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Read Ebook: Cocoa and Chocolate: Their History from Plantation to Consumer by Knapp Arthur William
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next PageEbook has 570 lines and 51021 words, and 12 pagesLA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA VICENTE BLASCO IBA?EZ LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA INDIA.--CEIL?N.--SUD?N.--NUBIA.--EGIPTO PROMETEO German?as, 33.--VALENCIA ES PROPIEDAD.--Reservados todos los derechos de reproducci?n, traducci?n y adaptaci?n. LA VUELTA AL MUNDO, DE UN NOVELISTA LA CAPITAL DE BENGALA Servidumbre de los hoteles de Calcuta.--Cuervos y chacales.--El < El Gran Hotel de Calcuta es enorme, complicado y feo como un cuartel. Sus due?os sucesivos han ido abriendo puertas y lanzando galer?as hasta posesionarse de todas las casas de la manzana. Sus habitantes tenemos que orientarnos para ir de un extremo ? otro, subiendo y bajando escaleras, atravesando salones interminables de alt?simo techo, perdi?ndonos ? continuaci?n en un laberinto de piezas, exiguas y tortuosas. En su piso bajo hay bazares, abundantes en ricas telas indost?nicas, pieles de tigre real, muebles de n?car y maderas preciosas. Los comedores son amplios y sonoros como naves de iglesia. Para llegar ? la remota ala donde tengo mi habitaci?n debo atravesar varios patios, cuyo centro est? ocupado por kioscos. Arriba, dormitorios y corredores, con paredes enjalbegadas de cal amarillenta, tienen un aspecto miserable y triste de c?rcel. La domesticidad femenina, igualmente numerosa, se refugia en lugares menos frecuentados y duerme conservando su traje, parecido al de las Madonas de la pintura italiana, larga t?nica con ribetes de gal?n plateado y un velo de id?ntico adorno que las envuelve todo el cuerpo y acaba cubriendo su cabeza. Aunque sean pobres, llevan cargados los brazos con m?ltiples pulseras de pesado metal blanco y un bot?n de plata incrustado en la nariz ? una mejilla. Estas hembras de tez obscura, ojos enormes y exagerada delgadez que hace pensar en la l?nea escurridiza de la anguila, apenas las ve el viajero mientras vive en el hotel; mas as? que intenta marcharse, empiezan ? surgir de corredores y puertas. Forman en dos alas, uni?ndose ? la otra tropa de dom?sticos masculinos, todos sin zapatos, con calzoncillos blancos y gran turbante; se inclinan llev?ndose una mano ? la frente, murmuran saludos que parecen oraciones, y hay que ir repartiendo monedas de n?quel ? un lado y ? otro, pues las hospeder?as indost?nicas, por importantes que sean, m?s bien parecen asilos, donde cada cliente debe costear el sustento de numerosos criados in?tiles. Cuando llega el lavandero para entregar la ropa, ? se presenta un vendedor de objetos del pa?s, toda la chusma instalada en el pasillo se cuela tranquilamente en la habitaci?n, dando sus opiniones, como si alguien les hubiese llamado, hablando ? un tiempo en su lengua, con algunas palabras inglesas que resultan igualmente ininteligibles. Tal vez son buenas gentes, pero su aspecto resulta inquietante. El misterio del alma indost?nica, tan confusa para nosotros, brilla en sus pupilas, que son negras y saltonas, sobre c?rneas amarillentas. Gritan, manotean, se echan encima del viajero con el impulso de su vehemencia verbal, y ?ste acaba casi siempre por enfadarse, empuj?ndolos al pasillo, donde contin?an vociferando. Abajo, en comedores y salones ? estilo occidental, el dom?stico lleva levit?n blanco, faja roja y turbante igualmente inmaculado, aproxim?ndose con discreta elegancia ? los hu?spedes merced al resbalador silencio de sus pies descalzos. Arriba, en los diversos pisos, pulula la servidumbre ? estilo ind?gena, con calzoncillos astrosos y un trapo arrollado ? la cabeza por toda vestidura, la cara hollinada, cobriza, de palidez amarillenta ? blanca como la nuestra, y todos ellos mirando en torno ?vidamente, cual si esperasen un descuido del viajero para llevarse algo. Otros par?sitos tienen los hoteles de Calcuta: los cuervos. He dicho repetidas veces que este vol?til es el eterno habitante de todos los cielos de Asia, pero en Calcuta se ve m?s protegido y respetado que en las otras ciudades del viejo mundo. Su crocitar estridente resuena en patios y tejados desde la aurora ? la puesta del sol. Todos los cuartos del hotel tienen ventanas enormes. M?s que ventanas son vidrieras iguales ? las de un estudio de pintor, y ante su muro transparente pasan y repasan las sombras de centenares de alas negras imitando el jugueteo de una banda de palomas. Al instalarse el viajero, lo primero que le advierten es que no deje sobre las mesas su reloj, su anillo, los gemelos de su camisa y otros objetos brillantes. Los cuervos penetran en las habitaciones, lo mismo que la poblaci?n dom?stica acampada en los pasillos, y se llevan en el pico ? las garras todas las cosas met?licas, indistintamente. El lector pensar? que contra este peligro hay el simple remedio de tener cerrada la vidriera, pero ignora que los indost?nicos desean evitar molestias ? todo animal, hasta ? los m?s peque?os, y para que el cuervo no sufra el tormento de dar empujones in?tiles ? esta pared luminosa y dura, han tenido la previsi?n de dejar sin cristal uno de los cuadros superiores de la ventana. De este modo, el pajarraco que se nutre en los campos de animales muertos y otras inmundicias entra y sale en vuestro dormitorio graciosamente, lo mismo que un loro ? un ave del Para?so. Mientras estoy en el ba?o, sigo las evoluciones de cierto cuervo pardo, ?gil, no muy grande, que pasea por mi habitaci?n como en terreno propio. Deben haberse repartido equitativamente el disfrute de las piezas del hotel todas estas bestias poco atractivas que aletean en torno al patio ? descansan formando hileras sobre el filo de los tejados. El que monopoliza mi habitaci?n se ha colocado en el rect?ngulo sin cristal, con las garras sobre el borde de madera, medio cuerpo hacia el exterior, para platicar con sus compa?eros desafinadamente, mientras su mitad posterior eriza las plumas y deja caer r?tmicamente dentro de mi cuarto las superfluidades hediondas de su digesti?n. El indo que dormita en cuclillas al otro lado de la puerta se encargar? de borrar este ultraje, gracias al sagrado respeto que le inspiran todos los seres vivientes. Estos servidores son incapaces de matar los par?sitos albergados en la cama, y si encuentran debajo de ella un escorpi?n, una ara?a peluda ? una serpiente, se apartar?n para abrirles paso, rog?ndoles que se vayan con palabras corteses. Todos somos hijos de Brahma, y nos debemos mutuo respeto. M?s de una vez se han llevado los cuervos sortijas y otras alhajas femeninas mientras sus due?as estaban en el ba?o. Cuando ocurre esto, los criados m?s expertos del hotel celebran consejo; adivinan por la habitaci?n qu? cuervo puede haber realizado el robo y en qu? ?rbol de la inmediata avenida acostumbra ? refugiarse cuando se siente aburrido de su vida en los tejados. Y lo extraordinario es que casi siempre acaban estos adivinos descalzos y con turbante por encontrar el objeto robado en alguno de dichos escondrijos. Resulta m?s visible aqu? que en otras ciudades de la India el rudo contraste entre los adelantos de la colonizaci?n inglesa, superficiales y brillantes como una capa de barniz, y las tradiciones del pueblo indost?nico, que llevan una existencia de miles de a?os. El virreinato brit?nico, establecido en Calcuta hasta hace poco, llen? la capital bengal? de edificios oficiales y paseos ? imitaci?n de los de Inglaterra. Con motivo del jubileo de la reina Victoria fu? constru?do el < Toda la noche dur? tal suplicio. Cuando al amanecer entraron en el < En ciertos barrios, la forma de las calles, el indumento de los transeuntes, las fachadas de los edificios, nos hacen pensar que vivimos en una capital de provincia inglesa. Mas as? que cierra la noche, la m?s grande de las ciudades de la India pierde su c?scara europea y la yungla vecina vuelve ? invadirla hasta que resurge el sol. Durante mi primera noche en el Gran Hotel, situado frente al m?s c?ntrico de los jardines de Calcuta, fu? interrumpido mi sue?o muchas veces por el continuo ladrar de numerosos perros vagabundos. Era un ladrido nuevo para m?, que me hizo suponer la existencia de una raza de perros indost?nicos completamente desconocida fuera del pa?s. A la ma?ana siguiente, mis amigos calcutanos rieron cuando les ped? explicaciones sobre estos animales de incansable aullido. Los chacales se introducen por la noche en la ciudad, para buscar su alimento en los montones de basura, disput?ndose luego las presas. Un joven comerciante espa?ol, residente hace a?os en Calcuta, vino algunas veces ? conversar conmigo hasta pasada la media noche, y siempre encontr? al marcharse, en las inmediaciones del hotel, alguno de estos chacales urbanos, lo que no representa para los que conocen el pa?s una vecindad inquietante. Los trasnochadores de Calcuta tropiezan frecuentemente con estos perros salvajes, que gru?en de sorpresa ante el europeo y acaban por huir. Saben que el blanco no siente por ellos el respeto del indost?nico y puede agredirles aunque se muestren algo domesticados por sus frecuentes visitas ? la ciudad. De d?a otras bestias dificultan el tr?nsito en las calles populares. Son los toros y vacas sagrados, que viven ? expensas del vecindario y nadie puede molestar. Los habitantes de una calle poseen uno ? varios de dichos animales, viendo con cierta vanidad c?mo se pasean lentamente por sus dominios. Son gordos, lustrosos, se mueven con una torpeza majestuosa, y parecen animados de maligna inteligencia para hacer sentir ? las personas su calidad de animales santos. Doblando sus patas para descansar, se atraviesan en la acera y no dejan sitio al transeunte, oblig?ndolo ? descender al arroyo. Otras veces quedan inm?viles en medio de la calle, y autom?viles y carretas detienen su marcha hasta que la bestia sagrada, casi siempre de pelaje blanco y cuernos breves, se decide ? apartarse, convencida por los gritos cari?osos y los razonamientos de sus adoradores. Nadie se atreve ? empujar ? dichos animales. Estando en Calcuta, le? la sentencia contra un ch?fer culpable de haber golpeado con su veh?culo ? una de estas bestias inmovilizada insolentemente en medio de la calle. El juez municipal, indost?nico de casta superior, afirm? en sus conclusiones que el toro posee un derecho absoluto de transitar por las calles igual al del hombre, siendo su vida tan importante como la de ?ste, por todo lo cual impuso al ch?fer varios d?as de c?rcel. Al mismo tiempo que los indost?nicos mantienen ? las bestias sagradas de su barrio op?paramente, ? costa de la propia alimentaci?n, rode?ndolas de cuidados divinos, los dem?s toros que no han sido consagrados pasan por las calles sucios de fango y de bo?iga, con la cornamenta astillada, los costillares angulosos por su flacura, tirando de carretas excesivamente cargadas, cuyas ruedas de disco s?lido chirr?an sobre un adoquinado desigual. La inveros?mil sentencia del juez indost?nico y los exagerados honores ? los toros y vacas de Siva empiezan ? comprenderse al poco tiempo de vivir en Calcuta. Palacios y paseos ? la inglesa parecen esfumarse, perder su realidad, al mismo tiempo que nuestra observaci?n hace nuevos descubrimientos en la masa ind?gena que circula por avenidas y callejuelas. En las horas pr?ximas al mediod?a, los m?s de los transeuntes indost?nicos sostienen en la palma de su diestra un vaso de bronce lleno de agua. Es el l?quido necesario para las purificaciones, y lo llevan ? sus hogares ? trav?s de las avenidas modernas, sorteando el encuentro con tranv?as y autom?viles, fingiendo no verlos, lo mismo que si cumpliesen un rito sagrado en la soledad de las selvas. Deben evitar todo roce con los transeuntes, para que conserve su pureza el agua recogida en el r?o sagrado. Si un ind?gena de casta inferior ? un blanco toca al pasar su vaso de barro ? de vidrio, es preciso que lo rompan inmediatamente. Cuando la vasija es de metal, basta con lavarla repetidas veces para su completa purificaci?n, yendo en busca de agua nueva al brazo del Ganges. La chiquiller?a juega desnuda en medio de las calles populares. Es frecuente oir una m?sica que tiene por base los truenos del bombo y el choque met?lico de los c?mbalos. Detr?s de ella desfilan los sacerdotes indu?stas como figurantes de ?pera, una punta del manto blanco echada sobre el hombro izquierdo, la negra cabellera bien peinada y lustrosa de aceite de clavel. Los ni?os corren hacia la procesi?n y forman una escolta de cuerpecitos sin tapujos en torno ? los sagrados personajes. Esta infancia de carnes al aire lleva casi siempre una cadenita en las caderas, de la que pende un objeto met?lico tapando los rudimentarios ?rganos genitales. Una rodaja de metal golpea suavemente el pubis femenino, todav?a sin vegetaci?n. Los ni?os, en vez de esta medalla, llevan una ? dos llavecitas extraplanas, de las que sirven para las maletas. Tales adornos parecen en el primer momento un convencionalismo pudoroso de la moral, como la famosa hoja de parra. Luego resultan signos matrimoniales. Las llavecitas del futuro var?n y la medalla de la hembra equivalen ? un aviso de que estos dos peque?os cuerpos ya tienen due?o. Los matrimonios infantiles son frecuentes en la vida indost?nica. Los padres acuerdan entre ellos el casamiento de sus hijos cuando tienen dos ? tres a?os, y ? veces menos. En una ciudad del interior de la India presenci? el cortejo de tres matrimonios celebrados ? la vez. Los novios iban en un autom?vil, rodeados de jinetes que disparaban sus pistolas y de m?sicos alborotadores. Los tres llevaban el distintivo nupcial: una franja de peque?os madro?os, semejantes ? los de un cubrecama, que les ca?a sobre el rostro ? modo de visera, y ten?an una edad entre cinco y nueve a?os. A continuaci?n, en otro autom?vil, pasaron las tres esposas, envueltas en velos de plata. Todav?a eran m?s tiernas, y la muchedumbre anunciaba con regocijo que la menor no hab?a cumplido a?o y medio. Despu?s de sus bodas, los c?nyuges se despojan de las galas nupciales, y colg?ndoles sobre el sexo la medalla ? las llavecitas por toda vestimenta, vuelven ? reanudar sus juegos con otros ni?os que viven en una situaci?n semejante. S?lo cuando llega la pubertad para el esposo y la esposa, que han estado jugando cada cual por su lado, se van ? vivir juntos, obedeciendo ? sus familias. La religi?n marca el rostro cobrizo de las personas mayores. En esta ciudad, tan pr?xima ? los lugares donde vivi? Buda, hay pocos budistas. Tampoco la gran masa indost?nica profesa el brahmanismo, como se cree generalmente. Esta religi?n pertenece ? la casta superior; exige la lectura de los libros v?dicos, y s?lo pueden profesarla los bracmanes. El llamado indu?smo es la religi?n general de los indost?nicos, grupo confuso de sectas que tiene por base el polite?smo y la magia. El pueblo se convirti? al brahmanismo en otros siglos de un modo superficial, y los bracmanes, por su parte, para vencer ? los budistas, buscaron la alianza con los cultos primitivos y degradados de la India, content?ndose con que su autoridad personal fuese respetada. Se halla dividido el indu?smo en numerosas sectas pobladas de dioses, diosas y demonios, con desbordante exuberancia. ?dolos y fetiches reciben culto de los sacerdotes indu?stas, con gran derroche de iluminaciones, derramamiento de flores, repiques de campanas, m?sica de gaitas y tamboriles, danzas de bayaderas. Siva significa < Despu?s del terrible Siva es Kali, la primera de sus esposas, la que re?ne m?s devotos. Visito una tarde el templo de Kali en Calcuta para presenciar un sacrificio. La diosa s?lo admite sangre. Sus sacerdotes, medio desnudos, entran en el templo varias cabras y las van degollando ante el altar de la diosa negra. Corre la sangre en arroyuelos sobre las baldosas de m?rmol, salpicando nuestros trajes blancos. Todos los ni?os de las calles pr?ximas han acudido ? presenciar esta ceremonia extraordinaria, organizada para un grupo de occidentales. Las puertas del templo est?n obstru?das por el oleaje de estos cuerpecitos desnudos con su colgajo met?lico debajo del vientre. Se empujan para ver mejor el borboteo de la sangre, el jadear de unos costillajes moribundos cubiertos de pelos blancos ? rojizos, y sofocan con sus voces el lamento de los balidos... Luego, cuando sean hombres, todos ellos se negar?n ? aplastar un insecto. Hu?mos del templo de Kali y su c?lido ambiente de matadero, para ir en busca del pl?cido Jard?n Bot?nico, ? orillas del r?o. Es c?lebre por sus avenidas de palmeras gigantescas y su bananio reproductor, ?rbol que vimos en los maravillosos jardines de Java. Aqu?, un solo bananio cubre cerca de un kil?metro cuadrado. Las ramas salidas del tronco primitivo buscaron el suelo, para convertirse ? su vez en nuevos troncos, haciendo del ?rbol ?nico todo un bosque. Contemplamos ? distancia este gigante, que al mismo tiempo que invade el espacio verticalmente estira sus brazos con una expansi?n que parece sin l?mites, multiplicando sus apoyos en el suelo. Una fila de autom?viles, al deslizarse ante sus troncos numerosos, resulta tan diminuta como un rosario de hormigas siguiendo los bordes de un arriate de jard?n. Todas las variedades de la flora tropical se aglomeran en torno ? las plazas y avenidas de esta ciudad silenciosa de ?rboles. El suelo de aluvi?n aportado por el Ganges, en tiempos remotos, es el?stico y esponjoso bajo el pie. El agua muerta de las lagunas, con su costra verde y sus hojas flotantes, del tama?o de escudos, inspira inquietud. Su profundidad misteriosa hace pensar en el caim?n del r?o inmediato, bestia propensa ? los cambios de refugio; en la boa redonda como un tronco, que no posee el arma fulminante del veneno, pero quiebra animales y hombres con el apret?n de sus anillos, haciendo crujir costillas y v?rtebras. Adem?s, vivimos en Bengala, y sobre el suelo de este jard?n limpio y bien cuidado marc? numerosas veces sus patas u?osas el famoso tigre que lleva el mismo nombre de la provincia. A?n podr?a volver. Las bocas del Ganges, con su espesa yungla, s?lo est?n ? una distancia relativamente breve, aumentada por las revueltas que traza el r?o antes de perderse en la bah?a del Diamante. El veloz tigre de Bengala lograr?a salvar esta distancia en poco tiempo, pero la colonizaci?n inglesa ha tendido las m?ltiples barreras de sus f?bricas de yute y sus poblaciones de obreros ind?genas entre Calcuta y el mar. El tigre hay que buscarlo ahora en plena yungla ? en el interior de la India, donde los raj?s favorecen su reproducci?n para las cacer?as. En cambio, las serpientes venenosas son cada vez m?s abundantes, ? sus v?ctimas aumentan en n?mero, debido ? su pasividad ? imprevisi?n. Yo hab?a le?do que anualmente mueren en la India 20.000 personas ? causa de las mordeduras de los reptiles. Cuando menciono dicha cifra, los conocedores del pa?s hacen un gesto negativo. Eso era antes; ahora la mortalidad ha progresado, y se calcula que en los ?ltimos a?os mataron las serpientes venenosas un promedio de 35.000 personas. Esta fiesta dura un d?a y una noche. Dos mil ? tres mil cobras se hartan de leche hasta no poder moverse, y ? la ma?ana siguiente los encantadores abandonan el pueblo, dejando caritativamente suelta en la yungla ? toda su colecci?n. Es alto, con la esbeltez descarnada de los ?rabes del desierto. Lleva un palo sobre un hombro, y de sus extremos penden dos sacos del mismo rojo obscuro de sus ropas. Es indudable que en el interior de dichas bolsas van dormidas ? se agitan agresivamente dos mara?as de cables vivos, con la piel moteada y tricolor, la cabeza chata y venenosa. El faquir rojizo gui?a un ojo invit?ndonos ? que le sigamos ? una calle lateral, donde los transeuntes son menos numerosos, y sobre el asfalto de la acera, ante la puerta cerrada de una casa ? estilo europeo, descarga sus dos sacos, los abre y empieza ? extraer el < Algo extraordinario debe ofrecer este juglar color de vino, pues inmediatamente acuden y forman c?rculo numerosos ind?genas que parecen admirarle. Dos soldados indos se ponen en cuclillas junto ? las serpientes para verlas de m?s cerca. Brillan sus ojos con un resplandor de chispa met?lica, murmuran palabras en su idioma, parecen entusiasmados de encontrar en una calle de Calcuta ? estas amigas que les recuerdan su pa?s. Mientras tanto, el faquir rojizo va desarrollando su espect?culo. La mangosta combate con una serpiente verde en mitad de la acera. Luego pelean dos reptiles. El director de los juegos saca y saca nuevos < Add to tbrJar First Page Next Page |
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