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Munafa ebook

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Read Ebook: Antaño i Ogaño: Novelas i Cuentos de la Vida Hispano-Americana by Lastarria Jos Victorino

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Ebook has 1966 lines and 94810 words, and 40 pages

Cuando se habia vuelto a romper la guerra entre nosotros i las tropas del rei, despues de los tratados con Gainza, i se habia celebrado la paz entre los jenerales O'Higgins i Carrera, lleg? la division a que yo pertenecia, al pueblo de Rancagua, en donde procur? hacerse fuerte para resistir al enemigo, que marchaba confiadamente con nuevo jeneral i tropas de refresco a tomar posesion de la capital. Aqu? vuelven a ligarse mis relaciones con la mujer que por tanto tiempo habia sido objeto ?nico de mi amor i de mi venganza.

Amaneci? el dia primero de octubre i nosotros est?bamos alegres i con la confianza en el corazon, esperando que las tropas de rei se acercaran a las fortificaciones que se habian formado dentro de las calles de aquella ciudad. Ap?nas form?bamos poco mas de mil hombres i no dud?bamos de que vencer?amos a los cinco mil que nos mandaba el tirano, porque ?ramos valientes i pele?bamos por la independencia. Todos permanec?amos en nuestros puestos, los jefes recorrian las trincheras exhort?ndonos i record?ndonos la causa que defend?amos; pero lo que mas nos entusiasmaba era el estruendo del ataque que a pocos pasos de all? se habia empe?ado entre nuestras guerrillas i el enemigo que se acercaba. La mecha del ca?on ardia sobre las trincheras, los soldados en silencio i sobre las armas nos mir?bamos como para inspirarnos confianza i valor; las calles estaban solas, i de cuando en cuando se veia atravesar de una casa a otra, algun hombre o mujer que llevaban el pavor pintado en su semblante.

Al fin de algun tiempo de estar en esta situacion violenta, se rompi? el fuego en medio de mil aclamaciones que se ahogaban con el estampido del ca?on. En la tarde de aquel dia de gloria i de sangre era ya jeneral la batalla: se peleaba en las trincheras, en las calles, sobre los techos de las casas i hasta desde los ?rboles de los huertos, en cuyos ramajes estaban los guerreros api?ados, se hacia un fuego, vivo i se combatia con arrojo: por todos puntos ardian las casas de la poblacion, i sus llamas producian un calor abrasador; una nube densa del humo del incendio i del combate pesaba sobre nosotros i nos desesperaba de sofocacion; no ten?amos en todo el paraje que ocup?bamos una gota de agua para apagar la sed. Al estruendo de las armas se unian los repiques de los campanarios que anunciaban victoria, los ayes de los moribundos i el clamoreo de los soldados i oficiales que se animaban a la pelea.

Al dia siguiente pele?bamos todav?a con furor, pero los espa?oles habian ganado mucho terreno, i a veces llegaban hasta las mismas trincheras a buscar una muerte segura a trueque de tom?rselas. En una de las salidas que hicimos por la calle de San Francisco a desalojar algunas partidas enemigas que se habian apoderado de las casas vecinas para atacarnos con mas seguridad, tuvimos un encuentro horrible, que fu? uno de los mas her?icos de aquel dia.

Eramos poco mas o m?nos veinticinco hombres los que salimos de la trinchera a batir una partida de enemigos que, derribando murallas, se habia apoderado de una casa pr?xima: a la primera descarga nuestra, se replegaron al patio i nos cargaron a la bayoneta; yo descargu? mi fusil sobre el oficial que los mandaba, i al verle caer a mis pi?s, conoc? que era Laurencio, el traidor. Me fu? sobre ?l grit?ndole: <> pero su respuesta fu? una mirada aterradora i un suspiro ronco i profundo que exhal? con la vida...... Todos los demas perecieron tambien a nuestras manos i volvimos a nuestro puesto para defender la trinchera. La venganza que Dios me habia preparado para aquel momento terrible acababa de desahogar mi corazon: sent? ent?nces la necesidad de vivir, i cada vez que me acercaba al parapeto para descargar sobre el enemigo, deseaba que no me tocara alguna de sus balas hasta despues de ver a Luc?a, a esa mujer que hasta en medio de las zozobras de una batalla ocupaba mi corazon i me atraia con un poder m?jico.

En la tarde de aquel dia funesto, el jeneral O'Higgins abandon? la plaza i los espa?oles entraron en ella haciendo la mas espantosa carnicer?a; yo me refuji? en un templo que estaba pr?ximo a mi puesto, pero a los pocos momentos me sacaron de all? con otros varios prisioneros i nos condujeron a la presencia del jeneral Osorio, i despues a una quinta inmediata donde estaban los equipajes del ej?rcito espa?ol. En el patio de esta casa habia varias mujeres que se ocupaban en vendar una herida que tenia en el brazo derecho un oficial realista. Cuando o? que llamaban a este hombre el coronel Lizones, me fij? en ?l, porque ese era el mismo apellido de aquel a quien di? muerte mi amigo Alonso en Lima, i ?cu?l seria mi sorpresa al ver que su fisonom?a era id?ntica a la de la v?ctima de nuestros estrav?os!

Luego perd? de vista al coronel, porque nos encerraron en una bodega, donde nos dejaron entregados a las angustias que necesariamente habia de producir en nuestros corazones nuestra triste condicion: yo me reclin? sobre el suelo h?medo de aquel calabozo, porque ya no tenia fuerzas para resistir la fatiga del cansancio i la desesperacion que se habia apoderado de m?.

Durante el dia siguiente degollaron en el mismo umbral de la puerta de nuestra prision a varios prisioneros de los que estaban conmigo: yo esperaba i aun deseaba la misma suerte. Lleg? la segunda noche i el sue?o que en todo ese tiempo me habia abandonado, vino ent?nces a restablecer mis fuerzas. Hacia mucho tiempo que dormia tranquilamente, cuando o? pronunciar mi nombre a una persona que me habia tomado la mano. Despert?, pero cre? que era una ilusion: la luna entraba por la puerta que estaba abierta i a su luz v? que todo parecia en calma i que el centinela dormia profundamente. El que me habia despertado me estrechaba la mano i en silencio me conducia fuera de la prision, pero yo me le resistia lijeramente porque sospechaba que aquello fuera un lazo que se me tendia. Salimos al patio i todav?a me condujo a la arboleda sin decirme una palabra, i yo advertia que su mano temblaba i que su respiracion era ajitada.

Al llegar a una de las tapias, me dijo en voz baja: huyamos por aqu?, no temas, el centinela que t? has visto durmiendo nos ha favorecido, porque le he comprado; ?l mismo me design? el lugar en que estabas.

--?Pero qui?n eres t?, que tanto muestras interesarte por m??

--?Alvaro! ?no me conoces! Ah; ?te he ofendido tanto! pero no.... ?no te ofend? jamas! ?siempre te he amado!...

Estas palabras, pronunciadas con ardor, me hicieron reconocer a Luc?a; olvid? mi resentimiento i la estrech? silenciosamente entre mis brazos; pero me duraba aun la emocion de las caricias i permanec?amos tr?mulos cuando me asalt? el recuerdo de mi agravio.

--?Por qu? me traicionaste, mujer ingrata, esclam?, por qu? me has enga?ado? ?No huir? contigo jamas, nunca! ?Deseaba hallarte, solo para vengarme de t?!

--No seas cruel, Alvaro, soi inocente. Huyamos, cuando est?s libre sabr?s mis desgracias i me har?s justicia.

--No, ?qui?n me asegura que esta no sea tambien una traicion? Te aborrezco.... Habla, vind?cate, si quieres que te siga.

--Ya que te obstinas, ?yeme i perd?name. En aquella noche fatal en que fugu? con Laurencio de casa de mi tutor, cre? que marchaba contigo hasta que la luz del dia vino a revelarme mi error; quise volver sobre mis pasos, pero Laurencio me asegur? que t? vendrias luego a reunirte con nosotros, i que si volvia a mi casa encontraria una muerte segura. De enga?o en enga?o, me condujo hasta Chillan, en donde se encontraba el ej?rcito espa?ol en aquel tiempo, i se present? al jeneral a dar cuenta de una comision que habia tenido durante su ausencia. Despues he sabido que este hombre era el esp?a que tenian los realistas para comunicarse con sus partidarios residentes en otros pueblos. Perdida ya la esperanza de volverte a hallar, porque Laurencio me notici? que habias muerto, quise separarme de ?l, pero adonde podria yo ir a encontrar el amparo que necesitaba; sola i desconocida en el mundo, no me quedaba otro refujio que permanecer al lado del ?nico hombre que tenia deber de protejerme, ?porque ?l me habia sacado de mi hogar i me habia hecho rendirme a sus deseos....! Si bien no le amaba yo, a lo m?nos ?l era mi c?mplice i manifestaba amarme. Despues del sitio de Chillan, le mandaron de guarnicion a la plaza de Colcura, yo le segu?, porque en aquel destierro iba a estar l?jos de la guerra, l?jos de un ej?rcito, que era testigo de mi deshonra i de mis l?grimas. All? permanecimos hasta hace un mes que recibi? Laurencio la ?rden de juntarse a su batallon, i bien a mi pesar he vuelto a seguir sus pasos. ?Pero el cielo principia ya a compadecerse de m?! Laurencio muri? ayer en la batalla i hoi te alcanc? a ver a t?, mi pobre Alvaro, entre los prisioneros. Desde ese momento, no vacil? ni he descansado hasta prepararlo todo para nuestra fuga; ahora seremos felices, ya no te separar?s mas de m?, t? eres mi ?nico apoyo, porque te amo como siempre.........

--Luc?a, es verdad que has sido inocente hasta el momento de rendirte a ese hombre perverso que muri? ayer a mis manos, porque Dios me le entreg? para vengarme; ?pero ahora eres impura! Faltaste a los juramentos que me hiciste. Yo no puedo partir contigo.

--?Alvaro, no me abandones!

--T? me has buscado porque muri? Laurencio, no porque me amas.

--?Dios mio, por qu? soi tan desgraciada! ?Alvaro, perd?name, yo te amo!....

La esplosion de un fusil i el silbido de una bala que pas? por mi oido interrumpi? sus palabras. Nos quedamos pasmados, la alarma principi? en la quinta, e inmediatamente fuimos conducidos a la presencia del coronel Lizones, que era el jefe de mas graduacion que habitaba aquella casa.

El coronel se habia levantado de su cama envuelto en una capa de grana, i al oir que le decian que yo pretendia fugarme ausiliado por Luc?a, esclam? furioso i se?al?ndome a m?:--<> Luc?a se arroj? a sus pi?s pidi?ndole mi perdon i ?l la escuchaba i la replicaba con una sonrisa de furor:--<> Esta le aseguraba lo contrario i le protestaba amarle, porque al pretender salvarme habia sido guiada solamente por la gratitud: <>

Ya estaba yo arrodillado esperando que los soldados prepararan las armas que me habian de dar la muerte, cuando o? estas terribles palabras: Luc?a, si consientes en ser ma?ana mismo mi esposa, se salvar? el insurjente.--S?, coronel, a ese precio consiento en ser su esposa de usted. Ya no resistir? mas.--Soldados, grit? Lizones, llevad a ese hombre a su prision.--N?, repliqu?, deseo morir, porque no debo consentir en el sacrificio de esa mujer que me pertenece... Pero ya el coronel no me oia i los soldados me llevaron al calabozo por la fuerza. Yo gritaba fren?tico i procuraba desprenderme de sus manos, pero ellos me maltrataban i al fin me encerraron violentamente sin tenerme piedad......

Desde aquella escena terrible, estuve privado de mi juicio hasta muchos meses despues. Yo, que habia tenido valor para despreciar la muerte tantas veces en presencia del enemigo, no lo tuve para soportar la desgracia de verme despojar de mi Luc?a en el momento mismo de haberla recobrado a fuerza de fatigas i padecimientos. Mi locura me vali? la libertad: yo vagaba por las calles cubierto de andrajos, ri?ndome a veces i otras llorando, pero siempre sin hablar una palabra. ?Cuando tenia algun intervalo l?cido, consideraba todo el peso de mi desventura i me lastimaba el verme despreciado i aun vejado por todos!

Luc?a habia partido al Per? con su esposo i yo habia perdido para siempre la esperanza de volver a verla siquiera. Pero la fuerza de mi infortunio calmaba poco a poco mis furores i me restituia lentamente a la razon.

Al cabo de dos a?os, logr? enrolarme de marinero en un buque espa?ol que partia para el Callao; i despues de una navegacion penosa, llegu? a Lima, en donde debia volver a ver a la mujer que tanto habia influido en mis desventuras.

Todav?a vivia aquel amigo mio a quien deb? el salvarme de la pena que sufri? Alonso ocho a?os ?ntes: a ?l me acoj? de nuevo i volv? a deberle mil favores. La historia de mis desgracias le interes? en gran manera, i si yo hubiese seguido los saludables consejos con que pretendi? volverme a mi estado primitivo i consolarme, no me hallaria ahora soportando la vejez entre las miserias de la indijencia.

El coronel Lizones, el cual supe ent?nces que no era el mismo rival de Alonso, sino su jemelo, se hallaba en aquella ciudad con Luc?a i gozaba de todas las consideraciones a que se habia hecho acreedor por sus victorias en Chile i por su capacidad. Me arredraba la idea de amargar los dias de este hombre, despues de haber contribuido al asesinato de su hermano; i a pesar de mis crueles padecimientos, sin fijarme en que me habia visto reducido a servir a los hombres como esclavo i a sufrir todas las fatigas de un marinero, tan solo por volver a estrechar en mis brazos a una mujer, trat? de refrenar mi pasion por ella i me resolv? a permanecer con otro nombre por algun tiempo mas en Lima, con solo el objeto de verla una sola vez para consolarme. ?Qu? mas podia hacer yo, que durante toda mi vida habia sido desgraciado! ?yo, que siempre habia sido contrariado por una fatalidad ciega en mis deseos mas santos i puros, en mis esperanzas mas fundadas!....

Pero mi destino quiso hacerme tocar otra vez la felicidad para arrebat?rmela luego. Varias veces habia ya recibido el consuelo que deseaba, habia divisado a Luc?a en sus balcones, i no me habia contentado con esto, como lo esperaba; sentia tambien necesidad de que ella me viese una vez sola i supiese que yo padecia todav?a por amarla.

Un m?rtes santo por la ma?ana, pasaba por la calle en que habitaba Luc?a, una procesion suntuosa. La jente llenaba toda la carrera i la procesion marchaba con trabajo, abri?ndose paso por entre la muchedumbre que se agolpaba silenciosa, a ver las im?jenes que se llevaban en las andas. Yo me habia colocado al frente del balcon en que se hallaba Luc?a, i en un momento en que se despej? el paraje que ocupaba, la v? fijar sus hermosos ojos en m?: se enrojeci? su semblante i permaneci? largo tiempo mir?ndome, como si dudara de lo que veia.

Cuando la procesion pas?, permanecimos todav?a en la misma actitud; i ent?nces ella, como reanim?ndose, me hizo una se?a para que pasara a su habitacion. March? tr?mulo a obedecerla, sin pensar en nada i como arrastrado por una fuerza superior e invisible. Llegu? a su presencia, quise abrazarla, i al verla muda i s?ria me contuve; ella me tendi? la mano, la estrech? a mis l?bios i permanecimos algunos momentos en silencio i llorando..... Nuestras l?grimas esplicaron en aquel momento el estado de nuestros corazones.

Al fin nos hablamos, pero no ya con la efusion de ternura que en otros tiempos; el matrimonio habia elevado entre ?mbos un muro de hierro. Ella me manifest? que la unia a su esposo un sentimiento no m?nos puro que el amor: la gratitud, i que estaba resuelta a respetarle, a serle fiel, como ?l le era amante. Pero no me atrev? a reconvenirla, a recordarle su amor, sus juramentos; le habl? de mis desgracias, de mi fidelidad; i ella, sin conmoverse, sin suspirar siquiera, respondi?:--<>

Delirante i ciego de enojo ent?nces, la ultraj? sin piedad, llor? i aun me arroj? a sus plantas pidi?ndole una vez sola su mano para estamparle un beso i separarme de all? para siempre; pero ella me rechaz? con indignacion; la ingrata se habia olvidado del pobre soldado, porque su amor habia sido solo una de aquellas ilusiones caprichosas de la juventud de una mujer. Ahora se hallaba rica i elevada a un alto rango i ?qui?n era yo para considerarme con derecho a su amor, para pedirle otra cosa que compasion! Pero su compasion me irrit? i conceb? en el momento la idea de terminar all? mismo una existencia aborrecida: tir? un pu?al que llevaba sobre mi corazon, i ella di? voces, creyendo que yo atentaba contra su vida; ?acudieron en su ausilio, i uno de sus esclavos me hiri? i me hizo rodar ex?nime a los pi?s de aquella maldita mujer!.... ?Esta mano mutilada es el recuerdo que me queda de aquel momento de ignominia i de desesperacion!....

Cuando el coronel volvi? a su casa, habia sido yo conducido a la c?rcel, pero sin sentidos; a pocas horas volv? a la vida, ?mas no a la razon!.... ?Dejadme, se?or, correr un velo sobre lo demas, porque no podria contaros mi vida de ent?nces, sin volver a la locura! ?Ah! pero mi locura era el delirio del amor exaltado por la rabia que dejan en el corazon los contrastes. Todos me despreciaban, todos me oprimian: doce a?os me mantuvieron en San Andres, encerrado en una jaula de hierro, porque no me consideraban sino como un loco; mi locura no inspiraba caridad a nadie, todo el mundo reia de verme delirando por la traicion de una mujer.

I en verdad que tenian razon, porque es mui d?bil el hombre que delira por lo que sucede a cada paso en esta sociedad de miserias ?No es verdad, se?or, que es mui loco el hombre que delira por el desprecio de una mujer? El tiempo al fin cur? mi mal i cuando recobr? mi juicio i mi libertad, hall? mis cabellos encanecidos, me v? solo en el mundo, ?sin patria, sin amigos, sin familia! ?Es cierto, tenian razon los hombres para reir de un loco que lo perdi? todo por una mujer! ?Yo tambien me hubiera reido! ?No es verdad que vos no me teneis l?stima, se?or?....

Hace tres a?os que llegu? aqu?, despues de haber hecho por tierra el mismo camino que en otro tiempo para llegar a mi pueblo, i aun cuando siempre me acompa?an la miseria i la desgracia, al fin estoi en mi patria: esto me consuela. La viuda de un antiguo camarada me ha acojido: con ella lloro a veces i parto el pan que me dan de limosna: ?ya veis, se?or, que mendigo porque no puedo trabajar, porque soi viejo i mis locuras me hicieron perder el mejor tiempo i tambien una mano! ?Qu? har? ahora sino mendigar i llorar!....>>

Los sollozos ahogaron la voz del pobre viejo: ?yo tambien le acompa?? en su llanto! Cuando le v? ya desahogado de la opresion de su corazon, le pregunt? por Luc?a; i ?l, con una carcajada sat?nica i unos ojos de rel?mpago, me respondi?: <> I tomando su palo, march? a paso acelerado. La luna estaba en la mitad del cielo i toda la naturaleza dormia en calma.....

Algunas veces despues le volv? a ver, pero ya hace tiempo que no s? del pobre anciano: habr? muerto quiz?, i Luc?a habr? llegado sin duda a ser, por su marido, una de las damas de la nobleza de Espa?a.

EL ALFEREZ

ALONSO DIAZ DE GUZMAN.

--Concluyamos, do?a Ines; en este momento estoi resuelto a no continuar nuestras relaciones: vos podeis ser mas feliz con don Juan de Silva. Os dejar? para siempre, pedir? al gobernador que vuelva a agregarme a los tercios del Maestre de Campo Alvaro Nu?ez de Pineda i me alejar? de Concepcion: no volver? a veros.

--No os comprendo, Alonso; ayer no mas me jurabais eterno amor i me ped?ais esta entrevista para arreglar nuestras bodas. ?Quereis burlaros de m??

--Desconfio de vuestro padre: es imposible que consienta en nuestra union. ?Un caballero del h?bito de Santiago querr? unir su hija a un soldado que no tiene mas que su espada?

--?Vos lo dudais? ?Acaso con vuestra espada no os habeis conquistado un nombre? ?Con ella no triunf?steis en los llanos de Puren, i arranc?steis del poder de los infieles nuestra bandera? ?Qui?n no se honra hoi dia con vuestra amistad?

--No me atrevo a proponer este asunto a vuestro padre, Ines.

--Se lo propondr? el capitan don Miguel de Erauso; es vuestro protector, es mi amigo i no vacilar? en prestarnos este servicio.

--Don Miguel os ama, Ines, i no podr? hacernos el sacrificio de su amor.

--Si tal fuese cierto, confi?monos ent?nces de mi hermano don Basilio de Rojas, con quien tan estrecha amistad os liga.

--?Ah! ?desgraciado de m?! vuestro hermano, Ines, ?vuestro hermano es un traidor!... ?Decidme ad?nde se halla, dec?dmelo, por Dios!...

--?Por qu? os enfureceis, Alonso mio! Calmaos, mi hermano es fiel amigo vuestro, no os ha hecho ofensa.

--?Mi amigo! n?: decidme, Ines, ?don Basilio ama a Anjelina, es verdad?

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