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Read Ebook: Loyola and the Educational System of the Jesuits by Hughes Thomas Butler Nicholas Murray Editor
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next Page Prev PageEbook has 1304 lines and 80614 words, and 27 pagesLa Poes?a, por su parte, m?s rica de invenciones y de emociones, ha repartido los tesoros de sus leyendas, donando una leyenda a cada raza y un poema originario a cada idioma. Ahora es el Ramayana; ahora las tradiciones incas; ya es Walmiki; ya son los Nibelungos. ?Qu? pueblo no se cree el mayorazgo de la Humanidad? ?Qu? idioma no se juzga el precursor o el heredero directo del precursor? El ?ltimo Congreso de Prehistoria celebrado en Tolosa, de Francia, despu?s de discutir el misterio de la cronolog?a humana con la solemnidad, la ciencia y la dial?ctica de un Concilio, no solamente dej? sin formular un dogma o cuando menos una teor?a, sino que, al intentar fijar la talla del hombre de las cavernas--en vista de hachas, huesos, p?as, vasijas y diversos f?siles de excavaciones recient?simas,--hubo de repetir al mundo expectante la sentencia atribu?da a S?crates por Plutarco: < La Geolog?a encuentra en ?lava huellas caracter?sticas de la < Y en la parte de dicha obra < < >>Su cultura art?stica, de tanto relieve en las cuevas santanderinas de Altamira y del Castillo, no ha dejado rastro de esta ?ndole en la provincia de ?lava. Merecen, sin embargo, un lugar en la rese?a, las esculturas de la cueva de Marqu?nez, por la rareza de estas obras de arte, si bien su antig?edad parece menor que la de aquellas pinturas.>> ESCULTURAS PREHIST?RICAS. ?Qu? esculturas son estas de las cuevas de Marqu?nez? Son figuras toscas y sin relieve apenas, m?s que labradas, como ara?adas en la piedra. Ofrecen la rigidez del primitivismo, la casi ausencia de curvas y la actitud hier?tica. La desproporci?n de cabeza y tronco les da un sello de primitiva ingenuidad. Una de ellas, los brazos sobre el pecho, tiene la verticalidad de una momia. La otra, sentada sobre un caballo, apoya su diestra en el pescuezo. Ambas, como ara?adas en el bloque de un gran pe?asco, despiertan en el visitante honda emoci?n, y su ingenuidad ruda y toscos trazos nos hablan de hombres fabulosos, gigantescos, que cubiertos de pieles y los cabellos en desorden, penetran en la cueva dando gritos y esgrimiendo las hachas de pedernal. ?Qu? antig?edad se asigna a estas esculturas? ?Son de los abor?genes o de los invasores? Los eruditos alaveses D. Sotero Mantelli, don Ricardo Becerro de Bengoa, D. Miguel Rodr?guez Ferrer y D. Ladislao Velasco, no dilucidan la cuesti?n. El Sr. Amador de los R?os, que tan prolijamente abog? por considerar el monumento megal?tico de San Miguel de Arrechinaga, en Vizcaya, < CAP?TULO II MONUMENTOS CELTAS El dolmen tal vez fu? al mismo tiempo t?mulo y altar, porque para los celtas la muerte no era el fin de la vida, sino el comienzo de la oraci?n a sus dioses. os estudios, tan admirables como desconocidos, del glorioso pol?grafo espa?ol no esclarecen, es cierto, el vasto enigma planteado a los historiadores m?s ilustres por la invasi?n celta; pero, en sus relaciones con la Poes?a, con el rudo espiritualismo de aquella raza, acaso es la obra de Costa ?nica y m?s ?til al poeta y al artista que los estudios de Humboldt, de Arbois de Jubainville y de Carnoy. Sabido es que los modernos historiadores consideran la ?poca celta como absolutamente hist?rica, esto es, como sometida a las disciplinas del archivo y del documento. Como quiera que nuestra misi?n se reduce sencillamente a catalogar monumentos y en modo alguno a investigar problemas hist?ricos, damos por admitido que la invasi?n celta est? bajo la potestad cient?fica y consideramos los monumentos de aquella raza, no prehist?ricos, sino hist?ricos. Acerca de la antig?edad de aquella invasi?n, como de casi todas las primitivas, en cada historiador hay una cronolog?a diferente. Mil ochocientos, mil setecientos, mil quinientos a?os antes de Jesucristo, la fijaci?n exacta de una fecha que en cualquier caso es hija de una hip?tesis, no puede en modo alguno detenernos. Los celtas invadieron la Pen?nsula y ocuparon con otros el territorio que hoy es ?lava. ?Qu? civilizaci?n tra?an? Pueblos llegados de la Umbr?a romana, seg?n unos, y de las Galias, seg?n los m?s, no eran ya simples hordas desorganizadas que, cubiertas de pieles y manejando la quijada b?blica, corr?an la tierra, sembrando entre los abor?genes el espanto y la muerte. Eran pueblos ya patriarcales, con r?gimen de tribus, con sacerdotes, con caudillos, con jerarqu?a familiar y social. Sab?an armar naves y construir habitaciones, organizar la guerra y la caza, explotar las minas y los bosques; ten?an sus dioses y sus h?roes, su mitolog?a y su tradici?n. No eran hordas, sino hombres. Estos d?lmenes, que, como afirma D. Joaqu?n Costa, as? eran piedras tumulares como aras de sacrificio, se marcan en el mapa de esta manera : Dos, que exist?an por los a?os de 1879 en los cerros de Capelamendi y Escalmendi, a tres kil?metros de Vitoria, y que sirvieron al Sr. Becerro de Bengoa--guiado falsamente por las etimolog?as, dice el Sr. Carreras y Candi--para suponer la existencia de una batalla entre galos y celtas. Otros cuatro, tambi?n ya desaparecidos, que hab?a en Zuazo, cerca de las tierras de Guillarte. Otro, que ya tampoco existe, que se descubri? en Laminoria, junto al pueblo de Cicujano. Sobre el dolmen de Egu?laz, descubierto en 1831 al abrirse la carretera de Vitoria a Pamplona, escribe el Sr. Amador de los R?os: < >>Encendi?, no obstante, el descubrimiento, m?s que la curiosidad, la codicia de los que lo hicieron, deslumbrados por la idea de que hab?an tropezado con un tesoro; y sin respeto a lo que pudiera significar di?ronse a revolver los objetos all? escondidos, excitados cada vez m?s por aquella esperanza. >>Grande fu? sin duda el desplacer de los descubridores al convencerse de que s?lo exist?an en aquel hueco numerosos esqueletos, los cuales hubieron de pagar su desencanto siendo despedazados y esparcidos sobre el mont?culo. >>La noticia del hallazgo lleg? entretanto a o?dos de personas entendidas, y pudo averiguarse que los expresados esqueletos aparecieron todos colocados en direcci?n al Oriente y vueltos hacia la entrada del sepulcro; mientras se fijaban las dimensiones de ?ste y se determinaba su construcci?n, si es l?cito expresarse de esta suerte, poni?ndose al par en claro que no eran solamente esqueletos lo que el ya reconocido t?mulo encerraba. >>Era ?ste por extremo sencillo, ocupando el centro del mont?culo indicado; form?bale un cuadr?ngulo como de tres metros de largo por dos de ancho, compuesto de seis grandes piedras, sin labra alguna; la mayor, asentada al Norte, era sil?cea, y calizas las otras cinco. >>Elev?base en el exterior, todo descubierto, a unos tres metros cincuenta cent?metros, presentando al interior sobre cuatro metros; el grueso de las piedras no exced?a de 0,75 metros, siendo de una sola pieza la cubierta. >>Entre los rotos esqueletos se hab?an encontrado hachas de piedra, lanzas y cuchillos de cobre, con algunas puntas de flechas sil?ceas, que los primeros descubridores, y aun despu?s la Comisi?n provincial de Monumentos, calificaban en 1845, diciendo que eran < >>Como se ve, el t?mulo de Egu?laz es un verdadero dolmen sencillo, tal como han descrito este linaje de monumentos los cultivadores de la arqueolog?a c?ltica.>> La escrupulosidad caracter?stica del Sr. Amador de los R?os lo lleva a largas y confusas disertaciones acerca de si el dolmen es efectivamente celta o si es abor?gen, y si puede incluirse entre los monumentos hist?ricos o entre los prehist?ricos. Pero modernamente se ha fallado el pleito en el sentido de que habiendo ya una bibliograf?a de la historia c?ltica, y siendo el monumento celta, no hay duda de que el dolmen de Egu?laz ha de incluirse entre los monumentos hist?ricos, que es lo que respetuosamente hacemos. Cuanto al dolmen de Arr?zala, llamado por los naturales < Sea cualquiera el combate erudito que se entable en torno de los celtas, de su cronolog?a y de su civilizaci?n, lo que nadie discute ya es que entrambos d?lmenes, el de Arr?zala y el de Egu?laz, son monumentos celtas, de los pocos, poqu?simos que se conservan hoy en todo el mundo. MONUMENTOS DE LA CIVILIZACI?N ROMANA Espa?a, el primer pa?s del Continente que invadieron las armas romanas, fu? el ?ltimo que se les someti?. editando en el texto de Tito Livio, llegamos a Iru?a, capitalidad militar de la famosa V?a romana que, seg?n el itinerario de Antonino, iba de < Era al anochecer; y una emoci?n intensa por las melancol?as del paisaje y por hondos suspiros de la Historia, nos hac?a evocar el paso de Augusto, escoltado por sus lictores a caballo y seguido de sus pretorianos con jabelinas. Por aquella misma explanada, bajo aquel mismo cielo adusto, tal vez en una tarde desabrida y hostil como aquella tarde, caminaron, hac?a veinte siglos, las legiones en retirada... El C?sar lleg? a Roma desalentado. Todo el Imperio, sometido, miraba ansiosamente al templo de Jano. La paz s?lo esperaba la sumisi?n de c?ntabros y astures. Augusto entonces confiri? la empresa al vencedor de los germanos, y el joven y glorioso Agripa, impetuoso como Escipi?n y sagaz como Fabio M?ximo, se puso al frente de sus tropas con direcci?n a Espa?a. Llegaron las legiones con millares de esclavos picapedreros, y bien pronto la ind?mita llanura apareci? llena de castros. En cada uno de estos fuertes, dej? Agripa un destacamento y la calzada militar se ofreci? pronto al estratega. Agripa, tras restablecer la disciplina, diezmando las legiones galas, acometi? briosamente a los c?ntabros. Decuriones y centuriones formaron grupos sueltos, aceptando combates de guerrillas y asolando espantosamente el territorio. Como en los tiempos crueles del pretor Galba, las matanzas eran fren?ticas y los incendios iluminaban, tr?gicos, la noche. Cuando se abri? el templo de Jano, alg?n cuestor rechaz? su nombramiento para la Cantabria. < La conquista, pues, de Cantabria, fu? < De los incendios de Sagunto y de Numancia apenas si quedaba un resplandor heroico. Roma hab?a recibido y aclamado a los poetas y fil?sofos de C?rdoba; Horacio celebraba la gracia y la sonrisa de las danzarinas de Gades; en el Senado vibraban a?n los acentos de Cicer?n cantando los paisajes de la B?tica. En toda la Pen?nsula, el Imperio, tras sus legiones, llev? sus magistrados, sus cuestores, sus gram?ticos, sus art?fices, sus ba?os, sus tocados y sus cortesanas. En Cantabria no pudo sostener Roma m?s que legiones siempre en pie de guerra. En toda la Pen?nsula sometida abundan los monumentos romanos; en Cantabria, no. Aquella civilizaci?n no dej? rastro alguno monumental. Su testimonio m?s considerable, la V?a, tiene car?cter militar. Ni un templo, ni un acueducto, ni un circo, ni un palacio, ni una terma. Nada que indique una obra de paz, de tiempo, de dominio. Toda Espa?a est? llena de puentes romanos; pues en ?lava no existe uno. Dir?ase que all? no estuvo Roma, sino que pas? por all? a marchas forzadas. Todo lo que de aquella civilizaci?n se advierte en ?lava tiene car?cter transportable, transitorio, interino. Alguna estatua, alg?n mosaico, relieves ornamentales, piedras miliarias, muelas de trigo, vasijas de barro... Pero nada grandioso, nada estable, nada que indique permanencia y dominaci?n. La ?nica perdurable huella de Roma es el paso de sus legiones, la V?a militar. LA V?A MILITAR. >>Desde aqu? segu?a por Estavillo, Burgueta, Puebla de Arganz?n, Iru?a, donde situamos a Beleya; sigue luego por Margarita, Lermanda, Zuazo, Armentia o antiguo Suisacio, de Antonino; despu?s por Arcaya, Ascarza, Argando?a, Alegr?a, en cuyas inmediaciones dijimos estar situada la mansi?n de Tulonio; de donde continuaba por Gaceo, cercan?as de Salvatierra, de San Rom?n y Alb?niz; luego por Barduya y Eguino, ?ltimo pueblo de ?lava, continuando desde aqu? por Ciordia, primer pueblo de Navarra, hasta Araceli, hoy valle de Araquil. >>La antedicha V?a romana, seg?n los restos encontrados en Comuni?n y en otros puntos, tuvo una anchura de 24 pies; estaba rellena de gruesa grava, recubierta por una capa m?s menuda y ten?a en sus bordes filas de piedras que le serv?an de apoyo.>> Add to tbrJar First Page Next Page Prev Page |
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