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Munafa ebook

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Read Ebook: Fantasia of the Unconscious by Lawrence D H David Herbert

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Ebook has 417 lines and 65886 words, and 9 pages

Principi? la edad de oro, y en ella se echaban de ver naturalmente la fidelidad y la justicia, sin que hubiera leyes que las hiciesen observar, ni jueces que las vindicasen. No se conocian ni el castigo ni el temor: ni se grababan en bronce las leyes amenazadoras; ni delinq?ente alguno se miraba temblando en la presencia del juez; porque vivian todos seguros sin necesidad de quien los defendiese. No habia entrado en los mares ?rbol alguno cortado de los montes para descubrir tierras extra?as; ni el hombre conocia otro pais que aquel en que habia nacido. Aun no ce?ian las ciudades fosos ni murallas; los clarines marciales, trompas, morriones y las espadas no se conocian en este tiempo; pues sin la defensa del soldado vivian los hombres tranquilos en los brazos de la dulce paz. La tierra libre, y no tocada de los rastrillos, ni hendida con el arado, producia todo g?nero de frutos, y sus habitantes, contentos con sus naturales producciones, se alimentaban de madro?os, fresas, cerezas, y de la bellota, que sazonada caia de las copadas encinas.

La primavera era continua: los blandos c?firos mansamente agitaban con suaves soplos las flores que nacian sin ser plantadas. Tambien la tierra producia trigo sin el cultivo del arado, y el campo, sin renovarle, se ponia blanco con las granadas espigas: ya corrian rios de leche, ya de n?ctar, y el verde sauce destilaba menudas gotas de la miel mas regalada.

La edad de plata, inferior ? la de oro, pero superior ? la del p?lido bronce, apareci? sobre la tierra, luego que J?piter precipit? en el obscuro T?rtaro ? su padre Saturno, y se apoder? del imperio de la tierra. Acort? J?piter la duracion de la antigua primavera, y dividi? el a?o en quatro estaciones, que son el invierno, el est?o, el inconstante oto?o, y la corta primavera. Desde ent?nces se calent? el ayre abrasado con los ardorosos calores del est?o; y se sinti? la escarcha formada con los helados vientos del invierno. Ent?nces se vi?ron precisados los hombres ? buscar donde guarecerse; pero sus primeras casas fu?ron las cuevas, los espesos ?rboles, y las ramas entretexidas en los troncos.

Ent?nces la semilla de Ceres fu? envuelta por la primera vez en los surcos que prolong? el arado, y quando gimi?ron los novillos oprimidos baxo el pesado yugo.

? las edades de oro y plata sucedi? la de bronce, mas ?spera que aquellas por la crueldad de los vivientes, y pronta para las horribles armas; pero no del todo viciada. La ?ltima edad fu? la de hierro; ? inmediatamente se origin? de ella toda maldad con un siglo de peor vena. Desapareci?ron el pudor, la verdad y la lealtad; y en su lugar se entrometi?ron el enga?o, la traycion, la violencia, y la insaciable codicia. El piloto se entregaba ? los vientos sin conocerlos; y las naves, que por tanto tiempo habian sido el decoro de los encumbrados montes, fu?ron abandonadas ? la furia de las olas no tratadas: ya se hizo indispensable que el diestro agrimensor se?alase l?mites ? la tierra, comun ?ntes ? todos, como lo eran la luz y el ayre; y no contentos con las abundantes cosechas que producia, iban ? extraer de sus entra?as las riquezas que escondia, y habia depositado en el infierno, y que despues fu?ron el or?gen de innumerables males.

Ya estaba descubierto el nocivo hierro y el oro aun mas perjudicial, quando se apercibe la guerra ? lidiar con ?mbos, y hace resonar por todas partes el estruendo de las armas con mano sanguinaria. Viv?ase del hurto, y el hu?sped arriesgaba su seguridad. El suegro no estaba seguro del yerno, y ap?nas los hermanos vivian en paz. Velaba el marido por quitar ? su muger la vida, y esta al marido: la desapiadada madrastra hacia uso del veneno, y los hijos ?ntes de la muerte de sus padres averiguaban los a?os que podian vivir. La piedad estaba en el olvido, y la doncella Astrea abandon? la ?ltima de los Dioses la tierra, contaminada ya con la sangre de los malos.

Y porque el sublime cielo no estuviese mas seguro que la tierra de estas atrocidades, cuentan que los Gigantes le acometi?ron tambien, y para escalarle pusi?ron montes sobre montes hasta acercarse ? las estrellas. Ent?nces J?piter, vibrando el fuerte rayo, derrib? el monte Olimpo, y destruy? al Pelion, aplanando tambien el Osa; quedando destruidos con su propio peso aquellos enormes cuerpos. Tambien dicen que se humedeci? la tierra empapada con la sangre que habian derramado sus propios hijos, y que la reanim? estando aun caliente, para que produxese nuevos hombres, y se conservasen algunos indicios de una generacion tan b?rbara y descomunal; porque esta generacion fu? menospreciadora de los Dioses, ansiosa de muertes y de crueldades. Por la sangre se puede venir en conocimiento de tales hijos.

,,Jamas me vi tan apurado y sol?cito para conservar el imperio del mundo, como ahora me veo, quando los dragones de los Gigantes, cada qual con sus cien robustos brazos, quisi?ron hacerse due?os del cielo; porque aunque era poderoso y fiero el enemigo, la suerte de la guerra dependia de sola una multitud de hombres mancomunados, estimulados todos de una sola causa; pero hoy he de destruir al g?nero humano por toda la redondez de la tierra, que ba?a Nereo, por hallarse atestada de maldades; lo juro por los rios infernales que corren baxo la tierra, por las selvas de la Estigia: he procurado los medios posibles para salvarle; pero la parte incurable se ha de cortar, para que no inficione los miembros sanos. Tengo Semi-Dioses, Ninfas, Faunos, S?tiros y Silvanos de los montes; ? quienes permitiremos habitar las tierras que les hemos se?alado, pues no les juzgamos aun dignos de entrar en el cielo. ?Pero creeis, Dioses, que podr?n vivir estos seguros entre los mortales, quando intent? quitarme la vida la conocida fiereza de Licaon; ? m?, ? cuya disposicion estan el rayo, y vosotros mismos, ? quienes gobierno?" Se horroriz?ron todos, y pidi?ron con ardientes deseos la venganza de un delito tan horrendo. Del mismo modo se llen? de pasmo el g?nero humano, y de horror todo el orbe, quando las manos parricidas quisi?ron extinguir el nombre romano con la sangre de C?sar. No os fu? m?nos grato, ? Emperador augusto, el zelo de vuestros conciudadanos, que ? J?piter el de los Dioses en esta ocasion; y despues que apacigu? con palabras y acciones el murmullo que habia excitado su discurso, call?ron todos; y sosegado que fu? el clamor, contenido por la gravedad del presidente, continu? hablando en estos t?rminos:

,,Ya queda castigado el delinq?ente, no os altereis; pero os referir? su delito, y la pena que le he impuesto. Noticioso de los des?rdenes ? que los hombres se habian entregado, y deseando fuese falsa la noticia, baxo del Olimpo, y ocultando mi divinidad en forma humana, recorro todo el universo. Me detendria mucho si os dixese las abominaciones que en todas partes se cometian; porque el mal excede ? todas las ponderaciones de la narracion."

Despues de haber pasado el espantoso monte Menalo, por ser habitado de diferentes fieras, los helados pinares del Lic?o, con el Cileno, llegu? al anochecer ? la Arcadia, y entr? en el cruel palacio del tirano Licaon, dando se?ales de que era un Dios. El pueblo principi? ? venerarme; mas Licaon, despreciando los religiosos cultos, pronto ver?, dice, con una infalible experiencia, si este es un Dios, ? un mortal, de modo que no me quedar? duda. En efecto, determin? matarme improvisamente quando durmiera. No contento con esto degoll? ? uno de los que tenia en rehenes de la nacion Molosa, y coci? parte de sus palpitantes miembros, y parte as?: ap?nas me presenta en la mesa tal manjar, quando destruyo con vengadora llama su palacio, para que le sepultase entre sus ruinas con sus dignos penates. Licaon huye espantado quando ve abrasarse su casa; y llegando ? un solitario campo, principia ? dar fuertes ahullidos, haciendo vanos esfuerzos para hablar: la rabia se traslada de su corazon ? la boca, y exerce en los ganados su acostumbrada carnicer?a; deleyt?ndose aun ent?nces en derramar sangre. Sus vestidos se convierten en pelos, los brazos en piernas, y ?l en lobo; pero sin embargo de esta transformacion conserva se?ales de su misma figura, las canas son las mismas que ?ntes tenia, la misma fiereza en el semblante, el mismo fuego en sus ojos, y todo su cuerpo es un retrato vivo de la crueldad.

Pereci? en verdad una casa; pero no es sola la que debe arruinarse: por todo el mundo reyna la impiedad y el furor; y parece que se han comprometido todos los hombres con un sacr?lego juramento para practicar la maldad. ,,Ea, paguen todos prontamente su merecido." Esta es la sentencia que fulmin?. Parte de los Dioses aprueba de palabras el parecer de J?piter, y le estimulaban mucho para que se executase: otros daban con gestos y acciones se?ales suficientes de su consentimiento; pero ? todos era sensible la p?rdida del g?nero humano; y preguntaban ? J?piter, ?c?mo se encontraria la tierra no quedando en ella un linage tan ilustre? ?Qui?n ha de ofrecer sacrificios al pie de los altares? ?Acaso piensas abandonarla ? la ferocidad de las bestias? Queda de mi cargo todo, responde el Rey de los Dioses ? los que le preguntaban esto: no paseis pena por nada, que yo os prometo una generacion desemejante al pueblo primero, nacida de un modo maravilloso. Ya estaba para vibrar sus rayos sobre la tierra; pero se detuvo, temiendo que tanto fuego como era necesario para asolarla subiese hasta el cielo, y abrasase los exes en que se sostiene. Acord?se asimismo que estaba escrito en el libro de los destinos, que vendria tiempo en que arderian el mar, la tierra, y aun los sagrados alc?zares del cielo, y que padeceria mucho la costosa m?quina del universo. Dexa los rayos que los C?clopes acababan de fabricar; forma el contrario designio de destruir ? los hombres entre las aguas, y enviar de todo el cielo copiosas lluvias. Encierra al punto en las grutas de Eolo al Aquilon, y demas vientos que disipan las nubes, dexando en libertad al del mediodia. Vuela este con h?medas alas, cubierto el rostro de una nube obscura, y la barba poblada de nieblas. Las nubes hacen asiento en su frente; sus alas y vestidos despedian un continuo roc?o; y ap?nas este tempestuoso viento oprimi? con sus manos las nubes suspendidas por toda la extension del ayre, se oy? un gran ruido, y el agua principi? ? caer fuerte y copiosamente. Iris, mensagera de Juno, adornada de diversos colores, trae nuevas aguas, y va renovando la humedad de las nubes. Ab?tense las mieses; quedan sin efecto las s?plicas de los labradores, y en un momento perece el trabajo de todo un a?o. No se aplaca la ira de J?piter con las aguas que despide desde el cielo; acude su hermano Neptuno ? socorrerle con las aguas de su cargo. Convoca en su palacio ? los rios, y luego que se le presentan: ,,No hay necesidad de muchas palabras, les dice: dad libre curso ? vuestras aguas, esto es necesario: abrid vuestras urnas; y apartando qualquier obst?culo, soltad las riendas ? sus torrentes." Ap?nas les habia dado esta ?rden, quando se retiran los rios ? sus mansiones; y quitando todo impedimento ? las fuentes, corren con precipitado curso por la dilatada llanura de los campos.

El mismo Neptuno hiri? la tierra con su tridente, con cuyo movimiento tembl? esta, y abri? paso ? las aguas que ocultaba en sus senos. Los rios, fuera de sus madres, inundan los espaciosos campos, destruyen los sembrados, los ?rboles, los ganados, los hombres, las casas, y aun los mismos templos; y si alguna cosa pudo resistir ? tanto mal sin arruinarse, la sobrepuja enteramente el agua, y las torres mas altas quedan sepultadas debaxo de las corrientes. Ya no habia diferencia alguna entre el mar y la tierra: todo era un dilatado mar, y este no conocia ya sus antiguas riberas. Unos huyen al collado: otros se sientan en la c?ncava barca, y reman por el mismo sitio que acababan de arar: estos navegan sobre sus mieses, ? sobre las alturas de su aldea ya anegada: aquellos hallan peces en la altura de los olmos. Si alguno echa casualmente el ?ncora, se clava en el verde prado: los baxeles reman sobre las vi?as; y donde poco ?ntes paci?ron las hambrientas cabrillas, descansan las monstruosas focas: las Nereydas se admiran de ver debaxo de las aguas las grandes casas, las ciudades y los bosques: los delfines habitan las selvas, corren por las altas ramas, y sacuden los agitados robles: el lobo nada entre las ovejas: las olas arrastran tras s? ? los leones y tigres. De nada sirven al jabal? sus fuerzas poderosas como las de un rayo, ni al arrebatado ciervo su ligereza para libertarse del naufragio. Caen al mar las aves, despues de tener sus alas cansadas, buscando in?tilmente tierra en que descansar. Ya la inundacion cubria las monta?as, y las nuevas olas batian en sus cumbres. Los mas de los mortales perecieron entre las olas, y los que no fu?ron sumergidos en ellas vini?ron ? fenecer ? los impulsos de la hambre.

La F?cida, que divide la Beocia del ?tica, pais f?rtil quando era tierra, se convierte en un brazo de mar, y en un dilatado campo de agua. Hay en ella un monte llamado Parnaso, que se eleva hasta el cielo por sus dos extremos, y cuya altura se empina hasta mas all? de las nubes. Luego que Deucalion con su muger lleg?ron conducidos de una peque?a barca ? este sitio, que era el ?nico ? quien habian dexado descubierto las aguas, ador?ron ? las ninfas Corycidas, ? las deidades de aquel monte, y ? Temis, que ent?nces pronunciaba los or?culos. No hubo hombre mejor ni mas amante de la justicia que Deucalion; ni muger mas virtuosa y temerosa de los Dioses que Pirra.

Viendo J?piter el mundo reducido ? l?quidas lagunas, y que de tantos millares de hombres solo sobrevivia uno, y una muger de otras tantas; ?mbos justos, ?mbos adoradores de los Dioses, disip? las nubes, y arroll?ndolas con la impetuosidad del Aquilon, descubri? las tierras al cielo, y el cielo ? la tierra. La ira del mar se aplaca; y Neptuno, deponiendo su tridente, amansa las aguas, y llama al cer?leo Triton, que est? siempre sobre ellas con sus brazos cubiertos de natural p?rpura: le manda tocar la concha, y ? los rios y olas que vuelvan ? sus lugares, luego que se haga la se?al. Toma la c?ncava concha, bocina torcida h?cia un lado, que va ensanch?ndose desde el principio, y que quando se toca en medio de la mar hace oirse de polo ? polo. Luego que la lleg? ? su boca este Dios, mojada con la humedad de la barba, y promulg?, inflada, los preceptos que le habian dado, fu? oida de todas las aguas, tanto de las de la tierra, como de las de la mar, y reduxo ? sus antiguas m?rgenes ? todas las que la oy?ron. El mar vuelve ? tener riberas, y los rios ? correr dentro de su propia madre: b?xanse estos, y parece que empiezan ? salir los collados: la tierra se descubre poco ? poco, y segun baxaban las aguas, iban creciendo los lugares. Las selvas, ocultas tanto tiempo entre ellas, presentan sus cumbres desnudas, y sus ?rboles cubiertos de cieno.

Restituido ? su ser antiguo el universo, libre ya de la inundacion, vi? Deucalion la tierra enteramente desierta, y que se hallaba en un profundo silencio. Ent?nces afligido, y derramando muchas l?grimas, habl? ? Pirra en estos t?rminos. ,,?? hermana! ?? amada esposa! ?? muger la ?nica que ha sido preservada de la desgracia de las demas, con quien la naturaleza, el deudo de primos, el lecho conyugal, y ahora unos mismos peligros me enlazan! nosotros dos somos los que quedamos ilesos de tanta multitud de hombres como habia de Oriente ? Occidente: de todas las demas cosas es due?o el mar; pero ni aun ahora est? segura nuestra vida: aun ahora abaten mi ?nimo las nubes. Di, muger digna de compasion, ?c?mo se hallaria tu esp?ritu, si por decreto de los hados hubieras sido sola libre de la inundacion sin mi compa??a? ?C?mo podrias tolerar sola esta pena? ?Qui?n te consolaria en tu desgracia? Porque yo te aseguro, querida esposa, que si las aguas te hubieran arrebatado, no podria sobrevivir ? tu p?rdida, y las mismas olas me servirian de sepulcro. ?Oxal? que yo poseyera el secreto de mi padre Prometeo, para poder renovar el g?nero humano, animando, como ?l lo hizo, un poco de barro! ?Solo ? nosotros dos ha quedado reducido el universo! As? lo quisi?ron los Dioses, y nosotros solos somos los exemplares de los demas hombres."

Habia dicho esto Deucalion, y seguian entrambos derramando l?grimas: resolvi?ronse ? implorar el socorro del cielo, y ? consultar los or?culos, y nada les detiene. Baxan ? las orillas del C?fiso, cuyas aguas, aunque turbias aun, tenian sus conocidas m?rgenes. Despues que se purific?ron, derramando sobre sus cabezas y vestidos agua de este rio, se dirigen al templo; se postr?ron en tierra, y llenos de temor bes?ron aquella yerta piedra, y dix?ron estas palabras: ,,Si las Deidades se aplacan con justos ruegos, si los Dioses deponen su ira, te suplicamos Temis, que nos digas de qu? modo, ? con qu? industria se podr? reparar el da?o del g?nero humano: concede generosa tu proteccion al universo sumergido." Se movi? ? compasion la Diosa, la qual le responde en estos t?rminos: ,,Salid del templo, cubrios la cabeza, desplegad vuestras vestiduras, y caminad esparciendo tras las espaldas los huesos de vuestra gran madre." Admirados de lo que acababan de oir, guard?ron un profundo silencio por algun tiempo, el que rompi? Pirra la primera diciendo: ,,Que no debia cumplirse la ?rden de la Diosa; y con voz temerosa pide que la perdone, y teme turbar el alma de su madre, arrojando de aquel modo sus huesos." Entre tanto meditan entre s? las palabras del obscuro enigma, que envolvia la respuesta dada, y procuran descubrir su verdadero sentido. Por ?ltimo Deucalion consuela ? Pirra con estas agradables palabras: ,,? yo me enga?o, la dice, ? el or?culo de la Diosa est? lleno de piedad, y ninguna maldad persuade. La gran madre es la tierra; y juzgo que las piedras son en ella los huesos de su cuerpo, y estos los que se nos mandan arrojar tras las espaldas." Aunque este discurso inclin? ? creerlo al esp?ritu de Pirra, qued? no obstante dudosa: ?tan desesperanzados estaban el uno y el otro de los mandatos celestiales! ?Pero qu? da?o puede originarse en hacer la experiencia? Con efecto, apart?ndose del templo, cubren sus cabezas, desplegan sus vestiduras, y arrojan detras de sus huellas las piedras, como Temis lo habia ordenado. Estas empez?ron ? ablandarse poco ? poco, depuesta su natural dureza y rigor, y ? tomar una nueva disposicion. Despues que se fu?ron aumentando, y se les introduxo una forma mas suave, observ?se, aunque confusamente, cierta semejanza de hombres; pero como si se fueran formando de m?rmol, y muy parecidas ? unas toscas estatuas. Sin embargo, las partes humedecidas con algun xugo, y que tenian mas de tierra, se convirti?ron en carne; las mas duras en huesos, y las venas permaneci?ron con el mismo nombre. De este modo en poco tiempo, por voluntad de los Dioses, las piedras que arroj? Deucalion tom?ron la forma de hombres, y las mugeres se repar?ron con las que arroj? Pirra. De aqu? proviene la dureza del hombre, y el aguante que tiene en el trabajo, y en esto demostramos el or?gen de que nacimos.

La tierra produxo de suyo ? las demas especies de animales, despues que los rayos del sol calent?ron el humor primero; y se entumeci?ron el lodo y las h?medas lagunas con el calor: creci?ron tambien las semillas de las cosas criadas formadas de la criadora tierra, como en el vientre de la madre, y con el tiempo empez?ron ? tener alguna forma. De este modo luego que el Nilo, dexando los h?medos campos, volvi? sus corrientes ? sus antiguas m?rgenes, y el sol calent? el cieno reciente, hall?ron los labradores muchos animales envueltos en los terrones, y entre ellos not?ron unas cosas como empezadas al tiempo mismo que nacian, otras imperfectas y defectuosas en sus partes, y muchas veces se advertia que un mismo cuerpo era en parte viviente, y en parte una porcion de tierra crasa.

Porque despues que la humedad y el calor se atemper?ron, concibi?ron todas las cosas, puesto que no tienen otro principio que estas dos qualidades; y aunque el fuego sea contrario al agua, sin embargo el fuego, mezclado con el vapor h?medo, cria todas las cosas, y esta encontrada concordia es muy ? prop?sito para la generacion. Calentada la tierra, que estaba cenagosa con el reciente diluvio, con los ardores del sol, produxo innumerables especies: ? muchas restituy? su antigua figura, y cri? asimismo nuevos monstruos. ? t? tambien te cri? contra su voluntad, disforme Piton, que aterrabas ? los nuevos pueblos: serpiente nunca vista, ?qu?n grande espacio de monte ocupabas! Apolo, Dios insigne por el arco, y que jamas habia usado de tales armas sino contra los gamos y cabras monteses, quit? la vida ? esta espantosa serpiente, acribill?ndola ? flechazos, despues de haber gastado casi todas las saetas que llevaba en su aljaba, haci?ndola vomitar por ellas el negro veneno.

Y porque la antig?edad no pudiese borrar la memoria de un hecho tan admirable, instituy? con c?lebre cert?men los sagrados juegos Pitios, as? llamados por el nombre de la serpiente muerta. Qualquiera j?ven que vencia en ellos, en la lucha, en la carrera ? en el carro, llevaba una corona de hojas de encina, porque ent?nces aun no habia laurel, y el mismo Febo adornaba sus sienes con las hojas de qualquier ?rbol.

El primer objeto del amor de Apolo fu? Dafne, hija del rio Pen?o; pasion que no fu? efecto del acaso, sino una venganza del amor irritado contra ?l. Orgulloso Delio por la victoria que acababa de conseguir sobre la serpiente Piton, viendo al hijo de V?nus, que estiraba su arco, le dice: ,,?Qu? pretendes hacer, j?ven afeminado, con esas poderosas armas? Esas insignias son propias de mis hombros, y solo de m?, que puedo dar certeras heridas ? las fieras, y dirigir acertados tiros ? mis enemigos. Acabo de matar con innumerables heridas ? la serpiente Piton, cuyo enorme cuerpo cubria muchas yugadas de tierra. T?, cont?ntate con que tus flechas provoquen ? un no s? qu? de amores; pero no hagas tuyas mis alabanzas."

,,Tu arco, Febo, respondi? ? este el Amor, hiera ? quantos te agrade; mas t? no has de poder huir del mio: y as? tu gloria es menor que la mia en razon de lo inferiores que son ? un Dios los animales que matas." Esto dixo, y volando ligero surc? batiendo las alas el ayre, y se par? en la umbrosa cumbre del Parnaso. All? sac? de su carcax dos flechas, cuyos efectos son tan contrarios, que la una enciende el amor, y la otra le apaga. La que enciende el amor es dorada y puntiaguda, y la que le apaga embotada y con la punta de plomo. Con esta tir? Cupido al corazon de Dafne, hija del rio Pen?o, y con la otra hiri? ? Apolo, traspas?ndole hasta los huesos. Al punto este ama, y aquella huye hasta del nombre del amante; y queriendo imitar ? Diana, tiene sus delicias en lo oculto de las selvas, y en las pieles de las fieras que cazaba. Se ataba desali?adamente los cabellos con una cinta. Muchos la habian pedido por muger; pero ella despreci?ndoles, pasea impaciente, y libre de marido, los escabrosos bosques, sin cuidarse de qu? cosa sean himeneo, amor y casamiento. Su padre repetidas veces la dixo: Hija mia, debes darme un yerno: debes darme algunos nietos. Mas ella, aborreciendo la tea nupcial como un delito, y cubriendo sus mexillas un modesto rubor, se arroja ? los brazos de su padre, y le habla de esta manera: ,,Conc?deme, padre mio, guardar perpetua virginidad: esta gracia ha concedido ya ?ntes J?piter ? Diana." Otorga su padre la peticion; pero tu hermosura, a?ade, repugna ? tus deseos, y es un obst?culo para verificarlos. Apolo la ve, la ama, y desea poseerla: ?l lo espera; pero sus or?culos le enga?an. Y as? como arden las livianas pajas quitadas las aristas, ? se quema un vallado, al que el caminante aplica demasiado la tea, ? la dexa junto ? ?l por descuido al rayar el dia, del mismo modo arde en llamas aquel Dios; as? se abrasa el corazon de Febo; y con la esperanza va dando fomento ? un amor vano y est?ril. Mira los cabellos de la Ninfa, que sin adorno alguno caen por su cuello, y dice: ?qu? seria si estuviesen rizados? Ve sus ojos tan resplandecientes, que se asemejaban ? las estrellas: observa su delicada boca; pero no se contenta con verla: alaba sus dedos y manos y los brazos medio desnudos; pero aun le parece mejor lo que oculta. Ella huye mas ligera que el ayre, ni se detiene siquiera ? estas palabras que la dirige Apolo. ,,Espera, la dice, te suplico, bella Ninfa de Pen?o, detente; no te sigo como enemigo. Aguarda Ninfa: as? huye del lobo la oveja, del leon la cierva, y del ?guila la sencilla paloma, agitando t?midamente sus alas: todo animal huye de sus enemigos; pero ? m? me obliga ? seguirte el amor. ?Ay desdichado de m?! Temo no sea que inclinada caygas sobre las espinas, y estas hieran tus rodillas, que no merecen ser maltratadas, y ent?nces sea yo la causa de tu dolor. ?speros son los lugares por donde discurres; te suplico no corras tan precipitadamente, que yo moderar? el ardor con que te sigo. Considera sin embargo ? quien ha sorprehendido tu hermosura. No habito yo en el monte; no soy pastor; no guardo aqu? desali?ado ganados y reba?os. Ignoras, temeraria, ignoras de quien huyes, y esta es la causa de tu fuga. La tierra de Delfos, de Claros, T?nedos y los Reynos Patareos me rinden los debidos honores. J?piter es mi padre; por m? se declara lo presente, pasado y venidero; ? m? se debe el ingenioso arte de unir la voz al son de la lira; soy diestro en tirar las flechas; pero ?ah! aquel que con la suya me hiri? el corazon, libre de todo amor, es mucho mas que yo: mia es la invencion de la medicina, y el universo me mira como un Dios aux?liador y ben?fico: conozco la virtud de las plantas; pero ?ay de m?! no hay ninguna que pueda curar el amor; y mis inventos, tan favorables ? todos, no pueden aprovechar al inventor." Apolo quisiera hablar mas, quando Dafne, redoblando temerosa su paso, le interrumpe, y le dexa con las palabras ? medio pronunciar. Parece mas hermosa con la precipitacion de la fuga. Los vientos descubren su cuerpo, y los soplos contrarios tremolan sus vestidos: el ayre echa sus cabellos con una graciosa descompostura sobre las espaldas, y quanto mas huia, tanto mas se acrecentaba su belleza. Pero el j?ven Dios ya no puede sufrir producirse en in?tiles cari?os; y segun le aconsejaba el amor, sigue sus huellas con precipitados pasos. Y ? la manera que el galgo quando ve ? la liebre en campo raso solicita la presa, al tiempo que ella su libertad, fiados ?mbos en la ligereza de sus pies, y aquel como si estuviera cerca espera ya cogerla, y acelera sus pasos alargando el hocico, y ?sta dudando estar cogida escapa de las mordeduras, y dexa burlada la boca que le va ? los alcances; del mismo modo corrian Apolo y la hermosa Dafne; aquel ligero con la esperanza, y ?sta con el temor. Parece que vuela Apolo animado de las alas del amor; y sin tomar descanso la va ya tan ? los alcances, que hace mover con su aliento los cabellos esparcidos sobre los hombros de la fugitiva Ninfa. Fatigada ?sta de tan veloz carrera, ve en fin que sus fuerzas la abandonan, y mirando las olas de Pen?o con rostro p?lido: ,,Amado padre, le dice, si es cierto que los rios gozan del privilegio de divinidades, soc?rreme: ? t?, tierra, en donde tanto agrad? mi hermosura, rec?beme en tu seno, ? haz que yo pierda esta figura tan encantadora que tanto mal me causa." Ap?nas habia concluido la s?plica, quando todos los miembros se la entorpecen, sus entra?as se cubren de una tierna corteza: los cabellos se convierten en hojas: los brazos en ramas: los pies, que ?ntes eran tan ligeros, se transforman en retorcidas raices: ocupa finalmente el rostro la altura, y solo queda en ella la belleza. Este nuevo ?rbol es no obstante el objeto del amor de Apolo; y puesta su mano derecha en el tronco, advierte que aun palpita el corazon de su amada dentro de la nueva corteza; y abrazando las ramas como miembros de su cari?o, besa aquel ?rbol, que parece rehusa sus ?sculos. Por ?ltimo la dice: ,,Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, ? lo m?nos ser?s un ?rbol consagrado ? mi deidad. Mis cabellos, mi lira y mi aljaba se adornar?n de laureles. T? ce?ir?s las sienes de los alegres Capitanes, quando el alborozo publique su triunfo, y suban hasta el capitolio con los despojos que hayan ganado ? sus enemigos. Ser?s fidel?sima guarda de las puertas de los Emperadores, cubriendo con tus ramas la encina que est? en medio; y as? como mis cabellos se conservan en su estado juvenil, tus hojas permanecer?n siempre verdes." Luego que Apolo dex? de hablar, hizo demostracion el laurel de aceptar la oferta, moviendo sus nuevas ramas; y como si tuviera cabeza, mene? tambien su erguida copa.

Hay en Tesalia un bosque llamado Tempe, ? quien rodea por todas partes una eminente selva. El Pen?o, que nace de las raices del Pindo, se desenvuelve por estos lugares con espumosa corriente. Con su precipitado curso levanta una especie de nubes, que causan ligeras nieblas; con cuyo roc?o parece riega las encumbradas selvas, y su ruido se oye hasta en los sitios mas distantes. Esta es la casa, este el asiento, y estos los recintos del gran rio Pen?o, que habita en una cueva tajada de pe?ascos, desde donde gobierna las aguas, y ? las Ninfas que veneran las olas. Todos los rios de m?nos nombre vecinos se junt?ron en este sitio, dudosos de si habian de dar el parabien ? Pen?o, ? le habian de consolar por la p?rdida de su hija. Viene el rio Esperquio, cuyas riberas estan cubiertas de ?lamos, el inquieto Enip?o, que tiene siempre sus aguas agitadas, el anciano Apidano, el blando Anfriso, el r?pido Aeas, y ?ltimamente todos los demas rios, que llevan al mar las aguas golpeadas con los grandes rodeos por donde el ?mpetu los arrebata. Solo entre estos falta Inaco, que encerrado en su profunda caverna acrecienta las aguas con sus l?grimas. Este desgraciado padre llora la p?rdida de su hija I?: ignora si es viva ? muerta; pero no hall?ndola por ningun lado, se persuade que ya en ninguna parte ex?ste, siempre inclinado ? sospechar los sucesos mas desgraciados. Habia visto J?piter ? I?, que salia del gremio de su padre, y la dice: ,,? doncella, digna de ser amada del mismo J?piter, y que con tu mano har?s feliz ? no s? quien de los mortales: busca las sombras ? en estos ? en aquellos bosques para evitar el ardor del sol, mi?ntras est? en lo mas alto del cielo; pero si temes entrar sola en los albergues de las fieras, no temas; penetrar?s segura hasta lo mas oculto de los bosques, pues te acompa?a un Dios, y no de los vulgares, sino el que tiene en su poder el imperio del cielo, y vibra los rayos. Ni huyas de m? ." Habia pasado las majadas de Lerna y los campos Lirc?os, poblados de ?rboles, quando cubriendo J?piter con una espesa nube la tierra, la hizo obscurecer, detuvo ? I? en su precipitada fuga, y la rob? el pudor. Entre tanto di? Juno vuelta ? la tierra con su vista, y admir?ndose de que las nieblas hubiesen convertido en noche la claridad y resplandor del dia, conoci? que estas no provenian ni de los rios, ni de las humedades de la tierra. Busca pues ? su marido, como que ya sospechaba sus adulterios, en que le habia cogido tantas veces, y no hall?ndole en el cielo: ,,? yo me enga?o, dixo, ? se me hace traycion." Y baxando ? la tierra, mand? retirar las nubes.

J?piter previ? la llegada de su esposa, y al momento transform? ? I? en una blanca becerra; pero aun en esta forma mantenia su hermosura. Juno alaba, aunque con violencia, la belleza de aquella novilla, y pregunta ? su marido, como si estuviese ignorante, de qu? toro era cria, de d?nde habia venido, y ? qu? vacada pertenecia. J?piter, para evitar que supiese el due?o de quien era, la respondi? que la Tierra la acababa de producir. Ent?nces Juno se la pide como una fineza. J?piter no sabe qu? partido tomar: desprenderse de su amada le es muy doloroso; neg?rsela ? Juno le hace con ella sospechoso: el pudor le mueve ? entreg?rsela, y el amor lo reprueba. El amor hubiera vencido al pudor; pero como la solicitud de su hermana y esposa era de tan peque?a entidad como una novilla, podia creer Juno que no lo era, y as? aumentarse en ella las sospechas. Entregada la concubina por J?piter ? su esposa, aun no se tranquiliza ?sta, y teme de su marido que se la robe: hasta que por ?ltimo la entrega ? Argos, hijo de Arestor, para que la guarde.

Adornaban la cabeza de este cien ojos, y de estos, dos descansaban y dormian alternativamente, y los demas velaban y quedaban de centinela. En qualquiera parte que estuviese, jamas perdia de vista ? I?; y aun quando estaba vuelto de espaldas, siempre la tenia delante: de dia la dexaba pacer, y de noche la encerraba, y aherrojaba, lo que ella seguramente no merecia: se alimentaba de las hojas de los ?rboles y yerbas amargas: la tierra, que no siempre est? cubierta, la servia de cama ? esta infeliz, y el agua cenagosa era su ordinaria bebida; y quando intentaba suplicar ? Argos con los brazos tendidos, veia que la faltaban para hacerlo; y haciendo esfuerzos para quejarse, solo se resolvia su voz en bramidos, cuyo eco la hacia temblar, caus?ndola miedo su propia voz. Lleg? tambien ? las riberas del rio Inaco su padre, en donde acostumbraba muchas veces explayarse; pero habiendo visto en el agua los nuevos cuernos que tenia, se espant?, y queria huir de s? misma. Las Nayades sus hermanas ignoraban quien era, y aun su padre Inaco no lo sabia; pero ella seguia con docilidad ? este y aquellas, de quienes se dexaba tocar, admir?ndose todos de su docilidad. El anciano Inaco la presentaba yerbas, que cortaba; y ella lamia y besaba sus manos, no pudiendo contener las l?grimas, y si la voz la ayudara, le pediria socorro, le diria su nombre, y contaria sus desgracias: mas para suplir este defecto, le graba en la arena con el pie la triste historia de su transformacion: ?ay desdichado de m?! exclam? el padre, pendiente de los cuernos y cerviz de la blanca novilla. ?Ay desdichado de m?! ?No eres t?, hija, la que he buscado por todas partes? No te hall? quando te buscaba, y te hallo ahora que no te busco: me causas mayor dolor que quando estabas perdida. ?Por qu? callas? ?Por qu? no respondes ? mis palabras? Solamente arrancas suspiros de tu profundo pecho, y me contestas con bramidos, que es solo lo que puedes hacer. Yo, ignorando tu desgraciada situacion, te prevenia t?lamo y teas, lisonje?ndome con la esperanza de tener primero yerno y despues nietos. Pero ya tu marido y tus hijos ser?n del reba?o en que te hallas. Esta es la ocasion en la que el ser Dios me es perjudicial, pues que siendo inmortal, ninguna esperanza me queda de que mis dolores tengan fin con la muerte; y as? se prolongar?n por una eternidad mis l?grimas. Quando Inaco se lamentaba de esta suerte con su hija, el estrellado Argos se la arrebata de su presencia, y la lleva ? pacer por diversas partes: ?l ocupa ? lo l?jos la elevada cumbre de un monte, desde donde podia sentado registrarlo todo.

No podia ya J?piter sufrir los males ? que veia expuesta ? I?; y para remediarlos, llam? ? su hijo Mercurio, que es el que tuvo de Maya, y le mand? que diese muerte ? Argos. No hubo en esto detencion; inmediatamente puso sus talares en los pies: acomod? ? sus sienes el petaso, y ? su mano aquella misteriosa vara que tiene la virtud de adormecer. Luego que se acomod? en esta forma, bax? ? la tierra desde el alc?zar de su padre: en ella se quit? el sombrero, y dex? las alas, qued?ndose solamente con la vara; y baxo el disfraz de pastor guiaba las congregadas cabras por descaminados campos, tocando la flauta. Admirado Argos del sonido que o?a, le habl? en estos t?rminos. ,,T?, quien quiera que seas, puedes venir ? sentarte conmigo en este pe?asco, porque no hay un lugar mas fecundo de yerba para el ganado, y ves la sombra, que es tan regalada para los pastores."

Acept? el nieto de Atlante la oferta de Argos; y despues de haberle divertido todo el dia con varios discursos, y cantado con el acompa?amiento de la flauta, procur? se quedase dormido. Mas ?l trabaja con todo cuidado para no dexarse vencer del sue?o; y aunque unos ojos dormian, no obstante velaban otros; y as? pregunta ? Mercurio qu?l era el or?gen de aquella flauta que hacia poco tiempo era conocida. Ent?nces Mercurio le habl? de esta manera:

,,En los bien frescos montes de la Arcadia hubo entre las Amadriades una Nayade muy celebrada, ? quien las Ninfas llam?ron Siringa. Muchas veces habia esta burlado ? los S?tiros que la perseguian, y despreciado los homenages que la tributaron todas las Deidades que habitan, ? en los umbrosos bosques, ? en la f?rtil tierra. Veneraba ? Diana, y la imitaba en los mismos exercicios de la caza y en su virginidad; de modo que vestida con el trage de aquella, podia enga?ar ? qualquiera, y ser tenida por la misma Diana, si no fuera su arco de cuerno, y el de la Diosa de oro. Pero ? pesar de esta diferencia, no dexaban algunas veces de equivocarse. Pan, coronada su cabeza con hojas de pino, la encontr? un dia que baxaba del monte Lic?o, y la habl? en estos t?rminos: cede, bella Ninfa, ? los deseos de un Dios que quiere ser tu esposo. Aun le quedaba que referir otras palabras; y la Ninfa, poco sensible ? sus discursos, huy? por caminos extraviados hasta llegar al rio Ladon; pero hall?ndose detenida por las aguas, rog? ? las Ninfas, sus hermanas, que la transformasen: tampoco refiri? que Pan habia corrido tras ella, y que creyendo tenerla asida, se hall? abrazado con unas ca?as; y que mi?ntras ?l suspiraba, las agit? el viento, resultando un sonido muy parecido ? los ayes de quien se queja: que ent?nces, habiendo quedado suspenso Pan con el nuevo arte y dulzura de aquella voz, dixo: ha de haber sin embargo entre nosotros una estrecha conex?on; y tomando algunas ca?as desiguales, las uni? con cera, y de ellas form? la flauta que se llama Siringa, conservando en ella el nombre de la Ninfa."

Al ir ? referir todo esto Mercurio, observ? que todos los ojos de Argos se habian quedado vencidos del sue?o: al momento calla; y tocando suavemente los ojos con la vara inficionada, les adormece mas, y sin detenerse divide de su cuello con una corva espada la titubante cabeza, que arroj? ba?ada en sangre sobre un alto pe?asco, contamin?ndole con la misma sangre. ?De esta manera yaces Argos! ?As? se extingui? toda la luz que en tantos ojos tenias! ?Una sola noche envuelve entre sus sombras tus cien ojos! Ent?nces Juno, condolida de la muerte de Argos, recoge todas aquellas lumbreras, y las coloca en las alas del Pava child wails unnecessarily for its mother, the father must be the check. "Stop your noise, you little brat! What ails you, you whiner?" And if children be too sensitive, too sympathetic, then it will do the child no harm if the father occasionally throws the cat out of the window, or kicks the dog, or raises a storm in the house. Storms there must be. And if the child is old enough and robust enough, it can occasionally have its bottom soundly spanked--by the father, if the mother refuses to perform that most necessary duty. For a child's bottom is made occasionally to be spanked. The vibration of the spanking acts direct upon the spinal nerve-system, there is a direct reciprocity and reaction, the spanker transfers his wrath to the great will-centers in the child, and these will-centers react intensely, are vivified and educated.

On the other hand, given a mother who is too generally hard or indifferent, then it rests with the father to provide the delicate sympathy and the refined discipline. Then the father must show the tender sensitiveness of the upper mode. The sad thing to-day is that so few mothers have any deep bowels of love--or even the breast of love. What they have is the benevolent spiritual will, the will of the upper self. But the will is not love. And benevolence in a parent is a poison. It is bullying. In these circumstances the father must give delicate adjustment, and, above all, some warm, native love from the richer sensual self.

The question of corporal punishment is important. It is no use roughly smacking a shrinking, sensitive child. And yet, if a child is too shrinking, too sensitive, it may do it a world of good cheerfully to spank its posterior. Not brutally, not cruelly, but with real sound, good-natured exasperation. And let the adult take the full responsibility, half humorously, without apology or explanation. Let us avoid self-justification at all costs. Real corporal punishments apply to the sensual plane. The refined punishments of the spiritual mode are usually much more indecent and dangerous than a good smack. The pained but resigned disapprobation of a mother is usually a very bad thing, much worse than the father's shouts of rage. And sendings to bed, and no dessert for a week, and so on, are crueller and meaner than a bang on the head. When a parent gives his boy a beating, there is a living passionate interchange. But in these refined punishments, the parent suffers nothing and the child is deadened. The bullying of the refined, benevolent spiritual will is simply vitriol to the soul. Yet parents administer it with all the righteousness of virtue and good intention, sparing themselves perfectly.

Let us beware and beware, and beware of having a high ideal for ourselves. But particularly let us beware of having an ideal for our children. So doing, we damn them. All we can have is wisdom. And wisdom is not a theory, it is a state of soul. It is the state wherein we know our wholeness and the complicate, manifold nature of our being. It is the state wherein we know the great relations which exist between us and our near ones. And it is the state which accepts full responsibility, first for our own souls, and then for the living dynamic relations wherein we have our being. It is no use expecting the other person to know. Each must know for himself. But nowadays men have even a stunt of pretending that children and idiots alone know best. This is a pretty piece of sophistry, and criminal cowardice, trying to dodge the life-responsibility which no man or woman can dodge without disaster.

The only thing is to be direct. If a child has to swallow castor-oil, then say: "Child, you've got to swallow this castor-oil. It is necessary for your inside. I say so because it is true. So open your mouth." Why try coaxing and logic and tricks with children? Children are more sagacious than we are. They twig soon enough if there is a flaw in our own intention and our own true spontaneity. And they play up to our bit of falsity till there is hell to pay.

"You love mother, don't you, dear?"--Just a piece of indecent trickery of the spiritual will. The great emotions like love are unspoken. Speaking them is a sign of an indecent bullying will.

"Poor pussy! You must love poor pussy!"

What cant! What sickening cant! An appeal to love based on false pity. That's the way to inculcate a filthy pharisaic conceit into a child.--If the child ill-treats the cat, say:

"Stop mauling that cat. It's got its own life to live, so let it live it." Then if the brat persists, give tit for tat.

"What, you pull the cat's tail! Then I'll pull your nose, to see how you like it." And give his nose a proper hard pinch.

THE FIVE SENSES

Science is wretched in its treatment of the human body as a sort of complex mechanism made up of numerous little machines working automatically in a rather unsatisfactory relation to one another. The body is the total machine; the various organs are the included machines; and the whole thing, given a start at birth, or at conception, trundles on by itself. The only god in the machine, the human will or intelligence, is absolutely at the mercy of the machine.

Such is the orthodox view. Soul, when it is allowed an existence at all, sits somewhat vaguely within the machine, never defined. If anything goes wrong with the machine, why, the soul is forgotten instantly. We summon the arch-mechanic of our day, the medicine-man. And a marvelous earnest fraud he is, doing his best. He is really wonderful as a mechanic of the human system. But the life within us fails more and more, while we marvelously tinker at the engines. Doctors are not to blame.

It is obvious that, even considering the human body as a very delicate and complex machine, you cannot keep such a machine running for one day without most exact central control. Still more is it impossible to consider the automatic evolution of such a machine. When did any machine, even a single spinning-wheel, automatically evolve itself? There was a god in the machine before the machine existed.

So we may as well settle down to the little god in the machine. We may as well call it the individual soul, and leave it there. It's as far as the bicycle would ever get, if it had to define Mademoiselle. But be sure the bicycle would not deny the existence of the young miss who seats herself in the saddle. Not like us, who try to pretend there is no one in the saddle. Why even the sun would no more spin without a rider than would a cycle-pedal. But, since we have innumerable planets to reckon with, in the spinning we must not begin to define the rider in terms of our own exclusive planet. Nevertheless, rider there is: even a rider of the many-wheeled universe.

So the bicycle will continue to babble about itself. And it will inevitably wind up with a philosophy. "Oh, if only the great and divine force rested for ever upon my saddle, and if only the mysterious will which sways my steering gear remained in place for ever: then my pedals would revolve of themselves, and never cease, and no hideous brake should tear the perpetuity of my motions. Then, oh then I should be immortal. I should leap through the world for ever, and spin to infinity, till I was identified with the dizzy and timeless cycle-race of the stars and the great sun...."

Poor old bicycle. The very thought is enough to start a philanthropic society for the prevention of cruelty to bicycles.

We ourselves then: wisdom, like charity, begins at home. We've each of us got a rider in the saddle: an individual soul. Mostly it can't ride, and can't steer, so mankind is like squadrons of bicycles running amok. We should every one fall off if we didn't ride so thick that we hold each other up. Horrid nightmare!

Well, well--my body is my bicycle: the whole middle of me is the saddle where sits the rider of my soul. And my front wheel is the cardiac plane, and my back wheel is the solar plexus. And the brakes are the voluntary ganglia. And the steering gear is my head. And the right and left pedals are the right and left dynamics of the body, in some way corresponding to the sympathetic and voluntary division.

So that now I know more or less how my rider rides me, and from what centers controls me. That is, I know the points of vital contact between my rider and my machine: between my invisible and my visible self. I don't attempt to say what is my rider. A bicycle might as well try to define its young Miss by wriggling its handle-bars and ringing its bell.

However, having more or less determined the four primary motions, we can see the further unfolding. In a child, the solar plexus and the cardiac plexus, with corresponding voluntary ganglia, are awake and active. From these centers develop the great functions of the body.

On the upper plane, the lungs and heart are controlled from the cardiac plane and the thoracic ganglion. Any excess in the sympathetic mode from the upper centers tends to burn the lungs with oxygen, weaken them with stress, and cause consumption. So it is just criminal to make a child too loving. No child should be induced to love too much. It means derangement and death at last.

But beyond the primary physiological function--and it is the business of doctors to discover the relation between the functioning of the primary organs and the dynamic psychic activity at the four primary consciousness-centers,--beyond these physical functions, there are the activities which are half-psychic, half-functional. Such as the five senses.

Of the five senses, four have their functioning in the face-region. The fifth, the sense of touch, is distributed all over the body. But all have their roots in the four great primary centers of consciousness. From the constellation of your nerve-nodes, from the great field of your poles, the nerves run out in every direction, ending on the surface of the body. Inwardly this is an inextricable ramification and communication.

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