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Read Ebook: Cuentos ingenuos by Trigo Felipe
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next Page Prev PageEbook has 193 lines and 10369 words, and 4 pages?Cre?is que acud?an ninfas en traje corto a sacar el agua? ?Oh, qu? caras, Dios m?o! Muchachas desgre?adas, sucias, fe?simas, con el color del paludismo, barrigonas, descalzas... Cerca estaba el cementerio. Cuatro tapiales, desportillados por m?s de un sitio, y en paz. --?Y c?mo no arregla esto el se?or cura de la aldea?--pregunt?, antes de conocerlo, imagin?ndome al pobre se?or escandalizado con tal estado de cosas. --?Bueno est? el cura!--me dijeron--; pero en fin, tras eso andamos, tras de echarle. El capitanea el bando del Furraco, y el a?o pasado nos llev? a la Audiencia en una causa a que le llaman la "causa madre", porque ha dado lugar a otras once, hasta la fecha. No me parecieron mejor los mozos que las mozas. En la casita donde me hosped?, ?nica que ten?a cristales en el pueblo, los romp?an todas las noches las pedradas zagalescas. Estos mozos rondaban hasta media noche en cuadrillas, con sendas porras al hombro. La semana que no hab?a un par de descalabros y el subsiguiente empapelamiento en el juzgado municipal, pod?a rayarse con piedra blanca. LUZBEL Entre los invitados al estudio de Rangel con motivo de su ?ltima obra, estaban Jacinta J?ver, una arrogante dama de ojos garzos, muy aficionada a la pintura, casi una artista, y su esposo, el se?or La Riva, hombre que, seg?n dec?a, desde hortera con saba?ones, supo caer en marqu?s con gab?n de pieles, sin m?s que saltarse limpia y oportunamente el mostrador de un comercio. Hubo necesidad de explicarle este simbolismo al banquero, que se acercaba nuevamente, despu?s de entretener su impaciencia con estatuas y desnudos. Y como su mujer, con cierta coqueter?a intelectual delante del artista, le se?alaba los grandes aciertos de color y de dibujo, aquellas l?neas onduladas de visi?n de ensue?o, y aquellos tonos suaves que velaban la figura con neblinas de lo fant?stico, harto La Riva de escuchar, exclam?: --?Hermoso! ?Magn?fico! A?adi? con franqueza mientras limpiaba los lentes: --De todos modos... ?yo no entiendo!, pero si es ?ngel, ?por qu? no ponerle alas? Jacinta, avergonzada, con una dulce s?plica de piedad para el marqu?s, miraba al pintor sonriendo. ?ste, a pesar suyo, ten?a en los labios una contracci?n desde?osa y compasiva, a cuyo estremecimiento le falt? poco para romper en esta palabra: "?Imb?cil!" Pero le volvi? la espalda, cambiando con la gentil marquesa una mirada que se clav? en el orgullo de La Riva como un florete. En aquel hombre ve?a el artista la vulgaridad de que cre?a ?l haber salido con vuelo de genio, al pintar un demonio sin rabo, sin cuernos, sin alas de grulla siquiera... Di? La Riva un paso, cogiendo por el brazo al pintor. Hubi?rase cre?do que lo iba a lanzar contra la pared... Mas no; ?brusquedades de hombre de negocio!... se sonre?a. --?Cu?nto vale ese lienzo? Rangel respondi? altivo: --Veinte mil pesetas. --Lo compro. Enviar? por ?l, y ma?ana tendr? usted la bondad de almorzar con nosotros para colocarlo. Ya en el coche, rodando hacia el Senado, le dec?a Jacinta: --Has estado importun?simo. ?Para qu? hablas de lo que no entiendes? --?Oh!--respond?a filos?ficamente el banquero--. ?Si no se hablase m?s que de lo que se entiende bien!... ?Bah, los artistas! ?Sois vanidosos como el mismo Luzbel, hija de mi alma! En fin, ya ver?s... Cada cual tiene su vanidad, y... no hab?a de estar yo sin la m?a. Ma?ana quiero dar a ese geniazo un banquete tan original y espl?ndido que no lo olvide jam?s... El almuerzo, en verdad, hab?a sido regio. Los tres solos, en jovial y amena conversaci?n, excitada por la abundancia de los mejores vinos, en aquel gran comedor, confortable, con sus dobles cortinas ante las policromas vidrieras de cristal cuajado, con sus plantas de hojas en abanico entre los muebles, y en medio de cuyo lujo s?lido parec?a la marquesita una figura de porcelana. Su pelo negro, partido en dos bandas, con sencillez griega, hac?a m?s transparente la blancura "violeta" de su carne; y en su p?lido traje heliotropo adivin?base una gallard?a de buen gusto brindada al pintor. Obstin?base en relatar su historia el marqu?s a los postres, empu?ando la panda copa de champa?a. Una biograf?a interesante, empezada en un chiquillo con almadre?as que sali? un d?a de su puebluco a mirar el mundo, y que, en fuerza de a?os, de voluntad y de instinto de la vida, realiz? con br?o su parte de trabajo, coloc?ndose a los cincuenta en blasonado palacio, para poder contemplar desde la altura de su corona de marqu?s y de su senadur?a vitalicia el bien que hab?a hecho. Y distingu?a, en efecto, desde all?, aquellas tiendas humild?simas donde enriqueci? a los due?os con su laboriosidad honrada; aquel gran comercio suyo m?s tarde; aquellas locomotoras, luego, corriendo en su pa?s porque ?l y otros como ?l hab?an puesto el dinero; aquellas f?bricas que ?l fund?; aquel... --?Siempre francote y un poco tosco, eso s?, pero orgulloso de todos modos!--dec?a La Riva con una calma y un ritmo que recordaban el paso del buey. Y observando a su mujer y al pintor, distra?dos bajo la seducci?n vaporosa del champagne y de la espiritual ch?chara que ?l hab?a escuchado antes como un extra?o, prosegu?a:--Mas a buen seguro que si no entiendo de esas monadas que compro para adornar mi palacio--o --tampoco Rangel sabr? mucho de los negocios ni de los ferrocarriles, en que viaja repantigadamente... ?Cada cosa tiene sus m?ritos... y sus misterios, que s?lo Dios puede conocer en todas! En seguida dirigi?se a un criado que tra?a el juego para el caf?: --No, Gaspar. En mi despacho. ?Has prendido la chimenea? Sali? el criado haciendo un gesto de confidencia, y manifest? el banquero que serv?an el caf? en su despacho para que apreciaran la buena colocaci?n que por s? propio hab?a dado a la gran obra de arte. Y derecho invit?ndoles a salir, mientras su mujer y el pintor se miraban presintiendo alguna nueva necedad art?stica del hombre de negocios, a?adi?: --?Ah! ?Se trata de mi hermosa chimenea con arco de roble, tallado por Seri?o! Presenciaron un espect?culo extra?o en el despacho. --?Vaya si lo entend?a! ?Qu? se figuraban los dos?... ?No era un lienzo decorativo? ?No representaba un diablo m?s o menos bonito?... Pues ?su pensamiento! en ning?n sitio mejor que llenando el gran fondo de su chimenea antigua, con el fuego en los mism?simos pies del mal arc?ngel. La Riva, cruzado de brazos, con una sonrisa de agrado como quien espera un pl?ceme, contemplaba al pintor, cuyos labios temblaban. Esta vez se lo dijo el artista: --?Imb?cil! ?Imb?cil! Con toda su alma, con toda su rabia, y comprendiendo la situaci?n, sali? como un loco. --?Qu? significa esto?--preguntaba Jacinta irgui?ndose frente a su marido. --Esto significa que le acabo de probar a un infeliz, pr?cticamente, c?mo yo s? hacer las cosas; que si ?l tiene orgullo de su fantas?a para pintar, yo tengo el orgullo de mi talento para hacer dinero, que vale y puede m?s, porque vale y lo puede todo... todo... Y concluy?, mirando a su mujer hasta la conciencia: --...incluso destruir la gloria... y haberte tra?do a mi palacio desde la estrechez, ?no hay que olvidarlo, marquesa consorte de la Riva!... JUGAR CON EL FUEGO Pasaba por Madrid, donde veinticuatro horas deb?a detenerse, con direcci?n a T?nger, Le?n Demarsay, un diplom?tico con quien yo hab?a intimado en Manila, hombre de gran coraz?n y excelente tirador de armas. Por m? advertidos de esas prendas del joven, quisieron algunos amigos m?os conocerle, y le invitamos a un almuerzo, para cuyo final ten?amos preparadas las panoplias. Servido el caf? en el sal?n, Pablo Mora, que presume de floretista, le brind? el az?car con la mano izquierda y con la derecha un par de espadas. --Gracias--contest? Le?n sonri?ndome con dulzura al comprender que defraudaba nuestras esperanzas--. Hace mucho que abandon? estas cosas. No s?. Completamente olvidadas. Y luego, defendi?ndose de nuestra insistencia, y para que no crey?ramos falta de cortes?a o fatuo desd?n de maestro su negativa, a?adi?, mientras se sentaba y empezaba a sorbos su taza, invit?ndonos a lo mismo: --Hace tres a?os, jur? no volver a tocar la empu?adura de un arma. Y qued? sombr?o, delatando alg?n doloroso recuerdo. Respet?ndolo nosotros, nos sentamos tambi?n, sin pensar en m?s explicaciones. Pero la gentil Mar?a, esposa de Mora, en cuya casa est?bamos, y otras dos se?oritas que nos acompa?aban, una de las cuales, disc?pula de Sanz, hab?a pensado en el honor de un asalto con el franc?s , le segu?an mirando curiosamente. --Permita que me sorprenda en un hombre tal confesi?n--dijo Mar?a, clavando los ojos en Demarsay, del mismo negro acero que su pelo. --?Necesita demostrarse!--a?adi? no s? qui?n de nosotros. --?Para otro asalto?--pregunt? ingenuamente Luciana. --?Qu? tes?n!--exclam? Mar?a. --Pero yo, que no soy duelista, que no lo era--replic? Demarsay con su acento ligero y fino de parisiense--, sino un pobre enfermo que se curaba y se divert?a jugando al florete igual que pod?a divertirse jugando a la pelota, me asombr? de la exigencia de aquel se?or, a quien juzgu? un solemne majadero... Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page |
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