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Read Ebook: Los pazos de Ulloa by Pardo Baz N Emilia Condesa De
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next Page Prev PageEbook has 675 lines and 54975 words, and 14 pages--?Y no hay m?s borricos en el pa?s?, ?eh? A m? no me vengas con eso. Te sobraba tiempo para buscar diez pollinas. Volvi?se hacia su mujer, y como para tranquilizar su conciencia, pregunt?le: --?Tienes miedo, chica? T? no estar?s acostumbrada a montar. ?Has andado alguna vez en esta casta de aparejos? ?Sabes tenerte en ellos? Nucha permanec?a indecisa, recogiendo el vestido con la diestra, sin soltar de la otra el saquillo de viaje. Al cabo murmur?: --Lo que es tenerme, s?.... El a?o pasado, cuando estuve de ba?os, mont? en mil aparejos nunca vistos.... S?lo que ahora.... Solt? el traje de repente, lleg?se a su marido, y le pas? un brazo alrededor del cuello, escondiendo la cara en su pechera como la primera vez que hab?a tenido que abrazarle; y all?, en una especie de murmullo o secreteo dulc?simo, acab? la frase interrumpida. Pint?se en el rostro del marqu?s la sorpresa, y casi al mismo tiempo la alegr?a inmensa, radiante, el j?bilo orgulloso, la exaltaci?n de una victoria. Y apretando contra s? a su mujer, con amorosa protecci?n, exclam? a gritos: Volando no, pero s? al cabo de media hora, volvi? sin aliento. Tra?a del ronzal una oronda borriquilla, bien arreada, d?cil y segura: la propia hacanea de la mujer del juez de Cebre. Don Pedro tom? en brazos a su esposa y la sent? en la albarda, arregl?ndole la ropa con esmero. As? que pudieron conferenciar reservadamente capell?n y se?orito, pregunt? don Pedro, sin mirar cara a cara a Juli?n: Como Juli?n arrugase el entrecejo, a?adi?: --Est?, est?.... Apostar?a yo cien pesos, antes de llegar, a que usted no hab?a encontrado modo de sacud?rsela de encima. --Se?orito, la verdad...--articul? Juli?n bastante disgustado--. Yo no s? qu? decir.... Ha sido una cosa que se ha ido enredando.... Primitivo me jur? y perjur? que la muchacha se iba a casar con el gaitero de Naya.... --Ya s? qui?n es--dijo entre dientes don Pedro, cuyo rostro se anubl?. --Pues yo... como era bastante natural, lo cre?. Adem?s tuve ocasi?n de persuadirme de que, en efecto, el gaitero y Sabel... tienen... trato. --?Ha averiguado usted todo eso?--interrog? el marqu?s con iron?a. Qued?se don Pedro callado, y al fin prorrumpi?: --Es usted un santo. Ya pod?an venirme a m? con ?sas. --Se?or, la verdad es que si tuvieron intenci?n de enga?arme... digo que son unos grand?simos pillos. Y la Sabel, si no est? muerta y penada por el gaitero, lo figura que es un asombro. Hace dos semanas fue a casa de don Eugenio y se le arrodill? llorando y pidiendo por Dios que se diese prisa a arreglarle el casamiento, porque aquel d?a ser?a el m?s feliz de su vida. Don Eugenio me lo ha contado, y don Eugenio no dice una cosa por otra. --?Bribona! ?Bribonaza!--tartamude? el se?orito, iracundo, pase?ndose por la habitaci?n aceleradamente. Soseg?se no obstante muy luego, y agreg?: --No me pasmo de nada de eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas, un infeliz, porque aqu? no se trata de Sabel, ?entiende usted?, sino de su padre, de su padre. Y su padre le ha enga?ado a usted como a un chino, vamos. La... mujer ?sa, bien comprendo que rabia por largarse; mas Primitivo es abonado para matarla antes que tal suceda. --No, si tambi?n empezaba yo a maliciarme eso.... Mire usted que empezaba a malici?rmelo. El se?orito se encogi? de hombros con desd?n, y exclam?: --A buena hora.... Deje usted ya de mi cuenta este asunto.... Y por lo dem?s..., ?qu? tal, qu? tal? --Muy mansos..., como corderos.... No se me han opuesto de frente a nada. --Pero habr?n hecho de lado cuanto se les antoje.... Mire usted, don Juli?n, a veces me dan ganas de empapillarle a usted. Lo mismito que a los pichones. Juli?n replic? todo compungido: --Se?orito, acierta usted de medio a medio. No hay forma de conseguir nada aqu? si Primitivo se opone. Ten?a usted raz?n cuando me lo aseguraba el a?o pasado. Y de alg?n tiempo ac?, parece que a?n le tienen mayor respeto, por no decir m?s miedo. Desde que se arm? la revoluci?n y andan agitadas las cosas pol?ticas, y cada d?a recibimos una noticia gorda, creo que Primitivo se mezcla en esos enredos, y recluta sat?lites en el pa?s.... Me lo ha asegurado don Eugenio, a?adiendo que ya antes ten?a subyugada a mucha gente prestando a r?ditos. Guardaba silencio don Pedro. Por fin alz? la cabeza y dijo: --?Se acuerda usted de la burra que hubo que buscar en Cebre para mi mujer? --?No me he de acordar! --Pues la se?ora del juez..., r?ase usted un poco, hombre..., la se?ora del juez se avino a prest?rmela porque iba Primitivo conmigo. Si no.... No hizo Juli?n reflexi?n alguna acerca de un suceso que tanto indignaba al marqu?s. Al terminar la conferencia, don Pedro le puso la mano en el hombro. --?Y por qu? no me da usted la enhorabuena, desatento?--exclam? con aquella misma irradiaci?n que hab?an tenido sus pupilas en Cebre. Juli?n no entend?a. El se?orito se explic? cay?ndosele la baba de gozo. S?, se?or, para octubre, el tiempo de las casta?as..., esperaba el mundo un Moscoso, un Moscoso aut?ntico y leg?timo... hermoso como un sol adem?s. --?Y no puede tambi?n ser una Moscosita?--pregunt? Juli?n despu?s de reiteradas felicitaciones. --?Imposible!--grit? el marqu?s con toda su alma. Y como el capell?n se echase a re?r, a?adi?:--Ni de guasa me lo anuncie usted, don Juli?n.... Ni de guasa. Tiene que ser un chiquillo, porque si no le retuerzo el pescuezo a lo que venga. Ya le he encargado a Nucha que se libre bien de traerme otra cosa m?s que un var?n. Soy capaz de romperle una costilla si me desobedece. Dios no me ha de jugar tan mala pasada. En mi familia siempre hubo sucesi?n masculina: Moscosos cr?an Moscosos, es ya proverbial. ?No lo ha reparado usted cuando estuvo almorz?ndose el polvo del archivo? Pero usted es capaz de no haber reparado tampoco el estado de mi mujer, si no le entero yo ahora. Y era verdad. No s?lo no lo hab?a echado de ver, sino que tan natural contingencia no se le hab?a pasado siquiera por las mientes. La veneraci?n que por Nucha sent?a y que iba acrecent?ndose con el trato, cerraba el paso a la idea de que pudiesen ocurrirle los mismos percances fisiol?gicos que a las dem?s hembras del mundo. Justificaba esta candorosa ni?er?a el aspecto de Nucha. La total inocencia, que se pintaba en sus ojos vagos y como perdidos en contemplaciones de un mundo interior, no hab?a menguado con el matrimonio; las mejillas, un poco m?s redondeadas, segu?an ti??ndose del carm?n de la verg?enza por el menor motivo. Si alguna variaci?n pod?a observarse, alg?n signo revelador del tr?nsito de virgen a esposa, era quiz?s un aumento de pudor; pudor, por decirlo as?, m?s consciente y seguro de s? mismo; instinto elevado a virtud. No se cansaba Juli?n de admirar la noble seriedad de Nucha cuando una chanza atrevida o una palabra malsonante her?a sus o?dos; la dignidad natural, que era como su propia envoltura, escudo impalpable que la resguardaba hasta contra las osad?as del pensamiento; la bondad con que agradec?a la atenci?n m?s leve, pag?ndola con frases compuestas, pero sinceras; la serenidad de toda su persona, semejante al caer de una tarde apacibil?sima. Parec?ale a Juli?n que Nucha era ni m?s ni menos que el tipo ideal de la b?blica Esposa, el po?tico ejemplar de la Mujer fuerte, cuando a?n no se ha borrado de su frente el nimbo del candor, y sin embargo ya se adivina su entereza y majestad futura. Andando el tiempo aquella gracia hab?a de ser severidad, y a las oscuras trenzas suceder?an las canas de plata, sin que en la pura frente imprimiese jam?s una mancha el delito ni una arruga el remordimiento. ?Cu?n sazonada madurez promet?a tan suave primavera! Al pensarlo, felicit?base otra vez Juli?n por la parte que le cab?a en la acertada elecci?n del se?orito. Con desinteresada satisfacci?n se dec?a a s? mismo que hab?a logrado contribuir al establecimiento de una cosa grat?sima a Dios, e indispensable a la concertada marcha de la sociedad: el matrimonio cristiano, lazo bendito, por medio del cual la Iglesia atiende juntamente, con admirable sabidur?a, a fines espirituales y materiales, santificando los segundos por medio de los primeros. < Le asaltaba entonces un escr?pulo, de ?sos que se quiebran de sutiles. Por muy perfecta casada que hiciese Nucha, su condici?n y virtudes la llamaban a otro estado m?s meritorio todav?a, m?s parecido al de los ?ngeles, en que la mujer conserva como preciado tesoro su virginal limpieza. Sab?a Juli?n por su madre que Nucha manifestaba a veces inclinaci?n a la vida mon?stica, y daba en la man?a de deplorar que no hubiese entrado en un convento. Siendo Nucha tan buena para mujer de un hombre, mejor ser?a para esposa de Cristo; y las castas nupcias dejar?an intacta la flor de su inocencia corporal, poni?ndola para siempre al abrigo de las tribulaciones y combates que en el mundo nunca faltan. Esto de los combates le recordaba a Sabel. ?Qui?n duda que su permanencia en casa era ya un peligro para la tranquilidad de la esposa leg?tima? No imaginaba Juli?n riesgos inmediatos, pero present?a algo amenazador para lo porvenir. ?Horrible familia ilegal, enraizada en el viejo caser?n solariego como las parietarias y yedras en los derruidos muros! Al capell?n le entraban a veces impulsos de coger una escoba, y barrer bien fuerte, bien fuerte, hasta que echase de all? a tan mala ralea. Pero cuando iba m?s determinado a hacerlo, tropezaba en la ego?sta tranquilidad del se?orito y en la resistencia pasiva, incontrastable del mayordomo. Sucedi? adem?s una cosa que aument? la dificultad de la barredura: la cocinera enviada de Santiago empez? a malhumorarse, quej?ndose de que no entend?a la cocina, de que la le?a no ard?a bien, del humo, de todo; Sabel, muy servicial, acudi? a ayudarla; y a los pocos d?as la cocinera, cansada de aldea, se despidi? con malos modos, y Sabel qued? en su sitio, sin que mediasen m?s f?rmulas para el reemplazo que asir el mango de la sart?n cuando la otra lo solt?. Juli?n no tuvo ni tiempo de protestar contra este cambio de ministerio y vuelta al antiguo r?gimen. Lo cierto es que la familia espuria se mostraba por entonces incomparablemente humilde: a Primitivo no se le encontraba sino llam?ndole cuando hac?a falta; Sabel se eclipsaba apenas dejaba la comida puesta a la lumbre y confiada al cuidado de las mozas de fregadero; el chiquillo parec?a haberse evaporado. Segu?a Juli?n a Nucha en sus exploraciones, a fin de vigilar y evitar, si cab?a, cualquier suceso desgraciado. Y en efecto, su intervenci?n fue provechosa cuando Nucha descubri? en el gallinero cierto pollo implume. El caso merece referirse despacio. --?Ah p?caro!--exclam? Nucha cogi?ndole y sac?ndole afuera, a la luz del corral--. ?Te voy a desollar vivo, gran tunante! ?Ya sabemos qui?n es el zorro que se come los huevos! Hoy te pongo el trasero en remojo, donde no lo veas. Agit?base y perneaba el ladr?n en miniatura; Nucha sinti? l?stima, imagin?ndose que sollozaba con desconsuelo. Apenas logr? verle un minuto la cara desvi?ndole de ella los brazos, pudo convencerse de que el muy insolente no hac?a sino re?rse a m?s y a mejor, y tambi?n notar la extraordinaria lindeza del desharrapado chicuelo. Juli?n, testigo inquieto de esta escena, se adelant? y quiso arrebat?rselo a Nucha. --D?jemelo usted, don Juli?n...--suplic? ella--. ?Qu? guapo!, ?qu? pelo!, ?qu? ojos! ?De qui?n es esta criatura? Nunca el timorato capell?n sinti? tantas ganas de mentir. No atin?, sin embargo. --Creo...--tartamude? atragant?ndose--, creo que... de Sabel, la que guisa estos d?as. --?De la criada? Pero.... ?est? casada esa chica? Creci? la turbaci?n de Juli?n. De esta vez ten?a en la garganta una pera de ahogo. --No, se?ora; casada, no.... Ya sabe usted que... desgraciadamente... las aldeanas..., por aqu?... no es com?n que guarden el mayor recato.... Debilidades humanas. Sent?se Nucha en un poyo del corral que con el gallinero lindaba, sin soltar al chiquillo, empe??ndose en verle la cara mejor. ?l porfiaba en taparla con manos y brazos, pegando respingos de conejo mont?s cautivo y sujeto. S?lo se descubr?a su cabellera, el monte de rizos casta?os como la propia casta?a madura, envedijados, revueltos con briznas de paja y motas de barro seco, y el cuello y nuca, dorados por el sol. --Juli?n, ?tiene usted ah? una pieza de dos cuartos? Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page |
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