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Munafa ebook

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Read Ebook: Lord Lister No. 0382: De agent van Lenin by Blankensee Theo Von Hageman Felix Leonard Felix Matull Kurt

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Ebook has 418 lines and 23879 words, and 9 pages

Los mozos eran m?s reverentes con las mujeres, y algunas de ?stas imitaban ya a do?a Luz, no sin ma?a, en modales y compostura y hasta en el primor y atildamiento con que ella ten?a los muebles y alhajas de su tocador, salita y alcoba.

En el momento en que nos ponemos ahora con la imaginaci?n, do?a Luz era un sol que estaba en el zenit. Gallarda y esbelta, ten?a toda la amplitud, robustez y majestad, que son compatibles con la elegancia de formas de una doncella llena de distinci?n aristocr?tica. La salud brillaba en sus frescas y sonrosadas mejillas; la calma, en su c?ndida y tersa frente, coronada de rubios rizos; la serenidad del esp?ritu, en sus ojos azules, donde cierto fulgor apacible de caridad y de sentimientos piadosos suavizaba el ing?nito orgullo.

Madrugadora, activa, acostumbrada a dar largos paseos, y a estar en casa empleada en algo ?til, la ligereza y el br?o de su cuerpo corr?an parejas con su beldad y con su gracia. Cuando quer?a, bailaba como una s?lfide; en el andar airoso, semejaba a la divina cazadora de Delos, y montaba a caballo como la reina de las amazonas.

No se negaba a asistir a los bailes, tertulias y otras fiestas que en el lugar se daban. Hab?a ido a las ferias de los lugares cercanos y a algunas romer?as, y no esquivaba la conversaci?n de las gentes, aunque con tan juicioso y bien templado decoro, que atinaba a desechar la familiaridad excesiva, sin ofender al vidrioso y sin alentar al audaz y confiado.

Esto, en vez de perjudicarle, aumentaba y extend?a su buen cr?dito.

Cuando do?a Luz iba por la calle, con Juana, su anciana criada, o cuando iba a la iglesia, grave, silenciosa, vestida toda de negro, con basqui?a y mantilla, dec?an algunos mozos estudiantes, que hab?a en el lugar, y que entend?an m?s hondamente que los dem?s de est?tica y de otras doctrinas de amor y poes?a, que do?a Luz parec?a una garza real, una emperatriz, una hero?na de leyendas y de cuentos fant?sticos; algo de peregrino y de fuera de lo que se usa; el hada Paraban?; la m?s egregia de las hur?es.

A pesar del respeto, algunos no acertaban a contenerse. Este dec?a: <> Aqu?l: <> Otro: <> y as? por el estilo. En ocasiones, por ?ltimo, no falt? quien se propasase a tender la pa?osa a modo de alfombra o a tirar el sombrero cala??s a sus plantas para que ella le hollara y pisoteara.

Pero, ?caso estupendo! en medio de todo este entusiasmo, do?a Luz no ten?a ni hab?a tenido novio: no hablaba ni hab?a hablado con nadie por la reja. Lo que s? hab?a tenido era multitud de pretendientes, sin que ella hubiese dado esperanzas a ninguno. Los j?venes m?s ricos de algunas leguas en contorno la consideraban ya como inexpugnable fortaleza. La esperanza, con todo, no se pierde jam?s. Los hombres, en esto de conquistas amorosas, nos las prometemos, a menudo, felices. As? es que, si los del lugar estaban ya sosegados y desenga?ados, no faltaban a?n forasteros, con tal de que fuesen sujetos de cierto fuste, que se alborotasen al ver a do?a Luz, y propusiesen, all? en sus adentros, conseguir lo que otros no hab?an conseguido; pero pronto tambi?n se desenga?aban.

Y no pod?a haberla, porque do?a Luz callaba toda raz?n ofensiva. No se sent?a inclinada al matrimonio. No amaba. Nadie manda en su coraz?n. Tales eran sus razones.

Alguien podr?a sospechar pero no probar su invencible repugnancia a todo lo vulgar y plebeyo, y el horror que de ella se apoderaba a la sola idea de poder un d?a tener un hijo que llevase su ilustre apellido en pos de otro apellido oscuro y r?stico de alg?n ricacho villano.

En suma: do?a Luz, si no ten?a esperanzas de casarse a su gusto, tampoco ten?a o dejaba traslucir el menor deseo. Todo era en ella frialdad tranquila y contentamiento suave. En balde, el peor pensado de los hombres se atrever?a a buscar en sus actos, en sus palabras, en sus ademanes y gesto, la m?s leve se?al de que estuviese despechada.

Varias parientas ricas, que ten?a do?a Luz en Sevilla y en Madrid, la hab?an invitado a que se fuera a vivir con ellas: pero, o bien porque as? fuese en verdad, o porque do?a Luz lo sospechaba, las invitaciones hab?an sido m?s que de coraz?n por cumplimiento. Adem?s, do?a Luz se consideraba muy pobre para su clase, y no quer?a ser gravosa, ni vivir a expensas de otros y en una especie de dependencia pr?xima a la servidumbre. Hab?a, pues, rehusado todas las invitaciones. Su plan era vivir y morir oscuramente en Villafr?a.

La misma impureza de su origen, el vicio de su nacimiento, la humilde condici?n de su desconocida madre, obraban por reacci?n en su ?nimo y casi convert?an su orgullo en fiereza. Para limpiar aquella mancha original, quer?a ser do?a Luz mucho m?s limpia y mucho m?s pura.

No quer?a pordiosear ni deber nada a nadie.

Conservaba sin vender su casa solariega del lugar con sus antiguos muebles y dos criados. Si no viv?a en ella, pensaba vivir m?s tarde, o bien porque don Acisclo podr?a faltar, o bien porque ya, entrada ella en a?os, nadie podr?a extra?ar que viviese sola.

Entretanto, viv?a do?a Luz en el caser?n de don Acisclo, donde ten?a holgada e independiente habitaci?n, y donde hab?a tra?do, para adornarla, sus m?s bonitos y preciosos muebles y sus libros mejores.

En pago de esta hospitalidad, hac?a aceptar a don Acisclo, por m?s que ?ste se hab?a resistido, m?s de la mitad de sus rentas, o sea 8.000 reales al a?o. Con lo restante, como era econ?mica y arreglada, ten?a lo suficiente para vestirse, comprar algunos libros nuevos y hacer limosnas.

El ?nico lujo, el ?nico regalo de do?a Luz, era un magn?fico caballo negro, en el cual sol?a ella salir a paseo con D. Acisclo o con un criado llamado Tom?s, que hab?a envejecido en el servicio de su padre.

Don Acisclo estaba viudo hac?a much?simo tiempo. Ten?a dos hijos y tres hijas, todos casados y con casa aparte, de modo que, en la soledad anchurosa de aquel inmenso caser?n, do?a Luz y D. Acisclo se daban mutua compa??a.

Rayaba ya D. Acisclo en los setenta a?os; pero estaba recio y bien de salud. Iba derecho como un huso; era hombre ?gil y enjuto de carnes; y, si no sab?a m?s que leer y escribir medianamente y las cuatro reglas, y si jam?s hab?a le?do un libro, ten?a gran despejo natural, aunque burdo. Jam?s hab?a turbado su conciencia con sutilezas morales. As? es que no le remord?a, como hemos dicho, de haber contribuido a la ruina del marqu?s. Si se hab?a aprovechado de ella mejor le parec?a que hubiese sido ?l que no otro. Mucho le hubiera dolido ver en manos extra?as el caudal de su amo. Pose?ale, por lo tanto, de buena fe, con justo t?tulo, y hasta con y por cierto sentimiento de veneraci?n a la memoria del difunto ilustre poseedor.

Esta veneraci?n se extend?a, o mejor dicho, se extremaba y llegaba a su colmo, sin afectaci?n ni servilismo, cuando se trataba de la se?orita do?a Luz, en quien, fascinado el viejo, cre?a descubrir a un ser cuyos arcanos pensamientos, m?viles y resortes de acci?n, apenas entreve?a; a una criatura rara e inusitada, de otra casta muy diferente de la suya, y con la cual, sin embargo, com?a de diario y ten?a la honra de compartir la vivienda.

De otras menudencias que la escrupulosidad del narrador no permite que pasen en silencio

Constaba esta vivienda, como la de muchos otros ricos hacendados de Andaluc?a, de dos casas contiguas, en comunicaci?n: la de los amos y la que se llama siempre casa de campo, aunque est? en el centro de la poblaci?n.

La casa de los amos no ten?a m?s habitantes que D. Acisclo en un extremo, y do?a Luz en otro, con su vieja criada Juana, que dorm?a en un cuarto al lado del de su se?ora.

Hab?a un gran comedor, otro comedor peque?o para diario y varios salones de respeto, que no se abr?an sino en las ocasiones solemnes, y donde, entre otras preciosidades, D. Acisclo, sus hijos, hijas, yernos y nueras, todos resplandec?an retratados al ?leo, de tama?o m?s que natural, y casi de cuerpo entero, por un pintor ambulante que acert? a pasar por Villafr?a, y que llev? una onza de oro por cada retrato. Verdad es que D. Acisclo le agasaj? y trat? a cuerpo de rey, sent?ndole a su mesa todo el tiempo que tard? en pintarlos, lo cual fue obra de cinco meses, y luego, al partir, le hizo presente de mil chucher?as, como, por ejemplo, de un pipotillo con aguardiente de doble an?s, de orejones secos y de alfajores y pi?onate. Los retratos lo merec?an por lo parecidos. No les faltaba m?s que hablar. Las blondas que figuraban en los de las damas, estaban algo confusas al principio; pero, cediendo a las quejas de las damas susodichas, el pintor lo arregl? con ingenioso artificio. Unt? en albayalde un pedazo de tul, le aplic? al sitio del cuadro, ya seco, donde la blonda estaba representada, y result? un efecto maravilloso, porque hasta los agujeritos de la blonda se ve?an y aun pod?an contarse.

,,En ik weet zeker, dat je daarin zult slagen," hernam Raffles glimlachend. ,,Werkelijk, ik zou niemand kunnen aanwijzen, die zoo voortreffelijk en zonder eenigen argwaan te wekken de rol van kelner zou kunnen vervullen als jij. Ik verzeker je, dat dat lang niet ieders werk is."

,,Dank je voor het compliment," kwam Charly lachend. ,,En nu zal ik maar weer heengaan, want men mag mij vooral niet missen. Waar zal ik je vanavond vinden?"

,,Ik zal je zeggen, wat ik vandaag nog doe, dan kun je daar rekening mee houden. Ik tracht vanmiddag in kennis te komen met den secretaris van Stijkof, wat niet zoo moeilijk zal zijn. Om vier uur ga ik een kleinen rijtoer maken in Hyde Park. Ik dineer in het hotel. Wat ik daarna doe, zal afhangen van hetgeen Stijkof verricht, want ik ben van zins, hem vanavond eens na te gaan."

,,Afgesproken! Dan zal ik wel gelegenheid vinden, nog een paar woorden met je te wisselen."

De beide mannen drukten elkander de hand, Charly opende de deur, keek links en rechts de gang op en maakte gebruik van een oogenblik, dat niemand oplette, om haastig naar buiten te springen en de deur geruischloos te sluiten.

Een seconde later was hij weder de gedienstige, hupsche ?tage-kelner, die vloog op een wenk van de gasten, die altijd gereed was met een kwinkslag, en die zoo vlug en werkzaam was, alsof hij nog nooit gehoord had van de ,,Golf van luiheid", die over de wereld streek en waarover alle bladen steen en been klaagden.

Het duurde niet lang of hij was de beste maatjes met den oberkelner, dien hij met een paar goed geplaatste vleierijtjes voor zich had weten in te nemen, met een paar kamerkatjes, die hem heel aardig vonden en met twee of drie oudgedienden onder de kelners, die al tien jaren in het Hotel Cecil werkzaam waren.

Het was eigenlijk wel verboden, maar er werd toch altijd over de gasten gebabbeld, waarheid en fantasie en Charly was schrander genoeg, om de eerste van de laatste te kunnen onderscheiden.

Maar niemand scheen heel precies te weten, op welke wijze graaf Stijkof eigenlijk beschikte over zijn rijkdommen.

Wel wist een der kelners te vertellen, dat zijn portefeuille letterlijk opgepropt was met deugdelijk Engelsch bankpapier, maar hoe die voorraad telkens opnieuw werd aangevuld, dat kon niemand zeggen.

Had de rijke Rus een credietbrief? Had hij zijn geld in aandeelen van soliede maatschappijen belegd en verzilverde hij op geregelde tijden de coupons? Had hij een rekening-courant bij de voornaamste banken, en kon hij dus met cheques betalen? Was zijn reusachtig vermogen eenvoudig in deposito gezet bij de Bank van Engeland, en kon hij uit dien voorraad putten, wanneer het hem beliefde?

Niemand, die er het fijne van wist.

Charly begreep dan ook al spoedig, dat hij niet op de kelners behoefde te rekenen, om hem in te lichten aangaande dit onderdeel van Raffles' plan.

Graaf Stijkof scheen zeer weinig spraakzaam te zijn en ook zijn secretaris liet niets los en was een in zichzelf gekeerd, tamelijk norsch man, ondanks zijn jeugd.

De beide mannen waren trouwens slechts zeer weinig in het hotel aanwezig, feitelijk niet anders dan des nachts, want zij vertrokken aanstonds na het ontbijt, schenen ergens in de stad te lunchen en dineerden ook niet altijd in het hotel.

Aquella noche echaba D. Acisclo el bodeg?n por la ventana.

En cualquier d?a y a cualquier hora se mostraba en todo que D. Acisclo era espl?ndido y acaudalado.

El patio de la casa era anchuroso y enlosado de m?rmol. En su centro luc?a una taza de m?rmol tambi?n, donde ca?a el agua clara de un copioso y alto surtidor. En torno de la fuente se ve?an muchas macetas con flores y hierbas olorosas, y alrededor arriates con bojes, que formaban bolas y pir?mides, y rosales de enredadera, jazmines y naranjos, que revest?an el muro y trepaban por cima de los balcones del piso principal, tejiendo una capa o manto de flores, frutos y verdura, y embalsamando el ambiente, ya con el olor del azahar, ya con el m?s leve aroma de jazmines y de mosquetas.

De este patio, as? como de un jard?n m?s extenso, con honores de huerta, que hab?a a espaldas de la casa, cuidaba do?a Luz con esmero. Hasta hac?a venir flores y plantas, que jam?s se hab?an conocido en Villafr?a, y sol?a aclimatarlas.

De nada m?s cuidaba do?a Luz, no por desidia, sino porque, seg?n dec?a D. Acisclo, se obstinaba en sostener que estaba como de hu?sped, y no quer?a meterse en camis?n de once varas.

Quien lo gobernaba todo, la verdadera directora y ama de llaves, era la Sra. Petra, de edad de cincuenta a?os muy cumplidos. Ella entend?a en el gasto diario, vigilaba la cocina y ten?a las llaves de la despensa, de la reposter?a, de la candiotera, de las cuatro bodegas de vino, aceite, aguardiente y vinagre, y de los desvanes o graneros, donde siempre hab?a trigo, cebada, arvejones, yeros, matalah?ga y otras semillas.

Toda esta tropa femenina habitaba y dorm?a en el piso principal de la casa de campo, donde tambi?n ten?an habitaci?n el aperador, su mujer y sus cuatro chiquillos; pero ?stos, tan apartados, que no se ve?an ni se entend?an sino cuando el amo llamaba.

Hab?a, por ?ltimo un mozo, que dorm?a junto a la caballeriza y cuidaba de ella, de los patios y corrales.

Tal era la servidumbre dom?stica, por decirlo as?. Pero ya se entiende que los jornaleros, el mulero, los caseros, los vi?adores, los pisadores, los del molino y la dem?s gente que se empleaba en las faenas agr?colas, iban y ven?an y hac?a estancia en la casa de campo, donde hab?a anchura sobrada, y alambique, lagar, alfarje y prensas para la aceituna y la uva.

Resultaba, pues, como ya queda apuntado, que en la casa de los amos s?lo viv?an D. Acisclo, do?a Luz y su criada Juana.

Tom?s, el antiguo criado del marqu?s, viv?a en la casa solariega con un mozuelo que le ayudaba a cuidarla y a cuidar tambi?n el hermoso caballo negro de la se?orita.

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