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Munafa ebook

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Ebook has 418 lines and 23879 words, and 9 pages

Do?a Luz

Por

Juan Valera

Biblioteca Perojo

Paris

A la se?ora condesa de Gomar

Por lo dem?s, aunque la novela no divierta, creo yo que vale algo por las muy graves y severas lecciones que contiene.

Pongo a un lado las mil y quinientas que cualquier agudo cr?tico puede sacar si se empe?a en elogiarme y lucirse, y me limito a la lecci?n que se da, no ya s?lo a los frailes, que al fin pocos hay en Espa?a ahora, sino por extensi?n a todo caballero cortesano, viejo o algo machucho, que se enamora con amor vicioso.

Estas advertencias dicen en resumen que el cortesano <>: como sucedi? al P. Enrique, volviendo a mi cuento. Al cual Padre le hubiera estado mejor valerse de este amor como de escala para subir a m?s alto grado. Porque, considerando la estrecheza de estar siempre ocupado en contemplar la hermosura de un cuerpo solo, debi? sentir deseo de ensancharse algo y de salir de t?rmino tan angosto, y para ello debi? tambi?n juntar en su mente muchas hermosuras, y, reduci?ndolas a una sola, formar aquella que sobre toda la naturaleza se extiende y derrama.

Sabido es, por ?ltimo, que, por cima de este concepto universal de la hermosura, hay otra excelsa, increada y de la que todas proceden. Si el amor llega a columbrarla, ?de qu? no se olvida? Y entonces , se abrasa el alma en aquella llama, simbolizada y prefigurada en la enorme pira, donde se quem? H?rcules, despu?s de todos sus trabajos, all? en la cumbre del monte Oeta, o se remonta y traspone en el ardiente carro, en que El?as abandon? la tierra y se fue volando a los cielos.

Yo, se?ora, con el peso de los a?os, que ya me molesta bastante, y con no pocas saludables desilusiones, voy propendiendo, aunque pecador, a subir por este ?ltimo camino. Y si bien en mis novelas se notan a?n resabios y aficiones de hombre mundano, ya hay en ellas como se?ales de que me llaman a s? otras voces muy distintas de las del mundo.

JUAN VALERA.

-I-

El Marqu?s y su administrador

No todas las historias que yo refiero han de ocurrir en Villabermeja. Hoy he de contar una muy interesante ocurrida, pocos a?os ha, en otro lugar cercano, que llamaremos Villafr?a, reservando para mayores cosas su verdadero nombre. Por lo dem?s, entre Villabermeja y Villafr?a no se da diferencia muy notable; pues, si bien Villabermeja posee un santo patrono m?s milagroso, Villafr?a goza de t?rmino m?s rico, de m?s poblaci?n, de mejores casas, y de m?s pudientes hacendados.

Entre ?stos descollaba el Sr. D. Acisclo, as? llamado desde que cumpli? cuarenta y cinco a?os, y que sucesivamente hab?a sido antes, hasta la edad de veintiocho a treinta, Acisclillo y t?o Acisclo despu?s. El don vino y se antepuso, por ?ltimo, al Acisclo, en virtud del tono y de la importancia que aquel se?or acert? a darse con los muchos dineros que honrada y laboriosamente hab?a sabido adquirir.

Su buena fama trascend?a por toda la provincia. No le estimaban s?lo como a persona que tiene el ri??n bien cubierto, y que no se dejar?a ahorcar por dos o tres milloncejos de reales, sino que era preconizado como sujeto muy cabal, formal?simo en sus tratos y seguro hasta la pared de enfrente, y como tan recto, devoto de Mar?a Sant?sima y temeroso de Dios, que casi, casi estaba en olor de santidad, a pesar de las malas lenguas, que no faltan nunca.

Lo cierto es que D. Acisclo hab?a sabido conciliar su medro con la probidad y la justicia. Hab?a sido administrador del marqu?s de Villafr?a, durante veinte a?os lo menos, y se hab?a compuesto de manera que todos los bienes del marquesado hab?an ido poco a poco pasando de las manos de su se?or?a a sus manos m?s ?giles y guardosas.

Este pase o dislocaci?n se hab?a realizado natural y leg?timamente. Don Acisclo no ten?a culpa ninguna de que el marqu?s hubiese sido despilfarrado y perdulario; y m?s que por culpa pod?a y deb?a contarse por m?rito que ?l fuese ingenioso, ahorrativo y aprovechad?simo.

Siempre se condujo con la mayor lealtad en la administraci?n. El marqu?s de Villafr?a habitaba en Madrid, donde gastaba mucho. Ten?a necesidad de dinero. Enviaba a pedir. No hab?a. Y entonces se apelaba a varios recursos, de algunos de los cuales hablar? aqu? en breves palabras.

Mandaba el marqu?s, que, para reunirle dos mil duros, se vendiese vino, aunque fuese malbarat?ndole: dando, por ejemplo, el fino y potable como de quema.

Don Acisclo era muy estrecho y escrupuloso de conciencia, y se pon?a a buscar con af?n a alguien que se llevase el vino por su justo valor; pero no le hallaba. Nadie daba por cada arroba sino seis o siete reales menos de lo que val?a. Entonces D. Acisclo se sacrificaba; allegaba el dinero, se le enviaba al marqu?s, y tomaba el vino para s? por una peseta menos en cada arroba. De esta suerte ganaba ?l, haciendo ganar al marqu?s tres reales en arroba por la parte m?s corta. Luego echaba D. Acisclo en madera el mencionado vino, y al cabo de un a?o, le pon?a tan exquisito, que vend?a cada arroba por siete u ocho pesetas m?s de lo que le hab?a costado.

En otras ocasiones, ped?a el marqu?s, corriendo, mil duritos para salir de un apuro. <>.

Don Acisclo buscaba al punto en M?laga comerciante que se allanase a dar el dinero, y resultaba que nadie quer?a darle sino cobr?ndose en aceite, dos meses o poco m?s despu?s, y tomando la arroba de dicho l?quido a dos reales menos del precio corriente. ?sta era una usura monstruosa; era una usura de m?s del 30 por 100 al a?o. Don Acisclo se aflig?a, pon?a el grito en el cielo, ca?a enfermo por la pesadumbre que le daban los apuros del marqu?s, y al fin reincid?a en sacrificarse, tomando ?l mismo el l?quido por un real menos de su precio corriente, y aprontando el dinero, del cual no ven?a a sacar sino a raz?n de 20 por 100 al a?o. As? hac?a ganar al marqu?s otro 10 por 100.

Con el trigo suced?a lo propio. El marqu?s mandaba que le vendiesen el trigo dos o tres meses antes de la cosecha. No se hallaba quien le pagase con anticipaci?n sino con tres reales de descuento por fanega. Entonces D. Acisclo proporcionaba el dinero, y se quedaba con el trigo por dos reales menos, pero haciendo ganar al marqu?s un real en fanega.

El marqu?s gustaba de tener una reata de ocho hermosos mulos, los cuales se hubieran comido una barbaridad de cebada, sin trabajar para el marqu?s sino cuatro meses a lo m?s cada a?o; pero D. Acisclo se serv?a de los mulos para los acarreos y tr?ficos, y as? se ahorraba ?l de pagar mulero y mulos, y hac?a que el marqu?s ahorrase sobre seis meses de piensos.

Las tierras del marqu?s estaban muy necesitadas de abono. Don Acisclo adquiri? para s? no pocas ovejas y cabras, las cuales, a trueque de algunas hierbas in?tiles y tal vez nocivas y de algunos reto?os bajos y viciosos, abonaban bien los mejores olivares del marqu?s.

Necesitaba el marqu?s m?s dinero; era menester tomarle prestado; no hab?a quien le diese a menos del 15 por 100. Don Acisclo hallaba a un pariente o a un amigo suyo que le daba al 12. As? hac?a ganar al marqu?s un tres por ciento anual sobre la cantidad recibida.

En resoluci?n, y por el estilo mencionado, rindiendo cuentas exact?simas, y demostrando matem?ticamente que hac?a ganar al marqu?s tres o cuatro mil duros al a?o con administrar tan fiel y celosamente sus bienes, D. Acisclo vino a quedarse con casi todos ellos.

Su se?or?a, sitiado por hambre, tuvo entonces que abandonar la corte, y se retir? a hacer penitencia en Villafr?a, donde muri?, al a?o de estar, de unas calenturas malignas, que infundieron en su sangre la falta de metales y la sobra de bilis.

Todo el caudal del marqu?s, a su muerte, podr?a producir, a lo sumo, 16.000 rs. al a?o.

Estoy tan escamado con los cr?ticos profundos que no atino a resolver y declarar si el marqu?s era tonto o discreto. En Madrid hab?a sido el marqu?s el encanto de la sociedad, y hab?a pasado por la discreci?n en persona. Y, sin embargo, el marqu?s se hab?a quedado pobre. Tal vez consista esto en que haya dos g?neros de tonter?a: la tonter?a de acci?n y la tonter?a de palabra, las cuales est?n en raz?n inversa en cada ser humano. El que no dice tonter?as las hace: el que no las hace las dice. Cuando alguien hace y dice siempre tonter?as, ya es tonto de capirote y goza de tonter?a absoluta, total, una y toda, como se expresar?an los fil?sofos.

Por dicha no es esto lo com?n: lo com?n es ser tonto a medias. Cuando alguien gasta en palabras su discreci?n, enamora a las gentes y hace las delicias de las tertulias; pero, consumida toda su discreci?n en objetos de lujo, s?lo tonter?a le queda para los negocios que debieran importarle. Y, por el contrario, todos o casi todos los que consumen su discreci?n en hacer su negocio, son insufribles de tontos o de zafios hasta que le hacen, si bien, luego que le han hecho, vuelven a brillar con su discreci?n en los discursos y conversaciones, o bien porque ya no tienen que emplearla en lo ?til y la derivan hacia lo agradable, o bien por el prestigio seductor de que los circundan su ?xito y su buena fortuna.

As? me explico yo que el marqu?s, que buen poso haya, pasase siempre por discreto en la corte, y en su lugar por incapaz de sacramento.

Raz?n ten?an en su lugar, dir? quien me lea. Si el marqu?s no hubiera sido tonto, hubiera conocido que D. Acisclo le saqueaba y hubiera mudado de administrador. A esto importa contestar lo que el marqu?s contestaba, pues no falt? nunca quien le hiciese dichas reflexiones. Yo no trato aqu? de sostener que el marqu?s ten?a raz?n: me limito a repetir lo que ?l dec?a. Dec?a, pues, que en veinte leguas a la redonda, tomando a Villafr?a por centro del c?rculo o redondel, no hab?a m?s honrado y virtuoso var?n que su administrador: que el ahorro de cuatro mil duros al a?o que D. Acisclo se jactaba de haberle hecho era de la m?s rigurosa exactitud; y que por consiguiente todav?a le sal?a deudor, en los veinte a?os que hab?a administrado sus bienes, de algo m?s de 80.000 duros. Otro administrador cualquiera hubiera acabado con el marqu?s en diez a?os. El marqu?s, por lo tanto, cre?a deber a D. Acisclo diez a?os de buena y alegre vida. Otro administrador cualquiera no hubiera hecho los adelantos por la mitad menos, y se hubiera enriquecido m?s pronto, y no hubiera arruinado a su se?or con tantos miramientos, con tanta suavidad y pausa, y con tan severa conciencia. El propio D. Acisclo cre?a, all? en el fondo de su alma, aunque rara vez se jactaba de ello por su extremada modestia, que hab?a sido para con el marqu?s un dechado de fieles servidores. As? es que, en el a?o que vivi? el marqu?s en Villafr?a, ya arruinado, D. Acisclo le sermone? bien sobre su despilfarro e imprevisi?n, y el marqu?s le oy? siempre con respeto y hasta compungido a veces.

Con estos sermones y consejos p?stumos, con una amistad llena de veneraci?n, que D. Acisclo mostr? siempre al marqu?s, m?s a?n cuando pobre que cuando rico, y con los cuidados con que le atendi? en los ?ltimos d?as de su vida, sin que ni remotamente entrase en todo ello la menor idea de desagravio, pues pensaba haberle favorecido y no ofendido, don Acisclo se elev? a considerable altura moral e intelectual en el ?nimo del marqu?s, quien al morir le dej? confiada la joya m?s hermosa que a?n pose?a en este mundo.

Era esta joya una ni?a que acababa de cumplir quince a?os cuando muri? el marqu?s. Hab?a sido educada por un aya inglesa que hab?a sido menester despedir por falta de dinero antes de venir a Villafr?a; pero ya la ni?a hablaba ingl?s y franc?s con perfecci?n y estaba muy instruida.

En el lugar hab?a acertado a hacerse querer de todas las gentes, en especial de los pobres, aunque ella tambi?n lo era y poco pod?a favorecerlos.

Hu?rfana de madre desde que ten?a dos a?os, hab?a quedado sola en el mundo al morir el marqu?s. ?ste, que jam?s hab?a sido casado, hab?a tenido aquella hija en una mujer oscura, pero le hab?a dado su nombre y la hab?a legitimado.

Don Acisclo, muerto el marqu?s, tuvo grande empe?o en adelantar el dinero para la transmisi?n del t?tulo a la se?orita; pero ?sta lo supo, y se opuso del modo m?s resuelto. Aunque de tan corta edad, pens? y dijo con discreci?n que hasta era rid?culo ser marquesa con tan poco dinero como ten?a. Don Acisclo insisti? en sacar el t?tulo, pero la ni?a se opuso cada vez con m?s ah?nco. Quedose, pues, sin t?tulo. Todos en el lugar dejaron de llamarla la marquesita, como la llamaban en vida de su padre, y la llamaron do?a Luz, que era su nombre de pila.

Do?a Luz, como buena hija, lament? y llor? mucho la muerte del marqu?s; pero su humilde y cristiana resignaci?n era grande.

Con el tiempo qued? do?a Luz tranquila y consolada. Viv?a en casa de D. Acisclo. Conoc?a su triste situaci?n, y no se atormentaba por ello. Se dir?a que hab?a olvidado Madrid. Estaba conforme en pasar en Villafr?a la vida entera.

-II-

Antecedentes y pormenores indispensables aunque enojosos

Desde la muerte del marqu?s hab?an transcurrido doce a?os.

Do?a Luz ten?a veintisiete y estaba hermos?sima: mucho mejor que de quince.

Su buen natural, rectamente encaminado en su ni?ez y en su adolescencia por las lecciones del aya, no la hab?a abandonado nunca. Do?a Luz, sin sibaritismo, con la severidad de quien cumple un deber, hab?a cuidado, y segu?a cuidando en el lugar, de su alma y de su cuerpo.

Con el mismo esmero con que procuraba no manchar su inteligencia ni su voluntad con ideas o con afectos indignos, atend?a a la material limpieza y al honesto adorno de su persona. Do?a Luz era en todo la pulcritud personificada.

Tal vez por instinto, sin darse cuenta de ello, o al menos no dej?ndolo sentir ni recelar, se miraba y se complac?a m?s en este que podemos llamar aseo moral y corp?reo, por lo mismo que se ve?a circundada de gente algo ruda y no muy limpia ni de cuerpo ni de alma, y como si tuviese el temor de contaminarse.

Era tan circunspecta, que jam?s dejaba traslucir este temor; y tan h?bil sin arte, que nadie la acusaba de desde?osa. Aunque no se bajaba al nivel de nadie, por una dulce, franca y generosa simpat?a, procuraba elevar a las gentes a su nivel. As? hab?a logrado infundir respeto y no odio: y las se?oras y se?oritas del lugar, en vez de tomarla por blanco de sus s?tiras, sol?an tomarla por modelo, con lo cual los usos, costumbres y trato social, se hab?an mejorado bastante.

Los mozos eran m?s reverentes con las mujeres, y algunas de ?stas imitaban ya a do?a Luz, no sin ma?a, en modales y compostura y hasta en el primor y atildamiento con que ella ten?a los muebles y alhajas de su tocador, salita y alcoba.

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