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Munafa ebook

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Read Ebook: Tres mujeres: La recompensa Prueba de un alma Amores románticos by Pic N Jacinto Octavio

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Ebook has 297 lines and 19325 words, and 6 pages

uamente las cortejase. Un observador cuidadoso hubiera podido notar que les dejaba tontear frivolamente, permiti?ndoles o?r piropos y requiebros atrevidos, mientras quien se los dec?a no pasaba de halagar su inocente vanidad de ni?as bonitas, pero que en cuanto alguien les buscaba con frecuencia, mostrando af?n de serles agradable, do?a Gregoria pon?a empe?o en estorbarlo, sobre todo si se trataba de Susana. En una palabra: aquella se?ora, obediente a las instrucciones del tutor, su hermano, toleraba cuanto pod?a contribuir a que las j?venes tuviesen fama de coquetas e insustanciales, y en cambio desarrollaba un mal humor inaguantable y una astucia incre?ble apenas surg?a la posibilidad de que un hombre ganara terreno en el coraz?n de Susana. El tutor y su hermana le dejaban gastar cuanto quer?a, haciendo la vista gorda en presencia de sus devaneos, pero ante la idea de una pasi?n seria mostraban profundo desagrado. Indudablemente se hab?an propuesto no reprenderla si tiraba el dinero, para que cuanto m?s derrochase con mayor facilidad pudieran ellos englobar sus robos en los gastos, y al mismo tiempo, estorbando que se casase, dilatar la ?poca de la rendici?n de cuentas.

Quien primero descubri? el juego fue Valeria: comunic? a Susana la sospecha y trataron ambas de ponerse a la defensiva; mas por desgracia era tarde para evitar gran parte de los males que tem?an. Pronto comprendieron que deb?an, primero, gastar con m?s prudencia, porque las rentas iban mermando considerablemente, y segundo, andarse con pies de plomo en lo que se refer?a a dejarse galantear, porque entre sus propias imprudencias y la malignidad del tutor y su hermana, iban ellas cobrando reputaci?n de fr?volas y ligeras. Desde entonces vivieron con relativa econom?a, y fueron verdaderamente sensatas.

Alg?n tiempo despu?s, en la tertulia de unas amigas, conocieron a dos hombres j?venes, ?ntimos amigos y compa?eros de carrera. Pepe Guti?rrez y Andr?s P?rez, el primero, comandante de ingenieros y el segundo capit?n del mismo cuerpo: ambos dignos de ser queridos. Guti?rrez se prend? de Susana que por primera vez tom? el amor en serio, fue correspondido, y entraron en relaciones, procurando que permaneciesen ignoradas del tutor: ?nicamente cuando ella adquiri? el convencimiento de que su novio era hombre que val?a mucho como inteligencia y como car?cter, le autoriz? a que la pidiese en matrimonio.

En la primer entrevista que tuvo el novio de Susana, con el tutor de ?sta, se convenci? de que la mujer a quien quer?a unirse hab?a sido robada a mansalva. Era in?til so?ar con restituciones ni pleitos. El canalla tenia las cosas preparadas con tal ma?a, que seg?n cuentas, escrituras y comprobantes, a?n resultaba la pupila debi?ndole algunos miles de duros. Una vez m?s la maldad hizo mofa de la ley. De las condiciones morales de Guti?rrez y del amor que su novia le inspiraba, pueden dar idea estas palabras, con que comunic? a Susana el resultado de la entrevista:

--Mira, nena; coche ni muchos vestidos no tendr?s, porque ese hombre es un ladronazo...; por ti... lo siento; por m?, casi me alegro, para que veas que te quiero de verdad. Lo esencial es que nos casaremos cuando se nos antoje.

En Susana pudo m?s la alegr?a del amor probado, que la tristeza por la riqueza perdida, y arroj?ndose en brazos de su Pepe, repuso:

--Yo tambi?n me alegro, porque as? conozco lo que vales. No me equivoqu? al quererte.

Valeria, que hubiera procurado luego de casada sustraerse a la protecci?n de Susana siendo rica, consinti? en vivir con ella vi?ndola casi arruinada, y ambas bodas se verificaron la misma ma?ana, a mediados de 1873, cuando Espa?a estaba en plena guerra civil.

La doble luna de miel fue cort?sima. A los seis meses ambos maridos eran destinados al ej?rcito del Norte y sal?an de Madrid dejando a sus mujeres pose?das de la m?s amarga tristeza, y embarazadas del mismo tiempo.

Hacia los primeros d?as de 1874, la desgracia cay? sobre ellas en forma irremediable y terrible.

Un extraordinario de un peri?dico les dio repentina y brutalmente la noticia. Oyeron vocear el papel, mandaron comprarlo, y sin poder llorar ni gemir, secas las gargantas, enjutos los ojos, atarazada el alma por la desesperaci?n y la sorpresa, leyeron lo siguiente:

>>El titulado brigadier Garzuaga fue ayer batido en Puente-Rey con p?rdida de m?s de 300 hombres, caballos, armas, carros y municiones.

>>Las fuerzas liberales han experimentado tambi?n sensibles p?rdidas. El brigadier Queralt est? herido de gravedad. El coronel Quintana levemente. El comandante de ingenieros D. Jos? Guti?rrez Riela y el capit?n del mismo cuerpo D. Andr?s P?rez Deza han muerto heroicamente en el campo del honor. Las bajas de la clase de tropa no pueden precisarse todav?a.>>

Movidas de impulso igual y simult?neo, se arrojaron una en brazos de otra sintiendo al mismo tiempo que las garfiadas del dolor los inquietos latidos de dos seres que antes de nacer eran hu?rfanos...

Primeras impresiones de amor, dulzuras de pasi?n satisfecha, esperanzas para lo por venir, todo quedaba destruido, todo parec?a mentira: ?nicamente la desgracia era verdad.

A fin de Marzo, con diferencia de veinticuatro horas, parieron un ni?o cada una en la misma habitaci?n, trag?ndose las l?grimas y los quejidos, anim?ndose mutuamente a tener valor, buscando en su cari?o fraternal el ?nico consuelo que les quedaba. Los reci?n nacidos no se les parec?an: ambos eran pelinegros y muy blancos, se?al de que hab?an de ser morenos como sus pobres padres, que dorm?an para siempre entre los pe?ascales ensangrentados de Navarra.

Ya no ten?an ventura que esperar aquellas infelices mujeres: ni aun la de sufrir unidas. Juntas crecieron en el convento cuando ni?as; juntas gastaron riqueza y derrocharon alegr?a, siendo mientras pudieron ligeras y fr?volas como su propia juventud; al mismo tiempo amantes, casadas, viudas y madres: sus dichas y sus penas parec?an tan hermanadas como ellas mismas; pero hab?a llegado la hora de que se rompiese el misterioso paralelismo de sus vidas.

El parto de Valeria hab?a sido r?pido y feliz; el de Susana trabajoso y de fatales consecuencias. La fiebre puerperal que se apodero de ella fue intens?sima, y hall? su organismo tan conmovido y debilitado por los recientes infortunios y penas, que no tuvo fuerzas para resistirla. Sinti?ndose morir, llam? a Valeria y le habl? de este modo:

--No te hagas ilusiones--dijo sonriendo con una serenidad que daba miedo;--esto se acab?.

Quiso su amiga interrumpirla gastando bromas y fingiendo esperanzas, mas ella continu?:

--?yeme bien. Ya sabes lo que te quiero... No tengo parientes, y puede que sea mejor... Mi hijo va a quedar solo en el mundo; te lo conf?o... t? ser?s su madre... j?rame que le querr?s y le cuidar?s... como...

--Calla, mujer. ?Qu? has de morirte! ?No has de resistir esto, t? que eres m?s fuerte que yo? Te pondr?s buena y seremos felices..., es decir, viviremos para los ni?os, porque felices ya no podemos ser...; pero si te murieras, que no te morir?s, por el recuerdo de todo el bien que me has hecho, te juro que tu hijo..., vamos, como si fuera m?o.

--?Pobre Valeria! ?Qu? ser? de ti con dos criaturas?... Esto va muy aprisa. Escucha. En aquel caj?n de la mesa que usaba Pepe, hay ocho mil duros en papel del Estado, que vienen a dar ocho mil reales al a?o. All? est?n tambi?n los mil duros que sabes que ten?amos ahorrados. Por ?ltimo, en el caj?n de m?s arriba encontrar?s las escrituras de propiedad de mi casa de Rivaria. Yo no he estado all? nunca, pero s? que es un caser?n con un huerto: los labriegos que lo tienen arrendado no pagan hace mucho tiempo. Quiz? por eso no se qued? mi tutor con la finca. Los t?tulos de la Deuda y el dinero de los ahorros los coges en cuanto me cierres los ojos, y ahora manda venir a un escribano. Quiero que la casa sea legalmente tuya para que nadie pueda molestarte. Ya sabes con lo que cuentas. Lo principal es que no teniendo nada mi hijo... no habr? quien piense hacerse cargo de ?l.

Valeria quiso resistir por animarla, pero ante la energ?a con que expresaba el deseo, cedi?.

Vino el notario: Susana hizo una declaraci?n reconociendo que cuanto hab?a en la casa era de Valeria, y que en pago de una deuda que confesaba, le daba la finca de Rivaria. Del ni?o no se habl? palabra. ?Qui?n hab?a de solicitar su tutela siendo pobre?

Pocas horas despu?s, como si se hubiese esforzado en vivir hasta ultimar lo hecho, Susana mor?a en brazos de Valeria. Ella la amortaj? y vel?, pasando la noche arrodillada a los pies del cad?ver.

De rato en rato se levantaba para ir a ver a los ni?os.

?Qu? contraste el formado por la vida y la muerte que all? se mostraban con toda la brutal realidad de los hechos: ?Qu? l?stima de mujer, tan hermosa y tan buena! ?Qu? falta hac?a a nadie arrancarle la existencia como se descuaja una planta? ?Ni qu? falta hac?an en el mundo aquellos angelitos?

Valeria les contemplaba con miradas de ternura, iguales para ambos, cual si se le hubiese duplicado el cari?o de madre, y a pesar de la tristeza que sent?a, no le era posible sustraerse al influjo de una observaci?n que ya hab?a hecho y que en aquel momento, hasta contra su voluntad, se le iba entrando al pensamiento, agit?ndoselo con desvar?os de la imaginaci?n.

Cada vez que se acercaba a las camitas donde estaban acostados y se fijaba en ellos, aquella observaci?n se confirmaba con m?s fuerza. Los ni?os se parec?an much?simo: ambos eran muy blancos, de pelo y ojos negros, chatillos, gorditos, casi de igual volumen. Claro estaba que andando el tiempo habr?an de diferenciarse f?sica y moralmente, revelando su distinto origen; pero entonces, casi hubieran podido pasar por mellizos. A Valeria le parec?a el suyo mil veces m?s hermoso y mejor formado, y sin embargo, hubo un momento en que pens?: <>

Sus propias palabras eran la s?ntesis de la situaci?n: <>

?Fue prop?sito razonado de alma grande, fruto de una extraordinaria elevaci?n de esp?ritu? ?Desarreglo de inteligencia trabajada por una idea fija? ?Acaso sugesti?n de ese algo misterioso que a veces nos aproxima, por el anhelo del bien, a la divinidad?

Nadie lo sabr? nunca: lo cierto es que aquella idea le fue labrando surco en el pensamiento y acab? por arraigar en ?l de tal suerte, que se ense?ore? de su voluntad, y la puso por obra.

?Qui?n dir? si Valeria lleg? por gratitud a la locura, o a la suma piedad por la noci?n del deber? Aquel la juzgue que sepa bucear en las reconditeces del alma.

Luego de enterrada su amiga, Valeria se march? a Galicia con los ni?os, aposent?ndose en la casa de Rivaria.

Su primer cuidado, despu?s de arregladas las cosas necesarias a la vida, fue observar la ?ndole y car?cter de los colonos, marido y mujer, de quienes Susana hab?a dicho que nunca pagaban el arrendamiento. Afortunadamente, ?l, como buen gallego, era muy listo, y ella se pasaba de buena. Valeria se propuso aprovechar las cualidades de ambos, y entre tanto, pose?da por su idea fija, procur? ver poco a los ni?os; lentamente fue desentendi?ndose de ellos; casi no les miraba, mostrando una fuerza de voluntad incre?ble.

Cerca anduvo de arrepentirse por su condescendencia aquel santo var?n; casi se asust? de haber aceptado tama?a responsabilidad, pero jam?s lleg? a preocuparse formalmente: primero, porque su compromiso era s?lo verbal y no hab?a pruebas que pudieran perjudicarle; segundo, porque ?qui?n habr?a en la comarca capaz de perseguirle ni acusarle? Sobre todo, sin saber la causa, sin que ?l se diera cuenta de ello, Valeria le hab?a inspirado simpat?a profunda y confianza ciega. Estaba persuadido de que aquella mujer era mediadora de buena fe o v?ctima en una de esas intrigas amorosas, donde s?lo el misterio puede estorbar la iniquidad. Lo principal para ?l era que, con caer las criaturitas en sus manos, se habr?a casi seguramente evitado un crimen. Resta s?lo decir que inducido a error llam? Juan al mayorcito de los ni?os y Pedro al menor.

De esta suerte comenzaba a lograrse la confusi?n que Valeria deseaba.

En tan largo lapso de tiempo, Valeria estuvo muchas veces a punto de renunciar a su tremendo sacrificio: en m?s de una ocasi?n le falt? poco para volver a la aldea, exigir que le devolviesen los ni?os y escudri?arles el cuerpo para distinguirlos, hasta recobrar la certeza de cu?l era el ajeno y cu?l el suyo. Su vida fue un martirio insoportable; mas lo padeci? sin arrepentirse de lo hecho.

Fuese extravagancia de entendimiento perturbado, fuese abnegaci?n premeditada, hab?a en su conducta heroica grandeza, algo casi sobrehumano, que consist?a en imponerse el doble sacrificio de privarse de su hijo, y aceptar por tal al que no lo era, para que esta ignorancia la hiciese luego tratar a ambos con el mismo cari?o. Ignoraba que alma de su temple jam?s hubiera perjudicado al ajeno en provecho del propio, mas quiso colocarse en tales condiciones, que hasta le fuesen imposibles la preferencia y la injusticia.

?Qui?n pod?a prever la suerte que les estaba deparada? ?Qu? har?a ella, por ejemplo, el d?a en que por los azares del mundo fuese preciso anteponer en su coraz?n uno a otro, darle mayores facilidades de ?xito, o salvarle de un riesgo? ?A qui?n acudir?a primero? ?No jur? confundirles en el mismo cari?o? ?Pues que mejor manera de realizar el juramento que conseguir la imposibilidad de quebrantarlo? Seg?n su coraz?n, que estaba sorbido y dominado por la gratitud, todo aquello y m?s deb?a a Susana, que la libr? de ser arrojada del convento, la trat? como hermana, y finalmente, la uni? al hombre de quien estaba enamorada. ?Qu? hubiera sido de ella sin Susana? ?Hasta d?nde hubiera rodado impulsada por vientos de desgracia?

Por fin, al comenzar el sexto a?o de separaci?n, Valeria estuvo enferma, y entonces, aterrada ante la idea de morir, sinti? doblegarse su entereza. Apenas convaleciente, corri? a la aldea. Su viaje le pareci? un tormento, m?s largo que el de los cinco a?os transcurridos. ?Vivir?an los dos ni?os? ?C?mo los encontrar?a? ?Cu?l ser?a su ?ndole? ?Cu?l mostrar?a mejores sentimientos? ?Cu?l la querr?a m?s? De fijo el suyo... Pero ?c?mo le conocer?a?

?Sacrificio in?til, batalla est?ril contra la flaca condici?n humana! A?n no hab?an llegado aquellos seres a la edad en que se revelan el coraz?n y la inteligencia, y ya instintivamente ambicionaba que su hijo fuese superior al hermano pegadizo.

Le parec?a que el coche no iba bastante aprisa, que los ?rboles de las laderas del camino eran siempre los mismos, que hu?a a lo lejos el horizonte prolongando la separaci?n..., hasta que al volver un recodo pr?ximo a la aldea, descubri? dos ni?os vestidos con relativo esmero. Estaban jugando bajo un gigantesco grupo de casta?os, saltando sobre un espeso tapiz de musgo aterciopelado, donde el sol y las sombras del ramaje formaban maravillosos arabescos.

Al llegar el carruaje cerca de aquel sitio, mand? parar, baj?, y acerc?ndose a los ni?os y conoci?ndolos, porque a su lado estaba la mujer del colono, los envolvi? en una mirada indefinible. Clav? en ellos los ojos, quiso dirigirse primero a uno y luego a otro, vacil?, llenar?nsele las mejillas de l?grimas, y por ?ltimo, extendiendo abiertos los brazos, cogi? a los dos al mismo tiempo, les atrajo contra su pecho..., los apart?, torn? a mirarlos, y enloquecida de dudas y alegr?as, apret?ndoles de nuevo contra s?, abarcando juntas las cabezas, se las cubri? de besos y caricias, mientras la aldeana, que la reconoci? en seguida, gritaba con su dulce acento gallego:--<>

La mujer de alma grande ten?a logrado su prop?sito. No sab?a cu?l era el que hab?a parido.

Andando el tiempo, Valeria, exclusivamente dedicada a estudiar aquellas dos almas, hizo un descubrimiento que la llen? de angustia. Ambos ten?an novia y cada cual quer?a a la suya, no con un sentimiento vulgar y pasajero, sino con pasi?n digna de ellos. Aquella era la ocasi?n de probarles.

Hab?a pagado su deuda haci?ndoles buenos y felices: ninguno ten?a derecho a proferir la menor queja: ella lo ten?a a saber cu?l era su verdadero hijo, forj?ndose la ilusi?n de creer que lo ser?a el que mostrase quererla m?s. En otro tiempo le ceg? la gratitud: ahora le cegaba el ansia de cari?o.

Luego de haber madurado su prop?sito, con la astucia propia de su ?ndole y car?cter, les junt? un d?a y les dijo:

--Os llamo porque ocurren grandes novedades. Estamos medio arruinados. No podemos seguir viviendo con la holgura relativa que hemos disfrutado hasta ahora. Es necesario que uno se separe de m? y de su hermano. Tengo la seguridad de conseguir un buen destino para Ultramar. Mientras cambia la fortuna, es preciso que uno de vosotros se vaya muy lejos y ayude a los que aqu? quedemos. ?Qui?n quiere separarse de m?? ?Qui?n se quiere quedar? Resolvedlo vosotros, y dec?dmelo ma?ana.

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