Read Ebook: Tipos y paisajes by Pereda Jos Mar A De
Font size: Background color: Text color: Add to tbrJar First Page Next PageEbook has 1974 lines and 106378 words, and 40 pagesRelease date: August 8, 2023 Original publication: Madrid: Viuda e Hijos de Manuel Tello, 1899 NOTAS DEL TRANSCRIPTOR El proyecto est? dedicado a la memoria de Chris Sapo. El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripci?n ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia Espa?ola vigentes cuando la presente edici?n de esta obra fue publicada. El lector interesado puede consultar el Mapa de Diccionarios Acad?micos de la Real Academia Espa?ola. En la presente transcripci?n se adecu? la ortograf?a de las may?sculas acentuadas a las reglas indicadas por la RAE, que establecen que el acento ortogr?fico debe utilizarse, incluso si la vocal acentuada est? en may?sculas. La cubierta del libro fue agregada por el transcriptor y ha sido a?adida al dominio p?blico. El ?ndice ha sido reposicionado al principio de la obra. Se han corregido errores evidentes de puntuaci?n y otros errores tipogr?ficos y de ortograf?a. OBRAS COMPLETAS DE D. JOS? MAR?A DE PEREDA OBRAS COMPLETAS DE D. JOS? M. DE PEREDA DE LA REAL ACADEMIA ESPA?OLA TOMO VI TIPOS Y PAISAJES SEGUNDA EDICI?N MADRID VIUDA ? HIJOS DE MANUEL TELLO ?NDICE P?gina Pr?logo, advertencia, preludio... ? lo que ustedes quieran 5 Dos sistemas 17 Para ser buen arriero 49 El buen pa?o en el arca se vende 93 La romer?a del Carmen 111 Las brujas 147 Los chicos de la calle 199 Blasones y talegas 217 Los ba?os del Sardinero 335 Ir por lana 353 Al amor de los tizones 395 Un tipo m?s 427 Pasa-calle 461 PR?LOGO, ADVERTENCIA, PRELUDIO... ? LO QUE USTEDES QUIERAN Enero de 1871. DOS SISTEMAS Se fu? ? la Habana en 1801, en el sollado de un bergant?n, entre otros cien muchachos, tambi?n monta?eses, tambi?n pobres y tambi?n aspirantes ? capitalistas. Unos de la fiebre amarilla, en cuanto llegaron; otros de hambre, otros de pena y otros de fatigas y trabajos m?s tarde, todos fueron muriendo poco ? poco. ?l solo, m?s robusto, m?s animoso ? m?s afortunado, logr? sobreponerse ? cuantos obst?culos se atravesaban delante de sus designios. Treinta a?os pas? en la obscuridad de un ro?oso tugurio, sin aire, sin descanso, sin libertad y mal alimentado, con el pensamiento fijo constantemente en el norte de sus anhelos. Una sola idea extra?a ? la que le preocupaba, que con ?sta se hubiese albergado en su cerebro, le hubiera quiz? separado de su camino. No le ten?a muy pronunciado el mozo en cuesti?n, por dicha suya. As? fu? que, d?ndosele una higa porque ? sus o?dos jam?s llegara una palabra de cari?o ni ? su pecho una pasi?n generosa, ech? un d?a una raya por debajo de la columna de sus haberes, y se hall? due?o absoluto de un caudal limpio, mondo y lirondo, de cincuenta mil duros; sum? despu?s los a?os que ?l contaba, y resultaron cuarenta y cinco. --?Alto!--se dijo entonces,--reflexionemos ahora. Y reflexion?. He aqu? la substancia de sus reflexiones: Como buen monta??s, sent?a muy vivo en su pecho el santo amor ? la patria, y no vacil?, conste en honra suya, para adoptar una resoluci?n definitiva. ?sta fu? la de trasladarse, por de pronto, ? Santander con cuanto le pertenec?a; y al efecto, escribi? pidiendo los necesarios informes acerca del estado de la plaza. Ateni?ndose con fe ? la contestaci?n, que proced?a de persona de reconocida formalidad, invirti? su dinero en az?car y en caf?; flet? un bergant?n, carg?le, y despu?s se embarc? en ?l, resuelto ? hundirse con su caudal en el Oc?ano, si estaba escrito que el fruto de tantas privaciones no hab?a de llegar ? seguro puerto. Pero lejos de hundirse, hizo uno de los viajes m?s r?pidos que se hac?an entonces: cincuenta d?as tard?, nada m?s, desde el castillo del Morro al de San Mart?n. Hall?base este mercado ? la saz?n ? plan barrido, como decirse suele, en punto ? az?cares y caf?s. S?pose en breve lo del arribo de estos art?culos por el bergant?n fletado por don Apolinar; llovieron demandas sobre ?ste, y sin dejarle desembarcar siquiera, arrebat?ronle el cargamento al precio ? que quiso cederle. No era lerdo el tal cuando se trataba del vil ochavo. Acept? de buena gana la consideraci?n que se le daba por aquella plutocracia de tradicional severidad, y se propuso utilizar el arma para llegar m?s pronto con su auxilio al fin ? que se dirig?a. Merced ? tan favorable coyuntura, no tard? en conocer perfectamente el terreno que pisaba. Sin riesgo, pues, de deslucirse, antes con muchas probabilidades de preponderancia, pod?a terciar como uno de tantos en aquel juego en que, con un poco de serenidad y de prudencia, se ganaba siempre. Formada su resoluci?n, hizo una visita ? su pueblo, distribuy? algunos miles de reales entre sus paisanos, y se volvi? ? la ciudad donde tan importante papel hac?a y quedaba algo que, aparte de su proyecto citado, le escarabajeaba en la mollera y tal vez en el coraz?n. Casado don Apolinar, alquil? tres partes de una casa pr?xima al Muelle: el piso principal, el entresuelo y el almac?n; el primero para habitaci?n, el segundo para escritorio y el tercero para dep?sito de mercanc?as. 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