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Munafa ebook

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Read Ebook: La araña negra t. 9/9 by Blasco Ib Ez Vicente

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Ebook has 1289 lines and 57242 words, and 26 pages

En esta edici?n se han mantenido las convenciones ortogr?ficas del original, incluyendo las variadas normas de acentuaci?n presentes en el texto.

VICENTE BLASCO IBA?EZ

LA ARA?A NEGRA

NOVELA

TOMO NOVENO

EDITORIAL COSM?POLIS

APARTADO 3.030

MADRID Imp. Zoila Ascas?bar. Mart?n de los Heros, 65.--MADRID.

NOVENA PARTE

EN PARIS

El entierro de Alvarez.

Estaba Zarzoso leyendo la secci?n de noticias de un peri?dico de la noche y se dispon?a ya a acostarse, en vista de que los relojes de la plaza del Panthe?n acababan de dar la una de la madrugada.

Las ca?das cortinas del lecho ocultaban a Judith, que roncaba con bastante estr?pito, y la luz del quinqu? crepitaba de un modo alarmante, dando a entender que estaba pr?xima a apagarse por falta de petr?leo que alimentase su llama.

Sonaron atropellados pasos en el pasadizo que conduc?a a la habitaci?n, y Zarzoso, sin poder explicarse el motivo, sinti? cierto sobresalto, pues sus nervios se hallaban muy excitados a causa de una reyerta que hab?a tenido con la hermosa rubia, antes de acostarse ?sta.

Llamaron a la puerta con dos suaves golpes, y el joven se apresur? a abrir, presintiendo que algo grave ocurr?a. En la penumbra del pasillo percibi? a Agramunt, que parec?a haberse vestido apresuradamente momentos antes, pues todav?a se estaba abrochando el chaleco, y llevaba la corbata sin anudar. Tras ?l aparec?a un viejo, de aspecto ordinario, que mostraba ser por su aire un portero de casa pobre.

Agramunt hablaba con voz queda y acento misterioso.

--?Est?s solo, Juanito?--pregunt?--. ?Duerme Judith?

Zarzoso contest? con un gesto afirmativo, y entonces su amigo se apresur? a decir:

--Toma el sombrero y v?monos inmediatamente. Ocurre una cosa grave, una desgracia.

--?Qu? es?--se apresur? a preguntar Zarzoso.

--V?monos en seguida, ya te lo contar? por el camino.

Y mientras que Zarzoso, de puntillas, para no despertar a su querida, buscaba el sombrero y el gab?n, Agramunt le dec?a en voz baja:

--Acaba de venir a buscarme este buen hombre, el portero de la calle del Sena. Don Esteban est? grav?simo; una dolencia mortal. Creo que ya debe haber expirado hace rato.

Y el joven escritor dec?a esto convencido de que su viejo amigo hac?a ya mucho tiempo que hab?a muerto, pues conoc?a el car?cter de Perico, su antiguo criado, y comprend?a que muy terrible deb?a ser el suceso para que se decidiera a avisar a los amigos.

Zarzoso acab? de arreglarse y, de puntillas, sali? de la habitaci?n, sin que se apercibiera de su marcha Judith, que segu?a roncando.

Los tres hombres, al estar en la calle, apresuraron la marcha, como si alguien les persiguiera, y jadeantes y sudorosos llegaron a la casa de la calle del Sena, en la que reinaba gran agitaci?n.

En la escalera tropezaron con el comisario de Polic?a del distrito y sus empleados, a los que hab?a ido a llamar la mujer del conserje, en vista de lo repentino de aquel fallecimiento.

Perico estaba desolado, y con ese gesto de estupidez que proporciona una desgracia tan abrumadora como inesperada, iba de un lado para otro, con la inconsciencia del loco, por todas las habitaciones de la casa, dando de vez en cuando lastimeros mugidos para desahogar su pecho de h?rcules, agitado por torrentes de llanto que pugnaban por salir y no pod?an.

Casi en el centro del sal?n, frente a la chimenea donde humeaban algunos tizones, y de aquel retrato de la mujer adorada, yac?a el cad?ver de Alvarez, como enorme masa que s?lo alumbraba, en parte, la luz del quinqu? puesto sobre la mesa de trabajo.

Estaba tendido de espaldas, con los brazos casi en cruz, y en su rostro, qu? r?pidamente iba adquiriendo un tono viol?ceo, brillaban sus ojos, desmesuradamente abiertos, como si a?n persistiera en el cad?ver la sorpresa que le caus? sentir una muerte que llegaba r?pida e instant?neamente, como el rayo.

Perico, que se hab?a colocado junto a los dos amigos, hablaba lentamente, cortando sus palabras con suspiros penosos, y rehu?a la vista del cuerpo de su se?or, como si temiera caer en un nuevo acceso de desesperaci?n a la vista de aquel cad?ver que en vida fu? lo que ?l m?s quiso.

?Qui?n iba a esperar aquello? El se?or, antes de comer, hab?a ido al caf? de Cluny a pasar un rato, y volvi? cerca de las ocho, cuando ?l ya estaba arreglando la mesa.

Parec?a m?s deca?do y triste que de costumbre; comi? silenciosamente, dando de vez en cuando suspiros que alarmaban a Perico, y despu?s de levantado el mantel, comenz? a hablar del pasado a su sirviente y de la posibilidad de que ?l muriera en plazo breve y cuando menos lo esperase.

Record? con dolorosa amargura a la hija que ten?a en Madrid; habl? de su ingratitud, a pesar de lo cual la amaba cada vez m?s, y, como consecuencia de todo lo que habl?, le dijo as? a su antiguo asistente:

--Mira, muchacho: mi hija me odia; buena prueba de ello es que ha roto sus relaciones con ese buen chico de Zarzoso s?lo por saber que era amigo m?o; pero, al fin y el cabo, es mi hija y no puedo dejarla desamparada, pues s? que, a pesar de que tiene familia, se halla rodeada de enemigos que conspiran contra ella. Si yo pudiera volver a Espa?a, velar?a por mi Mar?a, aunque ella me pagase con la m?s repugnante ingratitud; pero si yo muero y t? quedas libre para volver a la patria, has de jurarme que vivir?s cerca de ella, que velar?s por su tranquilidad y que la defender?s en cuantos peligros pueda correr. ?Lo juras as??

Perico prometi? todo cuanto su amo quiso exigirle. El estaba dispuesto a obedecer a don Esteban m?s all? a?n de la tumba, y muerto su se?or quedaba libre y pod?a abandonar Par?s para cumplir esta ?ltima voluntad; pero lo que ?l no sospechaba es que el fin de la existencia de su amo estuviera tan pr?ximo como ?ste lo present?a.

Don Esteban tuvo fr?o y se sent? junto a la chimenea, permaneciendo all? hasta cerca de media noche.

Su criado, que estaba en el comedor, le oy? varias veces suspirar, murmurando palabras que ?l no comprend?a.

--"?Yo soy el responsable de ese rompimiento!", dec?a con acento quejumbroso. "?Yo soy el autor de la degradaci?n de ese joven!"

Era ya cerca de media noche, cuando son? en el sal?n un suspiro sordo, pero tan angustioso, que a Perico, seg?n su propia expresi?n, le puso los cabellos de punta.

Entr? apresuradamente en la gran sala y a?n pudo ver a su se?or que acababa de levantarse del sill?n y que, tambale?ndose, con las manos puestas en el pecho, como si pretendiera abr?rselo en un fiero arranque de angustia, anduvo dos o tres pasos para caer despu?s desplomado.

Cuando Perico, a pesar de su dolorosa sorpresa, se convenci? de que su se?or hab?a muerto, pidi? socorro a los porteros; y mientras el marido iba en busca de los dos amigos del difunto que viv?an m?s pr?ximos, la mujer se dirigi? a la Comisar?a del barrio para que se instruyeran las diligencias propias del caso. El m?dico oficial, que deb?a de volver al d?a siguiente a practicar la autopsia, manifest? que don Esteban hab?a muerto a consecuencia de la ruptura de un aneurisma que se le hab?a formado hac?a ya mucho tiempo.

Los dos amigos, en vista del aturdimiento de Perico, se encargaron de todas las gestiones que era necesario hacer en tales circunstancias.

Agramunt redact? unas cuantas l?neas para los peri?dicos de la ma?ana, anunciando la muerte de aquel emigrado que hab?a perecido en la obscuridad a pesar de haber desempe?ado altos cargos; y mientras el portero iba a llevarlas a las Redacciones, ?l, impulsado por su actividad de buen muchacho servicial, sali? para ir a una Agencia de pompas f?nebres, a arreglar lo concerniente al entierro, que se hab?a de verificar al d?a siguiente, a las tres de la tarde.

Zarzoso se qued? solo en el sal?n, frente al abandonado cad?ver de Alvarez, mientras Perico, fuera, en el comedor, disputaba con la vieja portera, que, en vista de su angustia, quer?a hacerle tragar algunas tisanas para calmarle.

El m?dico miraba con terror el cad?ver de su viejo amigo.

Aquellas frases incoherentes que Alvarez hab?a pronunciado antes de morir, y que resultaban ininteligibles para su criado, las comprend?a ?l f?cilmente, y sent?a por ello intenso remordimiento.

Aquel hombre desgraciado hab?a fallecido v?ctima de la preocupaci?n dolorosa que en ?l produjo la creencia de que, involuntariamente, hab?a sido la causa del rompimiento de relaciones entre Zarzoso y Mar?a.

Lo que m?s entristec?a al joven y le avergonzaba era la injusta opini?n de virtud en que le ten?a Alvarez; y al mismo tiempo le aterraba la sospecha de que ?ste, antes de morir, pod?a haberse convencido, casualmente, de la degradaci?n en que estaba el mismo a quien ?l cre?a un joven de buenas costumbres.

Cuando volvi? Agramunt, despu?s de cumplidas sus comisiones, los dos j?venes, ayudados por Perico, levantaron de la alfombra el cad?ver de don Esteban, y a fuerza de pu?os lo llevaron hasta la cama, donde cay? sordamente, con el peso abrumador de la muerte, y haciendo rechinar los hierros del lecho.

La ma?ana siguiente la pas? Agramunt corriendo Par?s, para avisar a todos los compa?eros de emigraci?n y a cuantos espa?oles conoc?a y ultimar los preparativos del entierro, que hab?a de ser lo que la gente llama bastante correcto, pues el editor para el que trabajaban los emigrados se hab?a brindado a pagar todos los gastos.

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