Read Ebook: The quenchless light by Laut Agnes C
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next PageEbook has 845 lines and 73729 words, and 17 pagesUn viaje de novios Por Emilia Pardo Baz?n Pueyo Madrid Prefacio En Septiembre del pasado a?o 1880, me orden? la ciencia m?dica beber las aguas de Vichy en sus mismos manantiales, y habiendo de atravesar, para tal objeto, toda Espa?a y toda Francia, pens? escribir en un cuaderno los sucesos de mi viaje, con ?nimo de publicarlo despu?s. Mas acudi? al punto a mi mente el mucho tedio y enfado que suelen causarme las h?bridas obrillas viatorias, las < Bastar?a con lo dicho para pr?logo y antecedentes de mi novela, que m?s no exige ni merece; pero ya que tengo la pluma en la mano, me entra comez?n de tocar algunos puntos, si no indispensables, tampoco impertinentes aqu?. A quien parezcan enojosos, queda el f?cil arbitrio de saltarlos y pasar sin demora al primer cap?tulo de UN VIAJE DE NOVIOS, y plegue a Dios no se el antoje despu?s peor que la enfermedad el remedio. Tiene cada ?poca sus luchas literarias, que a veces son batallas en toda la l?nea--como la empe?ada entre clasicismo y romanticismo--y otras se concretan a un terreno parcial. O mucho me equivoco o este terreno es hoy la novela y el drama, y en el extranjero, la novela sobre todo. Reina en la poes?a l?rica, por ejemplo, libertad tal, que raya en anarqu?a, sin que nadie de ello se espante, mientras la escuela de noveladores franceses que enarbolan la bandera realista o naturalista, es asunto de encarnizada discusi?n y suscita tan agrias censuras como acaloradas defensas. Sus productos recorren el globo, mal traducidos, peor arreglados, pero con segura venta y n?mero de ediciones incalculable. Es de buen gusto horrorizarse de tales engendros, y cert?simo que el que m?s se horroriza no ser? por ventura el que menos los lea. Para el experto en cuestiones de letras, todo ello indica algo original y caracter?stico, fase nueva de un g?nero literario, un signo de vitalidad, y por tal concepto, m?s reclama detenido examen que sempiterno desprecio o ciego encomio. Puesto lo cual, cumple a?adir que el discutido g?nero franc?s nov?simo me parece una direcci?n realista, pero errada y torcida en bastantes respectos. Hay realismos de realismos, y pienso que a ese le falta o m?s bien le sobra algo para alardear de g?nero de buena ley y durable influjo en las letras. El gusto malsano del p?blico ha pervertido a los escritores con oro y aplauso, y ellos toman por acierto suyo lo que no es sino bellaquer?a e indelicadeza de los lectores. No son las novelas naturalistas que mayor boga y venta alcanzaron, las m?s perfectas y reales; sino las que describen costumbres m?s licenciosas, cuadros m?s libres y cargados de color. ?Qu? mucho que los autores repitan la dosis? Y es que antes se llega a la celebridad con esc?ndalo y talento, que con talento solo; y aun suple a veces al talento el esc?ndalo. Zola mismo lo dice: el n?mero de ediciones de un libro no arguye m?rito, sino ?xito. No censuro yo la observaci?n paciente, minuciosa, exacta, que distingue a la moderna escuela francesa: desapruebo como yerros art?sticos, la elecci?n sistem?tica preferente de asuntos repugnantes o desvergonzados, la prolijidad nimia, y a veces cansada, de las descripciones, y, m?s que todo, un defecto en que no s? si repararon los cr?ticos: la perenne solemnidad y tristeza, el ce?o siempre torvo, la carencia de notas festivas y de gracia y soltura en el estilo y en la idea. Para m? es Zola el m?s hipocondriaco de los escritores habidos y por haber; un Her?clito que no gasta pa?uelo, un Jerem?as que as? lamenta la p?rdida de la naci?n por el golpe de Estado, como la ruina de un almac?n de ultramarinos. Y siendo la novela, por excelencia, trasunto de la vida humana, conviene que en ella turnen, como en nuestro existir, l?grimas y risas, el fondo de la eterna tragicomedia del mundo. Estos realistas flamantes se dejaron entre bastidores el pu?al y el veneno de la escuela rom?ntica, pero, en cambio, sacan a la escena una cara de viernes mil veces m?s indigesta. Y perd?name, lector benigno, que a tan ilustres personajes haya tra?do de los cabellos con ocasi?n de mis insignificantes escritos. Por ventura suele la vista de una charca recordar el Oc?ano; mas la charca, charca se queda. Harto se lo sabe ella, y bien le pesa de su peque?ez; pero no la hizo Dios m?s grande, por lo cual echar? mano de la resignaci?n que a ti te desea, si has de recorrer estas p?ginas. EMILIA PARDO BAZ?N Un viaje de novios -I- Que la boda no era de gentes del gran mundo, conoc?ase a tiro de ballesta, a la primer ojeada. No hay duda que los desposados pod?an alternar con la m?s selecta sociedad, al menos por su aspecto exterior; pero la mayor?a del acompa?amiento, el coro, pertenec?a a la clase media, en el l?mite en que casi se funde con la masa popular. Hab?a grupos curiosos y dignos de examen, ofreciendo el and?n de la estaci?n de Le?n golpe de vista muy interesante para un pintor de g?nero y costumbres. Ni m?s ni menos que en los pa?ses de abanico cuyas mitol?gicas pinturas representan nupcias, se notaba all? que el s?quito de la novia lo compon?an hembras, y s?lo individuos del sexo fuerte formaban el del novio. Advert?ase asimismo gran diferencia entre la condici?n social de uno y otro cortejo. La escolta de la novia, mucho m?s numerosa, parec?a poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes se?oriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas. Entre aquellas hormigas humanas hab?alas de pocos a?os y buen palmito, risue?as unas y alborotadas con la boda, otras quejumbrosicas y encendidos los ojos de llorar, con la despedida. Media docena de maduras due?as las autorizaban, sacando de entre el velo del manto la nariz, y girando a todas partes sus pupilas llenas de experiencia y malicia. Todo el racimo de amigas se api?aba en torno de la nueva esposa, manifestando la pueril y ?vida curiosidad que despierta en las multitudes el espect?culo de las situaciones supremas de la existencia. Se estaban comiendo a miradas a la que mil veces vieran, a la que ya de memoria sab?an: a la novia, que con el traje de camino se les figuraba otra mujer, divers?sima de la conocida hasta entonces. Contar?a la hero?na de la fiesta unos diez y ocho a?os: aparentaba menos, atendiendo al moh?n infantil de su boca y al redondo contorno de sus mejillas, y m?s, consideradas las ya florecientes curvas de su talle, y la plenitud de robustez y vida de toda su persona. Nada de hombros altos y estrechos, nada de inveros?miles caderas como las que se ven en los grabados de figurines, que traen a la memoria la mu?eca rellena de serr?n y paja; sino una mujer conforme, no al tipo convencional de la moda de una ?poca, pero al tipo eterno de la forma femenina, tal cual la quisieron natura y arte. Acaso esta superioridad f?sica perjudicaba un tanto al efecto del caprichoso atav?o de viaje de la ni?a: tal vez se requer?a un cuerpo m?s plano, l?neas m?s duras en los brazos y cuello, para llevar con el conveniente desenfado el traje semimasculino, de pa?o marr?n, y la toca de paja burda, en cuyo casco se posaba, abiertas las alas, sobre un nido de plumas, tornasolado colibr?. Not?base bien que eran nuevas para la novia tales extra?ezas de ropaje, y que la ce?ida y plegada falda, el casaqu?n que modelaba exactamente su busto le estorbaban, como suele estorbar a las doncellas en el primer baile la desnudez del escote: que hay en toda moda peregrina algo de imp?dico para la mujer de modestas costumbres. Adem?s, el molde era estrecho para encerrar la bella estatua, que amenazaba romperlo a cada instante, no precisamente con el volumen, sino m?s bien con la libertad y soltura de sus juveniles movimientos. No se desment?a en tan lucido ejemplar la raza del recio y fornido anciano, del padre que all? se estaba derecho, sin apartar de su hija los ojos. El viejo, alto, recto y firme, como un poste del tel?grafo, y un jesuita bajo y de edad mediana, eran los ?nicos varones que descollaban entre el consabido hormiguero femenil. Anunciaba ya la m?quina con alg?n silbido la pr?xima marcha; aceler?base en el and?n el movimiento que la precede, y temblaba el suelo bajo la pesadumbre de los rodantes camiones, cargados de bultos de equipaje. Oyose por fin el grito sacramental de los empleados. Hasta entonces las gentes de la despedida hab?an conversado en voz queda, confidencialmente, por parejas: el cercano desenlace pareci? reanimarlas, desencantarlas, mudando la escena en un segundo. Corri? la novia a su padre, abiertos los brazos, y el viejo y la ni?a se confundieron en un abrazo largo, verdadero, popular, abrazo en que cruj?an los huesos y el aliento se acortaba. Sal?an de las bocas, casi unidas, entrecruzadas y r?pidas frases. --Que escribas... cuidado me llamo... todos los d?as, ?eh? No bebas agua fr?a cuando est?s sudando.... Tu marido lleva dinero... pedid m?s si se acaba. --No se aflija usted, se?or.... Yo har? por volver pronto.... Cu?dese usted mucho, por Dios... atienda usted al asma.... Vaya usted de tiempo en tiempo a ver al se?or de Rada.... Si tiene usted algo, un telegrama volando.... ?Palabra de honor? Despu?s vinieron los apretones, los besucones, los pucheros del acompa?amiento femenino, y el ?ltimo encargo, y el ?ltimo deseo.... --Dios os haga dichosos... como patriarcas.... --San Rafael te acompa?e, hija. --?Qui?n como t?, chica!, ?a Francia en un vuelo! --No te olvides de mi abrigo.... ?Van en el mundo las medias? ?Confundir?s los hilos? --Mira que las tiras bordadas no sean de ojales, que de esas ya las hay por ac?. --Abre bien esos ojazos, m?ralo todito, ?y despu?s nos contar?s cada cosa!... --Padre Urtazu--dijo la desposada lleg?ndose al que su negra faja declaraba por jesuita, y, asi?ndole la mano, sobre la cual cayeron a un tiempo sus labios y dos l?grimas, claras como agua--, pida usted a Dios por m?.... Y acerc?ndose m?s, a?adi? bajito: --Que si pap? tiene algo, me lo avise usted, usted ?verdad? Yo le enviar? a usted las se?as de todas partes donde nos detengamos.... No me lo descuide usted; ?ir? usted de vez en cuando a ver c?mo lo pasa? Se queda el pobre tan solito.... Alz? el jesuita la cabeza y fij? en la ni?a sus ojos levemente bizcos, como son los de las personas hechas a concentrar y sujetar la mirada. Y con la vaga sonrisa distra?da de las gentes meditabundas, y en el propio tono confidencial: --Vete en paz, y Dios Nuestro Se?or te acompa?e, que es buen acompa?ante--contest?--. Ya he rezado por ti el itinerario, para que volvamos tan sanos y satisfechos.... Acu?rdate de lo que te avis?, chiquilla; ahora ya somos, como quien dice, una se?ora casada y de respeto; y aunque nos parece que todo se va a volver florecicas y mieles en el nuevo estado, y nos largamos por esos mundos a echar canas al aire y divertirnos.... ?cuidadito, cuidadito!, puede que donde menos se piense salte la liebre, y tengamos rabietas, y pruebecitas y trabajos que no tuvimos de ni?os.... No ser tonta entonces.... ?eh? Ya sabemos que Aquel que anda por all? arriba moviendo aquellas estrellas tan preciosas, es el ?nico que nos entiende y nos consuela cuando a ?l le parece... mira, en vez de tanto trapo como has metido en las maletas, mete paciencia, ?chiquilla! mete paciencia. Es mejor a?n que el ?rnica y los emplastos...; si a quien era tan grande le hizo falta para aguantar aquella cruz, t? que eres chiquitita.... Durara a?n la homil?a, acompa?ada de blandos golpecitos en los hombros, a no interrumpirla la trepidaci?n del tren, brusca como la realidad. Produjose confusi?n moment?nea. Se apresur? el novio a despedirse de todo el mundo con cierta llaneza cordial, donde ojos expertos pod?an advertir matices de afectaci?n y superioridad protectora. Al suegro abraz? con un solo abrazo, y recostole en el hombro la mano, pulcramente calzada con guante de castor, color bronce. --Escriba usted si se enferma la chica--suplic? con paternal angustia, pre?ado de l?grimas los ojos, el viejo. --Pierda usted cuidado, se?or Joaqu?n..., ?no hay que afectarse, vamos!, cuenta con esa salud.... Adi?s, Mendoya, adi?s, Santi?n.... Gracias, gracias. Se?or gobernador de la provincia, a mi vuelta, reclamo esas ofrecidas botellas de Pedro Jim?nez.... ?No se haga usted el olvidadizo! Luc?a, hay que subirse: el tren andar? en seguida, y las se?oras no pueden.... Y con adem?n cort?s y discreto ayud? a subir a la novia, empuj?ndola levemente por el talle. Despu?s salt? ?l, sin casi apoyarse en el estribo, arrojando antes el puro a medio fumar. Ya oscilaba la f?rrea culebra cuando ?l penetr? en el departamento, cerrando la portezuela tras de s?. El compasado balance fue aceler?ndose, y el tren completo cruz? ante las gentes de la despedida, dej?ndoles en los ojos confusos torbellino de l?neas, de colores, de n?meros, la visi?n r?pida de las cabezas asomadas a todas las ventanillas. Alg?n tiempo se distingui? la cara de Luc?a, sofocada y ba?ada en llanto, y su pa?uelo que se agitaba, y oyose su voz diciendo: Adi?s, pap?..., padre Urtazu, adi?s, adi?s.... Rosario.... Carmen..., abur.... Al fin se perdi? todo en la distancia, la escamosa sierpe del tren revelose a lo lejos por una mancha obscura, luego por desmadejado penacho de turbio vapor, que presto se disip? tambi?n en el ambiente. M?s all? del and?n, extra?amente silencioso ya, resplandec?a el cielo claro, de acerado azul; se extend?an mon?tonas las interminables campi?as; los rieles se?alaban como arrugas en la ?rida faz de la tierra. Un gran silencio pesaba sobre la estaci?n. Qued?ronse inm?viles los acompa?antes, como sobrecogidos por el aturdimiento de la ausencia. Fueron los amigos del novio los primeros en moverse y hablar. Se despidieron del padre con r?pidos apretones de mano y frases triviales de sociedad, un tanto descuidadas en la forma, como dirigidas de superior a inferior; tras de lo cual, el pelot?n entero tom? el camino de la ciudad, reanudando la broma y algazara. Por su parte, el s?quito de la novia empez? a animarse tambi?n, y a vueltas de alg?n suspiro y de limpiarse los ojos con los pa?uelos y aun con el dorso de la mano, fueron rebullendo los grupos de hormigas negras, con ?nimo de abandonar el and?n. La incontrastable fuerza de los hechos las empujaba a la vida real. Hasta el padre sacudi? la cabeza, alz? con elocuente resignaci?n los hombros, y rompi? el primero a andar. A su lado iba el jesuita, que estiraba su corta estatura para hablarle, sin conseguir, a pesar de sus laudables esfuerzos, que el cerquillo de su corona pasase m?s all? de los atl?ticos hombros del viejo afligido. --?Vaya, se?or Joaqu?n--dec?a el padre Urtazu--, que ahora sienta bien esa cara de Viernes santo! ?No parece sino que a la chica se la llevan robada y que usted no es gustoso en el enlace! ?Pues estamos buenos, hombre! ?No ha sido usted mismo, desgraciado, quien resolvi? este casorio? ?A qu? vienen los gimoteos? --?Y si en todo lo que uno hace estuviese seguro del acierto!--pronunci? con ahogada voz el se?or Joaqu?n, balanceando su cuello de toro. --Eso se mira antes..., ?pero ten?amos tanta prisa..., tanta prisa, que no s? para qu? sirven esos pelos blancos y esos a?itos que llevamos acuestas! Lo mismito est?bamos que los chicos de mi clase cuando les ofrezco contarles algo, que se les despierta la curiosidad... y no les cabe en el cuerpo la impaciencia. A fe de Alonso, que parec?a usted la novia... digo, no; porque la novia, maldito el apuro que.... --?Ay padre! ?Si tendr?a usted raz?n? usted quer?a diferir la boda.... --No, poco a poco; cepitos quedos, amigo: yo quer?a no hacerla. Soy muy claro. El se?or Joaqu?n se puso m?s t?trico a?n. --?Por vida de la Constituci?n! ?Qu? aprieto y qu? compromiso es para un padre!... --Tener hijas--concluy? el jesuita con su vaga sonrisa, adelantando el belfo labio, en mueca de ben?volo desd?n. Y a?adi?--: El peor aprieto es ser m?s terco que una mula, con perd?n sea dicho, y creer que el pobre Padre Urtazu s?lo entiende de sus piedras y de sus astros y de su microscopio, y es un bolonio, un simpl?n, para aconsejar en la vida.... --No me aflija usted m?s, Padre. Harto tendr? con no ver a Luc?a en qu? s? yo qu? tiempo. S?lo me faltaba que tambi?n salga mal la cosa, y que pase ella penas.... --Lleva usted raz?n.... Dios sobre todo--aprob? el se?or Joaqu?n, arrancando doliente suspiro de la vasta cavidad de su pecho. Esta noche, con el mal rato, la condenada asma va a darme qu? hacer.... Encuentro ya la respiraci?n muy corta. Dormir?, si duermo, casi incorporado. --Llame, llame a ese mala cabeza de Rada... tiene mucho acierto--murmur? el jesuita considerando compadecido, a la luz oblicua del sol de oto?o, la inyectada tez y los ojos edematosos del viejo. Mientras el acompa?amiento desfilaba, con lentitud de duelo, por las calles mal empedradas de Le?n, el tren corr?a, corr?a, dejando atr?s las interminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde fuesen las notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas. Hecha Luc?a un ovillo en la esquina del departamento, sollozaba sin amargura, con alg?n hipo, con vehemente llanto de ni?a inconsolable. Bien comprend?a el novio que le tocaba decir algo, mostrarse afectuoso, compartir aquel primer dolor, ponerle t?rmino; mas hay en la vida situaciones especiales, casos en que no tropieza ni se embaraza la gente sencilla, y en que acaso el hombre de mundo y experiencia se convierte en doctrino. Preferible es en ocasiones un adarme de coraz?n a una arroba de habilidad; donde fracasan las huecas f?rmulas, vence el sentimiento, con su espont?nea elocuencia. A fuerza de quebrarse los cascos ideando manera de anudar el di?logo con su esposa, ocurriole al novio aprovechar una circunstancia insignificante. Add to tbrJar First Page Next Page |
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