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Munafa ebook

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Read Ebook: Tipos y paisajes by Pereda Jos Mar A De

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Ebook has 1974 lines and 106378 words, and 40 pages

Casado don Apolinar, alquil? tres partes de una casa pr?xima al Muelle: el piso principal, el entresuelo y el almac?n; el primero para habitaci?n, el segundo para escritorio y el tercero para dep?sito de mercanc?as.

El entresuelo es el que nos importa, y ?ste es el que vamos ? examinar, tal cual se hallaba algunos meses despu?s de ingresar el indiano Regatera en el gremio mercantil.

Los corredores le importunaban poco, pues sab?an que de un hombre semejante se sacaba escasa utilidad. Efectivamente: don Apolinar, que no se fiaba ni de su sombra, gustaba de hacer los negocios por su mano; y as?, no solamente los discut?a ? su antojo, sino que, no par?ndose en la fe de una muestra aislada, iba <>, y all? se hartaba de palpar, oler y paladear el g?nero, hasta que le hallaba ? su entera satisfacci?n. Entonces, si el negocio era de <>, le abarcaba solo; pero si presentaba la m?s peque?a duda, le divid?a en lotes, y aplic?ndose uno ? s? mismo, se consagraba una semana ? conquistar amigos que cargasen con los restantes, mancomunidad en que ?l entraba con frecuencia ? solicitud de alguno de los mismos reclutados. De este modo, si se perd?a, la p?rdida no pod?a ser grande; y si se ganaba, eso m?s habr?a en la caja. Ganar poco y ? menudo, y abarcar algo menos de lo que se pudiera; pisar sobre terreno conocido, dejando siempre <>; llevar ? la Habana frutos de Castilla, y ? Castilla frutos coloniales, ? vender los unos y los otros en la plaza misma, si se presenta ocasi?n ventajosa; cobrar en moneda sonante y de buena ley; hundirla en los abismos de la mazmorra... y dejar el mundo y las cosas como se hallasen; y <>.

Tales eran sus m?ximas; tal era su ciencia.

He aqu? ahora su estilo:

<

<

<

<>.

Por el correo de la pr?xima semana venidera dar? ? usted nuevas noticias, si el caso lo requiriese. Por hoy s?lo tengo que repetirme de usted, como siempre, y para cuanto guste, suyo afect?simo seguro servidor Q. B. S. M.>>.

Esto, dictado por don Apolinar, lo escrib?a su amanuense con la m?s desastrosa ortograf?a, sobre un ancho papel verdoso sin membretes ni garambainas.

Cuando el chico lleg? ? cumplir los veinte, pasaba en el ?nimo del rico indiano algo que le hac?a so?ar m?s de lo conveniente. O?a, aunque muy ? lo lejos, ciertos rumores extra?os, y aspiraba en el aire reposado y tranquilo de la plaza efluvios de un olor que le era desconocido. Le?a que en el extranjero viajaban al vapor hombres y mercanc?as, y que alguna plaza espa?ola se hab?a dejado seducir ya por la tentaci?n innovadora. Verdad es que Santander, excepci?n hecha de las diligencias que a?os antes se hab?an establecido, se hallaba en la misma patriarcal tranquilidad en que la dej? ?l para ir ? Am?rica y la hall? ? su vuelta; que su comercio segu?a tan rutinario como entonces; que en su exterioridad no revelaba, ni al m?s avaro, que serv?a de albergue ? una comunidad de capitalistas cuya justa reputaci?n de tales daba ya la vuelta al mundo; y, en fin, que la procesi?n de carretas cargadas de harina que diariamente asomaba la cabeza por Becedo, lejos de disminuir en longitud, llegaba con la cola hasta Reinosa; pero que afuera pasaba algo, y algo muy grave, era evidente; que ese algo amenazaba la quietud tradicional de Cantabria, estaba bien ? la vista. Y ?qu? suceder?a en el caso probable de una invasi?n? No pod?a ?l adivinarlo, porque no conoc?a al enemigo. Era, pues, indispensable conocerle para resistirle si se pod?a, ? para aliarse ? ?l si val?a la pena; y

Y ?ste march?, bien recomendado, ? Francia, Inglaterra y Alemania, ? instruirse en todo cuanto cupiera en la jurisdicci?n de un comerciante <>.

Seis a?os se estuvo por all? el joven Regatera; y ? su vuelta, present?ndose con patillas muy largas, cuellos hiperb?licos y fumando en pipa, le recibi? don Apolinar con una ansiedad indecible. El ruido extra?o hab?a ido en ese tiempo creciendo, y los efluvios impregnando toda la atm?sfera de la plaza; el enemigo avanzaba r?pido y hasta se dejaba ver en ella, y don Apolinar y los suyos eran notoriamente el blanco de la sa?a del invasor: el terreno se hund?a bajo sus pies, y en todas partes estaban estorbando. Como ? los c?micos viejos que hacen papeles de gal?n, se les toleraba ? veces en obsequio ? lo que hab?an sido; pero lejos de excitar el entusiasmo sus esfuerzos, inspiraban compasi?n.

Sus trajes, sus costumbres, su estilo, todo en ellos empezaba ? ser raro; y el pueblo mismo, tan fiel hasta entonces ? las exigencias del car?cter de los viejos se?ores, ocultaba sus ruinas, lavaba su cara, ensanchaba sus calles y se entregaba alegre y ufano al intruso. Decididamente no era la generaci?n de don Apolinar, encanecida y achacosa, la que hab?a de luchar contra aquel torbellino, ni de soportar siquiera su vertiginoso empuje sin perecer en ?l. De aqu? la ansiedad con que Regatera recibi? ? su hijo al volver ?ste de <>, como dec?a el pobre hombre cuando hablaba del paradero del expedicionario.

Ni del polvo del camino, como quien dice, le dej? sacudirse.

Dijo don Apolinar, y, enternecido, traspas? ? las manos de su hijo el cetro de su dorado imperio.

La calma, la reflexi?n hasta la pesadez, hab?an sido la expresi?n caracter?stica del esp?ritu mercantil del indiano; la vivacidad, la inquietud, la prisa hasta la ligereza, lo eran del de su hijo, como cre?a observar el primero hasta en los actos m?s triviales de las tareas del segundo.

--?Londres?--dec?a lac?nicamente un corredor entrando.

--?Mucho?--le respond?a el joven comerciante sin levantar la vista de su pupitre.

--Setecientas, ocho, once: aceptadas.

--??...?

--Redondo.

--Por Par?s.

--?Corto?

--Cuarenta.

--?Vista?

--Fecha.

--?Cambio?

--Veinte.

--?Para?

--Al quince: ? diez y nueve y medio y diez y nueve y cinco octavos. Treinta mil.

--Sobre buena, diez y nueve y diez y nueve y cuartillo; dos meses, dos y medio: tres por ciento.

--Lo ver?. ?Nada m?s?

--Por aqu? no.

En la correspondencia brillaba el propio laconismo. He aqu? un modelo de los m?s expl?citos que constaban, ? media tinta, en el volumen no s? cu?ntos del copiador mec?nico, ? de prensa:

<

No tard? el viejo indiano en advertir que ese sistema el?ctrico no era exclusivamente propio de su hijo, sino de toda <>, y de que no se aplicaba s?lo ? los detalles mec?nicos del escritorio, sino que serv?a de base al flamante esp?ritu mercantil.

Se hab?a hablado tiempo hac?a de la necesidad de dotar ? Castilla de un puerto de mar, y se hab?a demostrado que este puerto deb?a ser el de Santander, uniendo la comunicaci?n entre ambas regiones con una l?nea f?rrea, en lugar de las tradicionales reatas de mulos y carros del pa?s. El plan era vasto y costos?simo; pero como deb?a de ser reproductivo en extremo, se hab?a aceptado con regocijo.

Los desairados en el reparto de las dos gangas an?nimas, habiendo tomado ya el gusto al papel, formaron cap?tulo aparte y echaron ? la plaza nuevas resmas de otra sociedad que se creaba para esto y para lo de m?s all?.

Trag?se tambi?n este cebo como pan bendito, cubri?se el cupo en breve, solicit?ronse con prima las acciones y qued?se con las muchas que ten?a el joven Regatera esperando <>.

Algo de esto quer?a hacer con las mercanc?as el hijo de don Apolinar. Agotadas las de su casa y comprometidas las de la plaza, di?se ? vender harinas que a?n no se hab?an molido, trigos que no se hab?an sembrado.

El negocio era bueno si en el d?a prefijado para la entrega el precio de la mercanc?a era m?s bajo que el estipulado; pero si suced?a lo contrario, calculen ustedes lo que pod?a costarle la arriesgada operaci?n.

Despu?s no se content? con esto: import?ndoles ? ?l y al comprador muy poco la formalidad material de la entrega de lo vendido, supon?an una ? fecha y precio convenidos, y se compromet?an ? abonarse respectivamente la diferencia de m?s ? de menos, seg?n que jugaran al alza ? la baja, partiendo del tipo prefijado.

--Pero, hombre--dec?a en estos casos el viejo Regatera:--para eso, m?s te valdr?a jugarlo ? una carta ? ? cara ? cruz; ? lo menos abreviar?as la agon?a que necesariamente sufres viendo durante meses enteros pender de una casualidad la mitad de tu fortuna.

Y el hijo se sonre?a con desd?n, y el padre se aterraba.

Porque no perdiendo ripio de cuanto pasaba en su derredor, ve?a que de aqu?llos sus positivos caudales no quedaba ni se?al; que su hijo los hab?a trocado por cifras que cada d?a iban perdiendo una parte considerable de su valor real; que ten?a los cartapacios atestados de este papel y de otros, representando grandes sumas sin m?s garant?a que las firmas de los respectivos deudores, tan empapelados con el acreedor de quien ellos, ? su vez, ten?an no flojo mont?n de obligaciones; presum?a que toda la plaza se hallaba lo mismo, y era evidente para ?l que una sola piedra que se desprendiese del inseguro edificio le har?a desmoronarse hasta los cimientos.

--?No te asusta esta situaci?n?--dec?a ? su hijo.

--Al contrario: me deleita,--respond?a el iluso.

--Pero ?y tu dinero?

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