Use Dark Theme
bell notificationshomepageloginedit profile

Munafa ebook

Munafa ebook

Read Ebook: El Grande Oriente by P Rez Gald S Benito

More about this book

Font size:

Background color:

Text color:

Add to tbrJar First Page Next Page

Ebook has 1402 lines and 65715 words, and 29 pages

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

EPISODIOS NACIONALES

EL GRANDE ORIENTE

Es propiedad. Queda hecho el dep?sito que marca la ley. Ser?n furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.

Imprenta de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33.

B. P?REZ GALD?S EPISODIOS NACIONALES SEGUNDA SERIE

EL GRANDE ORIENTE

MADRID LIBRER?A DE LOS SUCESORES DE HERNANDO Calle del Arenal, n?m. 11. -- 1908

EL GRANDE ORIENTE

S?; era en la calle de Coloreros, en esa oscura v?a que abre paso desde la calle Mayor hasta la plazuela y arco de San Gin?s. All? era sin duda alguna, y hasta se puede asegurar que en la misma casa donde hoy admira el at?nito p?blico fabulosa cantidad de pececillos de colores dentro de estanques de madera, y muestras preciosas de una important?sima industria: las jaulas de grillo. All? era, s?, y no es f?cil que ning?n contempor?neo lo niegue, como han negado que Francisco I estuviese en la torre de los Lujanes, y que Sertorio fundara la Universidad de Huesca . All? era, s?, en la calle de Coloreros y en la casa de los rojos peces y de las jaulas de grillos, donde viv?a el gran don Patricio Sarmiento.

En lugar de los estanques de madera, vierais, corriendo el a?o 1821, una ventana baja con rejas verdes a la derecha del portal. Aplicad el o?do, ya que la cortineja de indiana rameada no permite dirigir hacia dentro la vista, y oir?is una voz sonora y grandilocuente, ante cuya majestad las de Dem?stenes y Mirabeau ser?an un preg?n desacorde. O?d sin cuidado. Es de d?a. Deti?nense los curiosos y atienden todos sin que nadie les estorbe.

--Cayo Graco, hijo de Tiberio Sempronio Graco y de Cornelia, era liberal, se?ores; tan liberal, que se rebel? contra el Senado. Decid, ni?o, ?qu? era el Senado en aquella ?poca?

Una voz infantil contesta:

--El Senado era una camarilla de serviles y absolutistas que no iban m?s que a su negocio.

Y la voz grave prosigue as?:

--Muy bien... Porque hab?is de saber que Cayo Graco fij? el precio del trigo para que los pobres tuvieran el pan barato. Como que era un hombre que no viv?a sino para el pueblo y por el pueblo. Luego les prob? a los senadores que estaban robando el tesoro del reino... digo, de la rep?blica. As? es que aquellos tunantes no quer?an que Cayo Graco fuese elegido diputado... Decid, ni?o, ?c?mo llamaban entonces a los diputados de la naci?n?

--Les llamaban Agla?, Pasitea y Eufr?sina.

--Zopenco, esos son los nombres de las tres Gracias... De rodillas, pronto de rodillas... ?Valiente borriquito tenemos aqu?!... T?, Gallipans, responde.

--El c?nsul Opimio.

Todas las voces infantiles responden a un tiempo.

--Flaco.

--?Silencio!... ?Qu? importuno y discorde re?r es ese? Ret?ranse Graco y Flaco; van en busca de Rufo...

--Silencio, digo... o ninguno sale hoy de aqu?. ?Qu? risas son esas? Periquito, Chatillo, Roque... ?no os da verg?enza de profanar este augusto recinto con vuestras rid?culas bufonadas?... Orden, compostura, atenci?n, silencio... Pues dec?a que se retiraron todos al monte Aventino, que era un monte, pues... un monte que se llamaba Aventino. Pero, ?ay!, los c?nsules los cercan; env?an numerosa y aguerrida tropa para que a ca?onazos los destruyan all?, y tienen que marcharse, se?ores, al otro lado del Manzanares, o sea el T?ber, que todo viene a ser lo mismo; a un sitio que bien podr?a nominarse la Fuente de la Teja, y que estaba consagrado a las Furias, o si se quiere con m?s propiedad, a los demonios. Los partidarios de Graco empiezan a desertar porque el gobierno les ofrece destinos y dinero. ?Perfidia inaudita, escandalosa traici?n que no volver? a pasar, yo os lo juro!... Al mismo tiempo, Opimio y sus infames c?mplices ofrecen pagar a peso de oro la cabeza del gran tribuno. Este se ve perdido. Dice a su esclavo Fil?crates que lo mate. Fil?crates vacila... ?momento de angustia y dolor supremo! Los sicarios llegan; los serviles se acercan rugiendo, cual manada de fam?licos lobos. Cons?rvase sereno y tranquilo Cayo. La fuga le es imposible. Suplica a su esclavo por segunda vez que le d? muerte. Este obedece. Hi?rese ?l mismo con el estilete, que era una pluma de las que empleaba aquella gente para escribir sobre papel de cera, y cae, ba?ando el suelo con su sangre preciosa. Los del c?nsul llegan, c?rtanle la cabeza y van con ella a pedir el vil premio de su haza?a. Decidme, ni?o, ?de qu? materia llenaron la cavidad cerebral de la patri?tica cabeza para que pesara m?s y aumentase el valor de tan cruento trofeo?

Todas las voces a un tiempo:

--De plomo.

--Perfectamente. Y pes? diecisiete libras. Ahora... basta de historia romana, y pasemos a la ret?rica. Ea, ni?os: div?danse los dos bandos. Roma a la izquierda, Cartago a la derecha. Veremos qui?n ci?e el lauro de la victoria, y qui?n muerde el polvo en esta honrosa lid de la ret?rica.

--Veamos... Comience este pind?rico certamen por una proposici?n m?xima. Decid, ni?o, ?de cu?ntas clases son los pensamientos?

--De dos: claros y oscuros.

--Bien por Cartago. A ver, responda ahora la gran Roma. ?Qu? son pensamientos claros?

No se hab?a pronunciado a?n la respuesta, cuando oyose gran tumulto en la calle, y una voz grit? en la reja:

--?Hoy no hay escuela!

Y esta voz se confundi? con alaridos de la bulliciosa turba, que corriendo dec?a:

--?A Palacio, a Palacio!

La escuela qued? en un instante vac?a, y don Patricio Sarmiento sali? a la puerta de la calle. Sesenta a?os muy cumplidos; alta y no muy gallarda estatura; ojos grandes y vivos; morena y arrugada tez, de color de puchero alcorconiano y con m?s dobleces que pellejo de fuelle; pero blanco y fuerte, con rizados copetes en ambas sienes, uno de los cuales serv?a para sostener la pluma de escribir sobre la oreja izquierda; boca sonriente, hendida a lo Voltaire, con m?s pliegues que dientes, y menos pliegues que palabras; barba rapada de semana en semana, monda o peluda, seg?n que era lunes o s?bado; quijada tan huesosa y cortante que habr?a servido para matar filisteos, y que ten?a por compa?ero y vecino a un corbat?n negro, dur?simo y rancio, donde se encajaba aquella como la flor en el ped?nculo; un gorrete, de quien no se pod?a decir que fue encarnado, si bien conservaba hist?ricos vestigios de este color, la cual prenda no se separaba jam?s de la c?spide capital del maestro; luenga casaca casta?a, aunque algunos la creyeran nuez por lo descolorida y arrugada; chaleco de provocativo color amarillo, con ramos que convidaban a recrear la vista en ?l, como en un ameno jard?n; pantalones ce?idos, en cuyo t?rmino comenzaba el imperio de las medias negras, que se perd?an en la lontananza oscura de unos zapatos con m?s golfos y promontorios que puntadas, y m?s puntadas que lustre; manos velludas, nervudas y flacas, que ora empu?aban crueles disciplinas, ora la atildada pluma de finos gavilanes, honra de la escuela de Iturzaeta; que unas veces nadaban en el bolsillo del chaleco para encontrar la caja de tabaco, y otras buceaban en la faltriquera del pantal?n para buscar dinero y no hallarlo... tal era la personalidad f?sica del buen Sarmiento.

--?A Palacio! --exclam? viendo la mucha gente que bajaba hacia San Gin?s por delante de su casa y la much?sima que segu?a la calle Mayor hacia Plater?as--. Hoy tendremos otra gresca. ?A cu?ntos estamos?

--Y yo tambi?n --replic? el sastre--. O nos dan un ministerio liberal?simo, que de una vez acabe con todos los tunantes, o el pueblo soberano decidir? en su sabidur?a... ?Dejo el trabajo? ?Cierro el puesto?

El joven sastre, mientras esto dec?a su venerable padre, vest?ase a toda prisa en el mismo portal que era albergue de la sastrer?a. En el momento de abandonar la tienda para mezclarse al popular tumulto, un hombre lleg? a la puerta y se detuvo en ella, saludando cari?osamente al se?or Sarmiento.

--?Ha salido mi madre? --pregunt? el joven sin hacer caso de las observaciones de su amigo.

--No he visto salir a la se?ora do?a Fermina --replic? Sarmiento--. Debe de estar arriba, acompa?ando a do?a Solita y al Taciturno.

--Subir? a decirle que no salga esta tarde.

--Aguarde usted, don Salvador. Si no va usted m?s que a eso, le mandar? un recado con Lucas. Qu?dese usted aqu?. V?monos a la esquina a ver pasar la gente y hablaremos un rato. ?Qu? me dice usted de estas cosas?

--?Pero no tiene usted escuela?

--He soltado al infantil reba?o. Si no lo hiciera me alborotar?a la escuela, y mis lecciones se perder?an en la algazara como semilla que se arroja al viento. Es preciso transigir un poco con la inquietud bulliciosa y la precocidad patri?tica de estos chiquillos que han de ser ciudadanos. De esta manera les voy educando sin tiran?as, y mansamente les inculco sus deberes, y les preparo para que ejerzan la soberan?a en los venideros a?os venturosos, en los cuales nuestra naci?n se ha de empingorotar por encima de todas las naciones.

El amigo y vecino de nuestro excelente don Patricio sonri?.

--S?, es preciso poner mano en eso --respondi? distra?damente Monsalud--. Me parece que ya no pasa tanta gente.

--Si no tuviera que barrer la escuela y copiar unos pliegos, se?or don Salvador, nos ir?amos usted y yo a meter nuestro hocico en la plaza de Palacio y o?r algo de la rechifla... pero, ?como ha de ser!..., primero es la obligaci?n que la devoci?n.

Diciendo esto, don Patricio entr? en el aula, y tomando la escoba que detr?s de la puerta estaba, empez? su tarea.

--Si usted me lo permite --dijo Salvador sigui?ndole tambi?n adentro--, escribir? una carta aqu?, en la mesa de usted.

--Gran honor es para m?... Aqu? tiene usted la pluma que he cortado hace poco; aqu? la tinta; aqu? el papel. Me callar? para que usted pueda escribir tranquilo... Pues como iba diciendo, yo me alegro de que a Su Majestad, de quien siempre hablar? con mucho respeto, le den estas lecciones de constitucionalismo. Los reyes, amigo m?o, no aprenden de otra manera. Les dice uno las cosas, y nada; se las repite, se las vuelve a repetir, y ni por esas: es preciso gritar y manotear para que fijen la atenci?n... ?Ah!... ?perdone usted! estoy levantando mucho polvo. Regar? un poquito.

Salvador Monsalud escribi? lo siguiente:

Add to tbrJar First Page Next Page

Back to top Use Dark Theme