callo a veces, es porque estoy en casa ajena.

Estar en casa ajena le exaltaba. Todo cuanto ve?a lo encontraba censurable y antip?tico. El decoroso fausto del se?or de la Lage; sus bandejas y candelabros de plata; su mueblaje rico y antiguo; la respetabilidad de sus relaciones, compuestas de lo m?s selecto de la ciudad; su honesta tertulia nocturna de can?nigos y personas formales que ven?an a hacerle la partida de tresillo; sus criados respetuosos, a veces descuidados, pero nunca insolentes ni entrometidos, todo se le figuraba a don Pedro s?tira viviente del desarreglo de los Pazos, de aquella vida torpe, de las comidas sin mantel, de las ventanas sin vidrios, de la familiaridad con mozas y ga?anes. Y no se le despertaba la saludable emulaci?n, sino la ruin envidia y su hermano el ce?udo despecho. ?nicamente le consolaban los desatinados amor?os de Carmen; celebraba la gracia, frot?ndose las manos, siempre que en el Casino se comentaba la procacidad del estudiante y el descaro de la chiquilla. ?Que rabiase su suegro! No bastaba tener sillas de damasco y alfombras para evitar esc?ndalos.

Los altercados de don Pedro con su t?o iban agri?ndose, y vino a envenenarlos la discusi?n pol?tica, que enzarza m?s que ninguna otra, especialmente a los que discuten por impresi?n, sin ideas fijas y razonadas. Fuerza es confesar que el marqu?s estaba en este caso. Don Manuel no era ning?n lince, pero afiliado plat?nicamente desde muchos a?os atr?s al partido moderado puro, hecho a leer peri?dicos, conoc?a la rutina; y hab?a tomado tan a contrapelo el chasco de Gonz?lez Bravo y la marcha de Isabel II, que se disparaba, poni?ndose a dos dedos de ahogarse, cuando el sobrino, por molestarle, le contradec?a, disculpaba a los revolucionarios, repet?a las enormidades que la prensa y las lenguas de entonces propalaban contra la majestad ca?da, y aparentaba creerlas como art?culo de fe. El t?o le rebat?a con acritud y calor, alzando al cielo las gigantescas manos.

--All? en las aldeas--dec?a--se traga todo, hasta el mayor disparate.... No ten?is formado el criterio, hijo, no ten?is formado el criterio, ?sa es vuestra desgracia.... Lo mir?is todo al trav?s de un punto de vista que os forj?is vosotros mismos... . Hay que juzgar con la experiencia, con la sensatez.

--?Y usted se figura que somos tontos los que venimos de all?...? Puede ser que a?n tengamos m?s pesquis, y veamos lo que ustedes no ven... . Cr?ame usted, t?o, en todas partes hay bobalicones que se maman el dedo.... ?Vaya si los hay!

La discusi?n tomaba car?cter personal y agresivo; sol?a esto ocurrir a la hora de la sobremesa; las tazas del caf? chocaban furiosas contra los platillos; don Manuel, tr?mulo de coraje, vert?a el anisete al llevarlo a la boca; t?o y sobrino alzaban la voz mucho m?s de lo regular, y despu?s de alg?n descompasado grito o frase dura, hab?a instantes de armado silencio, de muda hostilidad, en que las chicas se miraban y Nucha, con la cabeza baja, redondeaba bolitas de miga de pan o doblaba muy despacio las servilletas de todos desliz?ndolas en las anillas. Don Pedro se levantaba de repente, rechazando su silla con energ?a, y, haciendo temblar el piso bajo su andar fuerte, se largaba al Casino, donde las mesas de tresillo funcionaban d?a y noche.

Impaciente ya, resolvi? don Pedro la marcha antes de que pasase la inclemencia del invierno, a fines de un marzo muy esquivo y desapacible. Sal?a el coche para Cebre tan de madrugada, que no se ve?a casi; hac?a un fr?o cruel, y Nucha, acurrucada en el rinc?n del inc?modo veh?culo, se llevaba a menudo el pa?uelo a los ojos, por lo cual su marido la interpel? con poca blandura:

--?Parece que vienes de mala gana conmigo?

--?Qu? cosas tienes!--respondi? la muchacha destapando el rostro y sonriendo--. Es natural que sienta dejar al pobre pap? y... y a las chicas.

--Pues ellas--murmur? el se?orito--me parece que no te echar?n memoriales para que vuelvas.

Nucha call?. El carruaje brincaba en los baches de la salida, y el mayoral, con voz ronca, animaba al tiro. Alcanzaron la carretera y rod? el armatoste sobre una superficie m?s igual. Nucha reanud? el di?logo preguntando a su marido pormenores relativos a los Pazos, conversaci?n a que ?l se prestaba gustoso, ponderando hiperb?licamente la hermosura y salubridad del pa?s, encareciendo la antig?edad del caser?n y alabando la vida c?moda e independiente que all? se hac?a.

--No creas--dec?a a su mujer, alzando la voz para que no la cubriese el ruido de los cascabeles y el retemblar de los vidrios--, no creas que no hay gente fina all?.... La casa est? rodeada de se?or?o principal: las se?oritas de Molende, que son muy simp?ticas; Ram?n Limioso, un cumplido caballero.... Tambi?n nos har? compa??a el Abad de Naya.... ?Pues y el nuestro, el de Ulloa, que es presentado por m?! ?se es tan m?o como los perros que llevo a cazar.... No le mando que ladre y que porte porque no se me antoja. ?Ya ver?s, ya ver?s! All? es uno alguien y supone algo.

A medida que se acercaban a Cebre, que entraba en sus dominios, se redoblaba la alegre locuacidad de don Pedro. Se?alaba a los grupos de casta?os, a los escuetos montes de aliaga y exclamaba regocijad?simo:

--?Foro de casa...! ?Foro de casa...! No corre por ah? una liebre que no paste en tierra m?a.

La entrada en Cebre acrecent? su alborozo. Delante de la posada aguardaban Primitivo y Juli?n; aqu?l con su cara de metal, enigm?tica y dura, ?ste con el rostro dilatado por afectuos?sima sonrisa. Nucha le salud? con no menor cordialidad. Bajaron los equipajes, y Primitivo se adelant? trayendo a don Pedro su lucia y viva yegua casta?a. Iba ?ste a montar, cuando repar? en la cabalgadura que estaba dispuesta para Nucha, y era una mula alta, maligna y tozuda, arreada con aparejo redondo, de esos que por formar en el centro una especie de comba, m?s parecen hechos para despedir al jinete que para sustentarlo.

--?C?mo no le has tra?do a la se?orita la borrica?--pregunt? don Pedro, deteni?ndose antes de montar, con un pie en el estribo y una mano asida a las crines de la yegua, y mirando al cazador con desconfianza.

Primitivo articul? no s? qu? de una pata coja, de un tumor fr?o....

--?Y no hay m?s borricos en el pa?s?, ?eh? A m? no me vengas con eso. Te sobraba tiempo para buscar diez pollinas.

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