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Munafa ebook

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Read Ebook: Memorias de un cortesano de 1815 by P Rez Gald S Benito

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Ebook has 1243 lines and 52763 words, and 25 pages

Produced by: Ram?n Pajares Box.

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

EPISODIOS NACIONALES

MEMORIAS DE UN CORTESANO DE 1815

Es propiedad. Queda hecho el dep?sito que marca la ley. Ser?n furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.

B. P?REZ GALD?S EPISODIOS NACIONALES SEGUNDA SERIE

MEMORIAS DE UN CORTESANO DE 1815

S?PTIMA EDICI?N -- 37.000

MADRID OBRAS DE P?REZ GALD?S 132, Hortaleza 1903

EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO IMPRESOR DE C?MARA DE S. M. C. de San Francisco, 4.

MEMORIAS DE UN CORTESANO DE 1815

En el nombre del Padre, del Hijo y del Esp?ritu Santo, doy principio a la historia de una parte muy principal de mi vida; quiero decir que empiezo a narrar la serie de trabajos, servicios, proezas y afanes, por los cuales pas?, en poco tiempo, desde el m?s oscuro antro de las regias covachuelas, a calentar un sill?n en el Real Consejo y C?mara de Castilla.

Abran los o?dos, y escuchen, y entiendan c?mo un var?n listo y honrado pod?a medrar y sublimarse por la sola virtud de sus merecimientos, sin sentar el pie en los tortuosos caminos de la intriga, ni halagar lisonjero las orejas de los grandes con la m?sica de la adulaci?n, ni poner tarifa a su conciencia, o vil tasa a su honor, cual suelen hacer los menguados ambiciosillos del d?a, despu?s que las sanas costumbres, la modestia, la sobriedad y la cristiana mansedumbre han huido avergonzadas del mundo, y son tan m?seros de virtud los tiempos, que no se encuentra un hombre de bien aunque den por ?l medio mill?n de p?caros vividores.

?Bendito sea Dios, padre de los menesterosos, sustento de los d?biles, proveedor de los hambrientos, aposentador de los desamparados, amparo de los desnudos, alivio de todos los pobrecitos que quieren ganarse la vida, y despensero de las hormigas, de los p?jaros y de los pretendientes!... ?Bendito sea Dios, digo, que me ha conservado mis sueldos, gajes, pensiones, vi?ticos, emolumentos y obvenciones, para que desahogadamente y sin importunos cuidados pueda contar todos los pasos de mi fabulosa carrera! ?Oh! ?Por qu? he de ocultarlo? Carrera como la m?a no la hicieron m?s de cuatro, desde que brot? en la fecunda tierra el tallo de los empleos p?blicos, y abrieron sus polvorientas corolas de papel los expedientes de Arbitrios, Propios, Tercias reales, Noveno, P?sitos, Paja y Utensilios, Frutos civiles, Mandas, Renta de la Abuela, Chap?n de la Reina, y dem?s hierbas que compon?an el placentero jard?n de la Administraci?n.

<> --preguntar?n seguramente los que me leen--. Yo soy aquel --respondo-- que en los primeros a?os de su vida administrativa se llamaba Juan Bragas, nombre que a decir verdad no se distingue por su m?sica, ni tiene saborcillo de elegancia, ni sonsonete o cancamurria de nobleza; as? es que, no bien comenc? a sacar el pie del lodo, a?ad? al apellido de mis padres el lugar de mi nacimiento, por lo cual, siendo este Pipa?n en Rioja de ?lava, vine a llamarme don Juan Bragas de Pipa?n. Sonaba esto pomposamente en mis orejas, y yo repet?a en voz alta mi propio nombre para engre?rme con su grandiosidad, la cual anunciaba por el solo efecto del silabeo la persona de un embajador, consejero de Indias, fiscal de la Rota o asistente de Sevilla. M?s adelante, como el Bragas no me pareciese del mejor gusto, lo suprim? completamente, qued?ndome para el mundo presente y para la posteridad en don Juan de Pipa?n, nombre breve y rotundo, que va dejando ecos armoniosos doquiera que se pronuncia, y al cual no le vendr?a mal la conterilla del marquesado o condado que tengo entre ceja y ceja.

Bendito sea Dios, vuelvo a decir, que no abandona jam?s a los menesterosos; bendita sea la pr?diga mano que a cada cual le da su remedio, ora un pedazo de pan, si padece hambre, ora un buen amigo que le ayude, si tiene ambicioncillas de medro. ?Qu? habr?a sido de m?, si no hubiera tropezado de manos a boca con aquel nobil?simo, con aquel sin par sujeto, que ech? de ver mis disposiciones, y me llev? desde el Purgatorio de la oscuridad y miseria, al Para?so del favor, de la fama y de la hartura? Hombre mejor no naci? del vientre de mujer, ni se ha visto un talentazo igual para todo aquello que fuera de la jurisdicci?n de la suprema intriga, por cuyas prendas era la gran cabeza de aquellos tiempos; y un maravilloso regalo hecho por Dios a la afortunada naci?n espa?ola, para que la sacara del mal traer en que se encontraba.

Dios Todopoderoso, a quien no cesa de invocar mi gratitud, hizo que el cuitado narrador de estos sucesos topara con Su Excelencia en enero de 1814, y que le cautivase principalmente por su buena letra y singular?sima habilidad para remedar la ajena, especialmente en toda suerte de firmas y r?bricas. ?Oh, qu? elogios hac?a aquel buen hombre de mis talentos caligr?ficos! ?Y c?mo ponderaba mi pulso, mi excelente ojo, y aquella soltura con que despachaba en cuatro rasgos las m?s dif?ciles y para ?l inveros?miles imitaciones! As? es que me tra?a en palmitas, regal?bame copiosamente, y aunque a veces sol?a decirme las cosas entre una sofocante llovizna de bofetones, mi humildad, y la mansedumbre cristiana que Dios me dio, le volv?an a su pac?fico ser, y a sus bondades y deferencias conmigo.

Pero sea de esto lo que quiera, y aun considerando que la Regencia tuvo raz?n al separarle del mando en 1809, no se le puede negar su hero?smo y militar ciencia en 1814. Como que ?l solo, ayudado de una divisi?n del ej?rcito del Centro, dio al traste con la inmensa balumba de las Cortes, poniendo en vergonzosa fuga a m?s de cien diputados liberales, que se escondieron en sus casas sin atreverse a asomar las narices... ?Qu? tal? Hombres como aquel brav?simo Egu?a son el mayor galard?n que Dios Omnipotente puede dar a las atribuladas y hu?rfanas naciones. Admirablemente lo hizo, y all? era de ver c?mo se present? con su tropa en casa del Presidente de las Cortes, notific?ndole, con serenidad sublime, la ruina de la Constituci?n, y c?mo ocup? despu?s resueltamente y sin asomos de miedo, casi sin pesta?ear, el Palacio de las Sesiones, declarando con voz entera y firme que todo estaba por los suelos.

<>

Uno de los jueces de polic?a era amigo m?o, y tambi?n un oficial de los que mandaban la tropa encargada de proteger a los jueces. Fui, pues, de casa en casa, y no puedo dar idea de la indignaci?n que ard?a en mi alma contra aquellos bribones, a quienes era preciso buscar dentro de sus propias guaridas para prenderles. Era en realidad vergonzoso que varones tan eminentes como aquellos intachables jueces de polic?a, anduviesen, cual cuadrilleros de la Santa Hermandad, corriendo a caza de un Arg?elles, de un Mart?nez de la Rosa, de un Calatrava... ?Tunantes! ?Cu?ndo recibieron ellos mayor honra que la de ser huroneados por individuos de toga, los cuales, en su desmedido ardor por la causa del rey, iban sudando gotas como pu?os; que tales angustias trae el oficio de polizonte!

?Oh, vil caterva de charlatanes! ?Y qu? bien os lleg? vuestro San Mart?n! ?Y con qu? oportunidad y destreza fueron burladas vuestras malas artes, y destruidos vuestros planes diab?licos! Mala peste os consuma, y demos gracias a Dios que nos depar? el remedio contra tanta perfidia en la f?rrea mano de Egu?a. Ni qu? falta hac?an en el mundo vuestros her?ticos discursos, ni a cuenta de qu? ven?a esa endiablada Constituci?n... ?Ay! Aquella noche las almas se desbordaban de gozo, viendo destruida la infame facci?n, muerta la herej?a, enaltecido el sacrosanto culto, restaurado el trono, confundidos volterianos y masones. Yo no cesaba de dar gracias a Dios por lo bien que conduc?a desde su celeste altura la empresa, y siempre que sal?amos de una madriguera para entrar en otra, asegurado ya uno de los abominables delincuentes, me santiguaba devot?simamente, poniendo los ojos en el cielo, para que ni por un instante nos desamparase la bondad divina en tal trance, y lleg?ramos al fin de la jornada sin tropiezo alguno.

A medida que iban cayendo les llev?bamos a la c?rcel de la Corona y al cuartel de Guardias de Corps o a San Mart?n, donde quedaban encerrados. No hubo papel que no se guardase para dar luz sobre los procesos que se les iban a formar, porque habr?a sido en verdad lastimoso que las picard?as de tanto mals?n no tuviesen comprobaci?n cumplida en los autos, para que a nadie quedara duda de sus maldades. Pues digo... si no se hubiera tenido mucho cuidado de cogerles los papeles, la justicia habr?a tenido que romperse los cascos par inventarlos despu?s, lo cual es tarea larga y que da larga fatiga y quita mucho tiempo a los se?ores de la Comisi?n de Estado.

Siempre me acordar? de la insolencia de les diputadillos, que en vez de echarse a llorar y pedirnos perd?n cuando les prend?amos, nos miraban con altaneros ojos, afectando una serenidad tranquila, propia de justos o inocentes, y expres?ndose en tales t?rminos, que al o?rles, ?mal pecado!, pudi?ramos creer que no hab?an roto plato ni escudilla. Quien los viera, crey?ralos a ellos jueces y a nosotros ladrones en cuadrilla, trocados los papeles, y convertidos los ajusticiadores en ajusticiados. Viendo tan descarada desverg?enza no me pude contener, y a varios de ellos les dije cuatro frescas bien dichas y dos docenas de verdades como pu?os, siendo tal su cobard?a que no se atrevieron a contestarme, ni aun siquiera a soportar el mort?fero rayo de mis ojos.

Yo les ve?a pasar de sus casas a las c?rceles, y siempre me parec?an pocos. Hubiera deseado que aquellos bergantes se multiplicaran para que fuese m?s grande el esplendor de la faza?a que est?bamos consumando. ?Oh! ?Ver a Madrid limpio de liberales, de gaceteros, de discursistas, de preopinantes, de soberanistas, de republicanos, de volterianos, de masones...! ?Esto era para enloquecer al menos entusiasta!

Llegaste al fin, ?oh d?a 11 de mayo!, y tus primeras luces vieron al devoto pueblo de Madrid corriendo por las calles como impetuoso r?o, sin que ning?n dique bastase a contener las desbordadas olas de su gozo. ?Oh, qu? pueblo! ?Y c?mo gritaba celebrando el acabamiento de la tiran?a! ?Y con cu?nto amor invocaba al Dios Todopoderoso y a su Sant?sima Madre, llevando en triunfo a los benditos frailes, y arrastrando por las enlodadas calles las sacr?legas im?genes de la libertad, que exornaban el palacio del charlatanismo; arrancando la l?pida de la Constituci?n y cuantos letreros, signos y figuras recordasen la conjurada borrasca!... De seguro lo pasaran mal los se?ores encarcelados si por acaso les echara la zarpa el discreto y sapient?simo vulgo. Hubo quien a grito herido pidi? que se permitiera al pueblo hacer justicia por s? mismo en la ruin persona de los orgullosos ca?dos; pero la cosa no pas? de aqu?.

Por mi parte trabaj? en aquel d?a m?s que en otro alguno de mi vida. ?Virgen de las Angustias! ?Qu? idas y venidas, qu? mareo, qu? ansiedad!... Solo por causa tan santa y por el inextinguible amor del inocente Fernando puede un hombre molerse y descoyuntarse como yo lo hice aquel d?a, con los h?gados en la boca durante diez horas, sin dar paz a los pies ni a la lengua, ora arengando a estos, ora recomendando a los otros lo que hab?an de hacer, disponiendo y ordenando, conforme a la voluntad de mi patrono y de otros personajes de viso que andaban en el negocio.

?Jes?s, Mar?a y Jos?! Flojita era la tarea en gracia de Dios... Al m?s pintado se la doy yo, seguro de que a la mitad de la jornada desfallecer?a, como no recibiera del cielo bronc?neas piernas y garganta de bronce. Ah? es nada... ten?amos que repartir dinero por los barrios bajos, y convocar a determinados individuos de la majer?a, cuidando de andar con pulso en lo del distribuir, porque a mucho que se abriera la mano, no quedaba nada para el repuesto del comisionado. Asimismo era indispensable ir de taberna en taberna y de garito en garito, contratando gente; avistarse con el t?o Mano de Mortero, con Majoma y otros pr?ceres del Rastro, para encomendarles delicadas comisiones, de esas que solo a delicad?simos entendimientos pueden fiarse. Tambi?n hab?a que avisar a los padres franciscos y agustinos, que estaban ocultos, para que saliesen a arengar a la muchedumbre; propalar noticias falsas de conspiraciones fraguadas por los revolucionarios, con otros muchos menesteres y ocupaciones que habr?an rendido el organismo m?s fuerte, y desquiciado el m?s s?lido entendimiento y la m?s firme voluntad. ?Pero de qu? sirve la fe si no es para hacer prodigios? Por la fe los hice yo en aquel memorable d?a; por la fe tuve cuerpo y alma, sentidos e ideas para tantas cosas; por la fe hice m?s yo solo que veinte compa?eros encargados de iguales trapisondas.

Recordando aquel d?a y mi cansancio, el alma se me inunda de fren?tico gozo. Hab?amos vencido a la infame pandilla, a un centenar de deslenguados charlatanes; les hab?amos destruido sin m?s auxilio que un ej?rcito y la autoridad del rey, acompa?ada de la grandeza, del clero, de las clases poderosas; hab?amos triunfado en sin igual victoria, y la monarqu?a absoluta, tal como la gozaron con pict?rica felicidad nuestros bienaventurados padres, estaba restablecida; hab?amos pisoteado la hidra asquerosa del democratismo extranjero, de la inmunda filosof?a, devolviendo al trono su esplendor primero, y a la autoridad real el emblema de su origen divino; hab?amos derrotado a la impiedad, sacando a la religi?n sacrosanta de la sombra y abatimiento en que yac?a; hab?amos realizado una maravilla; hab?amos sido los soldados de Cristo; sent?amos en nuestro pecho el divino aliento, y el regocijo de la bienaventuranza enardec?a nuestras almas.

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?S?, ya reinan Dios y Fernando!

?Alabado sea el Sant?simo Sacramento del altar!... Se?or, ?con qu? lengua cantar? tus alabanzas? ?Qu? palabras hay que no sean p?lidas y fr?as para expresar mi gratitud? En la humildad nac?, y del muladar de mi oscura condici?n sacome tu mano poderosa para llevarme a los dorados alc?zares, donde las grandezas humanas dan idea de las grandezas divinas. Mi coraz?n se estremece de gozo al recordar mi primer paso por la dorada senda.

Era un domingo; hab?an pasado algunos d?as despu?s de la entrada del rey; funcionaba ya el nuevo ministerio; hab?an levantado su majestuosa cabeza, coronada con los laureles de cien siglos, el Real Consejo y C?mara de Castilla y la Sala de Alcaldes, cuando don Buenaventura me llam? a su despacho, y melifluamente me habl? as?:

--Dime, Braguitas, en cu?l oficina quieres colocarte, pues ya he dado tu nombre al ministro, y no falta m?s que saber tu deseo para satisfacerlo al punto.

--Se?or --repuse--, como vayan por delante los veinte mil reales que Vuecencia me ha prometido, lo dem?s es cuesti?n secundaria. Sin embargo, mis aficiones...

--Ya s? que t? te inclinas a la Real Hacienda. Vas a lo positivo. ?Te convendr?a la Caja de Amortizaci?n, los P?sitos, la Revisi?n de juros?...

--Ir?, si Vuecencia no lo toma a mal, a Paja y Utensilios.

--Corriente... Ma?ana mismo tendr?s tu nombramiento... Dime, ?has llevado la carta a las monjas bernardas?

--Esta ma?ana.

--?Me has limpiado las botas?

--Est?n como espejos.

--Bueno: antes de marcharte p?dele a do?a Nicanora los calzones y la casaca que te promet? ayer. Con un poco de obra quedar?n ambas prendas como nuevas... Ahora necesitas cierta ostentaci?n, Juan: es preciso que te presentes como corresponde a un se?or oficial segundo de Paja y Utensilios, y lo primero que has de hacer es dar gracias al se?or ministro...

--?Las gracias?

--Seguramente. Ganabas cinco mil reales en las covachuelas de la secretar?a de Gracia y Justicia, y de golpe y porrazo pasas con veinte mil a Paja y Utensilios...

Mortificado por mi dignidad, un poco ofendida, permanec? en silencio; pero el insigne rep?blico debi? de adivinar mis pensamientos con su seguro tino, y me dijo:

--?Qu?, no est?s contento todav?a? No s? en qu? piensan los muchachos del d?a... Ya se ve... ?los tiempos que corren y los esc?ndalos de estos ?ltimos a?os han despertado las ambiciones de tal modo!... En mis tiempos, lo que hoy se te da equival?a a un arzobispado de los de mejor renta.

--No me quejar? --repuse humildemente--, porque es propio de mi condici?n no pedir nada y aceptar lo que me dan; pero... si han de acomodarse las recompensas a los merecimientos...

--?Tus merecimientos! --exclam? su se?or?a con desd?n--. ?Cu?les son? ?Qu? letras has cursado, perill?n? ?Qu? tratados de materia jur?dica o teol?gica has escrito? ?Qu? servicios has prestado a la Administraci?n, bergante? ?Qu? ej?rcitos acaudillaste, zopenco, ni qu? rey te debi? la corona?

--Sobre eso hay mucho que hablar, se?or don Buenaventura de mi alma --respond? con br?o--. Si a todos se repartiera por igual, no me quejar?a; pero se est?n viendo improvisaciones escandalosas. Ah? tiene usted a Antonio Moreno. ?Qu? era hace un mes? Ayuda de peluquero, pues ni siquiera pod?a llamarse maestro peluquero. ?Qu? es hoy?... Consejero de Hacienda.

Don Buenaventura call?. Le dej? suspenso y absorto.

--Es verdad --dijo al fin--. Ya lo sab?a... pero eso no tiene nada de particular. Antonio Moreno era... un excelente profesor de cabezas... No debe olvidarse que en Valencia sirvi? de amanuense cuando se redact? el c?lebre decreto del 4.

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